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El diseño de tecnología como un asunto que brota de la empatía, de la conexión con los otros. “Lo que hacemos tiene que hablarles a las personas, formar lazos con ellos. Más allá de los aparatos y el lado técnico, se trata de solucionar problemas y de conectarse con los demás”.
Las palabras son de Sean Bornheimer, director de estrategia de producto en el centro de diseño de Samsung (SDA) en San Francisco, una de cinco instalaciones a nivel mundial en donde se piensan las nuevas líneas de producto de la compañía. No se trata tanto de las funciones futuras de la línea de teléfonos, sino de inventar segmentos novedosos de dispositivos que respondan a usos y necesidades de los usuarios que quizá ni siquiera ellos mismos hayan previsto.
En su momento fue el Gear Fit, un dispositivo enfocado en actividad física que inauguró la incorporación de pantallas curvas en wearables. O el Gear S, quizá el primer wearable en traer conexión independiente a internet (LTE), lo que lo convertía en uno de los pocos aparatos de su clase que no dependían del celular para funcionar.
“Cuando pienso en la innovación que necesitamos, tiendo a mirar hacia las estrellas. Sabemos que hay 100 billones de ellas en un espacio que nos parece infinito. El número de direcciones IP en la red del futuro será de 340 sextillones. El reto es cómo nos conectamos todos en ese vasto universo, qué hacemos con todo esto”, se pregunta Young Sohn, presidente y encargado de estrategia de la compañía para Norteamérica.
La pregunta de Sohn habla de escala y alcance. Se refiere a cómo llegar a los nuevos usuarios en un ecosistema que se poblará densamente en el corto, mediano y largo plazo. La respuesta, desde el diseño al menos, es pensar en las personas. Bornheimer lo pone así: “Reflexionamos mucho acerca de cuáles son los problemas más comunes en la tecnología actual y desde ahí construimos. Somos, en buena parte, un equipo de construcción”.
“Podemos discutir eternamente acerca de cómo lograr mejores baterías o si debemos integrar una cámara en un reloj inteligente. La polémica funciona hasta un punto. Lo que salda estas discusiones son los prototipos, los objetos en los que vemos cómo se resuelve un problema específico”, cuenta Jeffrey Jones, diseñador sénior en SDA.
Todo el proceso, entre la primera idea y la entrada a producción, puede demorarse entre uno y dos años. Y esto puede no sonar como mucho, pero en el intermedio hay una cadena larga de fracasos, seguida por una mucho más corta de aciertos.
Los diseñadores no dan una cifra del número de prototipos que fabrican para un dispositivo en particular; pero sí cuentan que una idea en particular (el ángulo de una manija para una tableta, por ejemplo) puede tener 10 o 15 formas de aproximación distintas. De ahí funcionan tres o cinco y desde este pequeño grupo emerge una perspectiva ganadora, después de pruebas extras. La solución final, entonces, puede ser una reducción de 20 formas de ver el mismo problema. Y hablamos de una manija, no del diseño interior para acomodar una batería más grande, por sólo mencionar algo.
Cerca de 30 personas trabajan en este espacio, construido bajo el paradigma del diseño de las startups en San Francisco y Silicon Valley: un piso abierto en el que predomina el blanco, con escritorios sin divisiones, algunos poblados por kits de electrónica, como tarjetas de Arduino. Las fotografías están prohibidas, así como las actualizaciones a redes sociales desde el edificio.
Esta pequeña instalación, un par de pisos en una construcción sin marca ni nombre en el centro de San Francisco, se siente incluso más leve y sutil al llegar a las oficinas de desarrollo de la empresa en Estados Unidos: un complejo corporativo con una gran fachada en vidrio, con volúmenes superpuestos y ángulos improbables, que alberga laboratorios para probar desde dispositivos de internet de las cosas (neveras inteligentes, interconexión de aparatos domésticos) hasta chips y memorias que alimentarán la próxima generación de servidores en todo el mundo. El nombre oficial del complejo es el Centro de Innovación y Estrategia de Samsung (SSIC, por sus siglas en inglés).
Desde aquí se piensa cómo la empresa puede introducirse en la solución, y el aprovechamiento económico, en sectores como agricultura, transporte, medio ambiente o salud. “Por ejemplo, pensamos en el desarrollo de sensores de glucosa que, para realizar sus mediciones, utilicen métodos no invasivos. También diseñamos una plataforma abierta para que los granjeros de California compartan información que les permita pelear mejor contra la sequía. Todas esas iniciativas se piensan desde acá”, dice Sohn.
Sohn es un veterano de Silicon Valley. Comenzó su carrera en Intel y allí trabajó con personas como Robert Noyce (entonces CEO de la compañía) y con Gordon Moore. “La ley de Moore pone en perspectiva lo rápido que la tecnología va. Es una declaración de las oportunidades por venir, pero también de los peligros que se corren si no se innova”.
* Invitación de Samsung.