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Inteligencia artificial (IA) es uno de los términos que están más de moda en tecnología. Un concepto sombrilla para, básicamente, lo que quiera. Incrementos de productividad en las empresas mediante automatización de procesos, mejoras en atención al cliente, optimización de bases de datos, ahorro en consumo de electricidad, eficacia en motores de búsqueda: todos son fines que, en una cierta medida, pueden alcanzarse mediante IA.
O al menos eso es lo que se cree o lo que los departamentos de mercadeo quieren creer.
Pero, más allá de las dudas razonables en un mercado plagado de consultores, la inteligencia artificial es uno de los sectores en tecnología e industria que más están capturando la atención de inversionistas, académicos y gobiernos.
De acuerdo con cifras de la Universidad de Stanford, desde el año 2000 la inversión en el sector ha crecido más de seis veces y el número de empresas trabajando en esta tecnología se ha multiplicado por un factor de 14. Desde 2013, las posiciones laborales que requieren habilidades en esta materia casi se han quintuplicado. La llamada transformación digital en las empresas incluye cada vez más referencias o capítulos dedicados a IA.
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Ahora, como casi todo en tecnología, la inteligencia artificial es un sector altamente competido y el liderazgo puede verse desde la oposición de dos polos: China y Estados Unidos. Atomizando un poco esta perspectiva se tiene al gobierno chino y a empresas como Tencent o Baidu en un bando y, en el otro, los pesos pesados del juego: Facebook y Google, principalmente. Aunque también hay inversiones importantes por los lados de IBM (con su apuesta de computación cognitiva), Amazon y Microsoft, por ejemplo.
Y en la mitad de todo esto hay un universo, en rápida expansión, de pequeñas compañías concentradas en desarrollos puntuales, en el mejoramiento de técnicas como el aprendizaje reforzado o asistido o en la construcción de redes neuronales más eficientes. Todos estos son caminos que contribuyen a que una máquina pueda procesar mejor la información y que, con el tiempo, pueda aprender. En últimas, es lo que permite que un procesador de lenguaje hablado entienda exactamente lo que usted le diga en una conversación normal, de la misma forma que lo haría otra persona.
Muchas de estas empresas son absorbidas por algunos de los titanes del sector. Es el caso de DeepMind (propiedad de Google), que diseñó una máquina que venció a uno de los mejores jugadores de Go (un juego de mesa que se estima es mucho más complejo que el ajedrez, por ejemplo).
Esta dinámica de propiedad de la tecnología pareciera casi natural si se tiene en cuenta que la IA se entrenan mejor cuando tiene vastas cantidades de datos a su disposición para comparar y establecer patrones, entre otras tareas. Las empresas chinas pueden experimentar con los 1.400 millones de usuarios potenciales que tienen sólo en su mercado local, Facebook puede hacer lo propio con los más de 2.000 millones de usuarios activos que tiene su plataforma y Google hace lo suyo con los miles de millones de personas que utilizan el buscador, Gmail o Youtube, por sólo mencionar tres opciones.
Recientemente, Facebook reveló una serie de nuevos servicios y herramientas de inteligencia artificial para ayudar a solucionar algunos de los grandes problemas de la plataforma, como las noticias falsas o el combate contra el discurso de odio. La empresa apuesta duramente en esta tecnología como el futuro de su propia existencia.
Nada en IA es barato, cabe aclarar. China está invirtiendo unos US$300.000 millones para financiar el avance de tecnologías avanzadas, como inteligencia artificial y semiconductores, como parte de un plan llamado Made in China 2025. Por ejemplo, las autoridades chinas invertirán US$2.100 millones en la construcción de un parque industrial para el desarrollo de IA en las afueras de Beijing, que albergará unas 400 compañías del sector.
China, claramente, no es el único país invirtiendo en esta tecnología. El gobierno de Reino Unido sumó esfuerzos con empresas de EE.UU., Europa y con firmas de capital de riesgo en Japón para financiar un fondo de US$1.400 millones para investigación en IA. De acuerdo con la Universidad de Southampton, la IA podría agregar casi US$900.000 millones a la economía británica para 2035.
Según estimaciones de la Comisión Europea, para 2020 se debe invertir al menos US$24.000 millones en investigación en IA para mantenerse en los primeros lugares de un sector en el que 80 % de las empresas globales que facturan más de US$50 millones tienen inversiones.
Ahora, no toda la investigación en IA requiere construir máquinas más rápidas o capaces. Una de las aristas más necesarias, en las que los europeos pueden ganar más tracción, es el diseño de parámetros de operación y marcos regulatorios: desarrollo de inteligencia artificial con un cierto sentido de la ética, si acaso cabe el término para referirse a un computador.
El diseño de regulación es uno de los renglones más necesarios en IA debido al rápido avance de esta tecnología, pero también por sus implicaciones sociales a gran escala. La doctora Paula Boddington, investigadora sénior de la Escuela de Ciencias de la Computación de la Universidad de Oxford, lo pone de esta forma: “No soy una pesimista de la tecnología. De hecho, me considero en el lado totalmente opuesto, pero creo que nos hace falta preguntar más cosas. La inteligencia artificial puede reemplazar el razonamiento en algunos lugares y, francamente, a veces puede ser incluso más seguro que lo haga, como en un carro. Pero hay muchos aspectos que deben ser gobernados por los humanos. La utilización indiscriminada de IA puede erosionar la cadena de toma de decisiones y aislarnos de la responsabilidad detrás de una elección. Nadie quiere esto”.
La disputa comercial
La IA ha tomado tal vuelo y sus repercusiones económicas son suficientes como para ser un punto álgido de discusión en las tensiones comerciales entre EE.UU. y China.
Parte de las demandas del gobierno Trump incluyen que Beijing ayude a reducir el déficit comercial entre los dos países en US$100.000 millones (está tasado en US$375.000 en favor de los chinos) y que reduzca la financiación estatal para el desarrollo de tecnología en el marco de Made in China 2025.
En conversaciones informales con medios occidentales, varios funcionarios chinos de alto nivel han descartado cumplir con la segunda parte de las demandas, pues las perciben como un intento para frenar el crecimiento económico chino.
La administración Trump ya ha tomado medidas para debilitar el alcance tecnológico chino, como el veto a la compra de Qualcomm (empresa de procesadores con sede en San Diego, California), que iba a ser adquirida por Broadcom; esta no es una compañía china, pues está afincada en Singapur, pero es percibida como cercana a Beijing. Por cierto, todo esto sucedió a mediados de marzo de este año, luego de imponer aranceles a la importación de acero y aluminio (medida que, entre otros países, también cobija a China).
A esto habría que sumarle los bloqueos que tienen Huawei y ZTE para participar en el mercado de telecomunicaciones en Estados Unidos.
Las negociaciones entre China y EE.UU. no han producido resultados significativos hasta ahora. Y, al menos en tecnología, puede que la disputa se alargue por unos varios años, en la medida en que ambos países, con sus respectivas empresas, buscan liderar el lucrativo desarrollo de la IA.