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El 25 de abril de 2022, la junta directiva de Twitter y Elon Musk, el ahora hombre más rico del mundo, según la revista Forbes, llegaron a un acuerdo de venta en el que Musk pagará US$44.000 millones por la compañía ($54.20 la acción), convirtiéndose en el único dueño de una de las redes sociales más importantes del mundo, probablemente la más relevante cuando de discusión política se trata.
En lo que parece mucho tiempo, pero que en realidad han sido solo unos pocos meses, Musk pasó de criticar ciertas prácticas de moderación de contenidos de la plataforma (como usuario de la propia red) a comprarla.
El primer paso de este movimiento fue adquirir alrededor del 9 % de las acciones de Twitter, que por unas semanas lo convirtieron en su principal accionista. En ese momento Musk usó su perfil en la red social y, a través de encuestas a sus seguidores, preguntó qué cambios debería hacer la plataforma e hizo que la junta directiva le ofreciera un puesto. Primero Musk lo aceptó, pero luego, al saber que con esto no podría tener más del 15 % de las acciones, declinó y nos dejó claro que sus planes iban más allá de poseer solo un porcentaje de la plataforma.
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Finalmente, y ante la posibilidad de que la junta directiva de Twitter adoptara medidas para evitar una compra hostil de acciones por parte de Musk, este hizo una oferta que la junta decidió aceptar, unánimemente.
Una vez conocida la decisión, Musk vendió parte de sus acciones en Tesla, la compañía de autos eléctricos de la cual es dueño y director, y así aseguró algunos fondos que le permitan cubrir la transacción. El resto del dinero iba a ser obtenido inicialmente a través de préstamos bancarios a su nombre.
Sin embargo, en la última semana otros inversionistas vinieron en su apoyo. Entre los más polémicos estaban el príncipe saudí Al Waleed bin Talal al Saud, el fondo de inversiones soberano de Catar y el mercado de criptomonedas Binance.
Para Twitter, este negocio tiene como consecuencia la privatización de la compañía -que en este contexto significa que sus acciones ya no se negociarán públicamente en la bolsa de valores-.
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Musk justifica su movida en la defensa de la libertad de expresión, sin explicar mucho sobre el cómo y el porqué de que entre sus pocos socios en la compra figuran fondos de personas y gobernantes de países donde este derecho no brilla precisamente por su respeto. Además, otro de los socios que permitió que esta transacción sea real, es uno de los actores más importantes en el mercado de criptomonedas: Binance, de quien podemos recordar sus aventuras el año pasado cuando no solo promocionó abiertamente el bitcóin, sino que instó a sus seguidores a comprar una moneda llamada dogecóin, que fue creada originalmente como un chiste.
La presencia de Binance entre los inversionistas podría poner esta operación bajo el microscopio de la autoridad regulatoria de inversiones extranjeras en Estados Unidos.
Se especulan muchas cosas, desde la influencia que podría ganar China sobre la red social, debido a la dependencia que tiene Tesla de insumos producidos en ese país, hasta que todo se trata simplemente de hacer más productiva a la empresa para venderla de nuevo en tres años.
¿Para qué comprar Twitter?
Públicamente, Musk ha expresado que todo esto, supuestamente, lo hace con el propósito principal de hacer que las políticas de moderación de contenido sean más laxas y transparentes.
Entre las propuestas de Musk se incluyen desde temas interesantes y realizables hasta ideas gaseosas.
Por ejemplo, cuando dice que hay que hacer público el código fuente de los algoritmos que moderan y seleccionan el contenido de lo que se ve en la aplicación, está hablando de elementos de transparencia sobre los que la compañía ya tiene una historia de reclamos y de proyectos.
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No obstante, otras propuestas como controlar los bots (programas que publican contenido automáticamente) que ensucian los debates inundando la red social de mensajes a favor o en contra de una idea o persona y hacer de Twitter una plataforma “políticamente neutral” son mucho más difíciles de materializar y cuesta trabajo entender cómo lo hará.
La moderación de contenido es un tema muy amplio que pasa por las leyes de interés público -como las relacionadas con contenido de abuso infantil-, las de propiedad intelectual o las que acoge la red social para resolver dilemas morales como definir qué es sexualmente inapropiado.
Este debate tiene el foco en la discusión política y en las acciones que tomó Twitter en el pasado en temas más amplios de desinformación. Es una reacción a haberle retirado la cuenta a Donald Trump, a la cacería de cuentas que promocionan la teoría conspirativa de Qanon tras la toma del Capitolio estadounidense por parte de personas seguidoras de Trump en enero del año pasado o a los intentos de Twitter por mantener información antivacunas o que glorifique la violencia fuera de su plataforma.
La propuesta de un Twitter “políticamente neutral” de Musk ha sido muy bien recibida por una parte de la derecha estadounidense que tiene una alta percepción de censura en las redes sociales pos Trump, lo que les ha llevado a crear sus propias redes sociales, donde pueden expresar posiciones más extremas y donde circulan las teorías conspirativas más traídas de los cabellos. Incluso Trump, al ser indagado por su posible retorno a Twitter una vez esté en manos de Musk, dijo que no estaba interesado y que mejor se quedaba en la “Verdad”, aludiendo a su nueva red social llamada Truth (verdad, en inglés).
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La idea de tener poca moderación y control de bots ya se ha probado, solo falta pasar por foros como 4chan o 8kun para ver en lo que normalmente termina. Ambas plataformas son conocidas por su volumen de contenidos pornográficos, alusivos al nazismo o que impulsan las teorías conspirativas que se están tomando el mundo en una especie de oscurantismo moderno con reptilianos a bordo.
Si bien la libertad de expresión es fundamental en la construcción de la democracia, como el mismo Musk lo ha dicho, es importante entender que amplificar ciertos mensajes puede llevar a situaciones indeseables, donde el fanatismo termina en agresiones y en actos de discriminación en el plano virtual y, como esto también es la vida real, no pocas veces la violencia pasa al plano físico. Precisamente, como sucedió en la toma del Capitolio en Estados Unidos.
En un Twitter que ya es caótico, donde debates como la legalización del aborto o el movimiento Black Life Matters generan un nivel de agresividad poco saludable, donde los ataques entre personas o entre personas y bots son constantes, la propuesta de Musk aterriza en la más completa incertidumbre.
Si todo se concreta, veremos hasta dónde llegan los límites de la libertad de expresión según Musk, que al mejor estilo de la literatura cyberpunk y, de manera contradictoria, tendrá el control total sobre cómo consumen y producen contenido los más de 300 millones de personas que mensualmente usan la plataforma en este momento, sobre todo porque la usan para dar los debates políticos más actuales.
* Investigador Fundación Karisma.