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La muerte del primer gran buscador de Internet

Considerado como el primer motor de búsqueda en la red, el servicio será desconectado por Yahoo! el 8 de julio.

Santiago La Rotta
06 de julio de 2013 - 05:20 p. m.
La muerte del primer gran buscador de Internet
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Altavista se convirtió en un servicio de acceso público el 15 de diciembre de 1995. Uno de los primeros motores de búsqueda de la red, la plataforma fue en su momento un sinónimo del poder de la tecnología, un triunfo de la ingeniería que prometía encontrar cosas, las que fueran, en las vastas aguas de internet. Sólo ese día el buscador recibió 300.000 visitas y al poco tiempo estaba procesando 2,5 millones de búsquedas al día.

La ventaja competitiva de Altavista era la extensión de su base de datos, la enorme distancia que podía recorrer para encontrar el resultado de la búsqueda de un usuario. En ese momento, el buscador contaba con 16 millones de documentos indexados en sus servidores; la competencia más cercana contaba con un millón, según algunos cálculos ligeramente optimistas.

En pocas palabras, el método utilizado por Altavista tomaba la búsqueda de un usuario y la comparaba con su base de datos (los 16 millones de páginas indexadas) basándose en varios criterios, como el número de veces que aparece una palabra en un documento y su localización dentro de éste (si está en el título o en un pie de foto, por ejemplo), y así producía un listado de resultados.

Todo el proceso tomaba apenas unos instantes y esta era la segunda parte de la fórmula ganadora que diseñaron personas como Louis Monier, quien logró que el sistema hiciera todos los pasos paralelamente, lo que reducía el tiempo de consulta y espera de cada usuario. Para su apertura al público, Altavista era capaz de procesar 1.000 páginas a la vez.

En los albores de los motores de búsqueda la palabra clave, más que correcto y acertado, era relevancia. Si un usuario buscaba “periódicos”, probablemente lo que recibía de Altavista en ese tiempo era un listado de documentos que hablaban acerca de este tipo de publicaciones, con la palabra en el título, en el primer párrafo. Pero quien hizo la búsqueda tal vez estaba buscando sitios web de periódicos y, quizá, alguna reseña histórica sobre el tema.

El primer resultado de búsqueda es correcto bajo los parámetros de repetición de palabras, pero no resulta relevante. La relevancia es un término complejo por la subjetividad que entraña. Como lo dijo en su momento Barry Rubinson, director de ingeniería de Altavista, “la relevancia depende de quién sea el observador”.

Y en este punto Altavista comenzó a dejar de ser, bueno, relevante.

Bajo la visión de Larry Page y Sergei Brin (cofundadores de Google), la red opera como una gran competencia de reputaciones: una página puede ser más adecuada si es citada por otras páginas, si es recomendada por otros documentos en la red. La forma en la que esta reputación se expresa en la web es, en parte, a través de los vínculos. Page entendió que siguiendo los vínculos (hacia dónde llevan y de dónde vienen) era posible determinar cuáles son los documentos más útiles en la red. En cierto sentido, ese gran sistema de recomendaciones determina los resultados de búsqueda.

Este sistema establece una puntuación para las páginas web. La idea de Page y Brin era examinar la red en su totalidad y, desentrañando el camino trazado por los vínculos, asignar un puntaje a cada documento.

Al combinar esto con otras señales (cosas como la aparición del término de búsqueda en un documento), Page y Brin crearon una enorme ecuación para calificar la relevancia de una página en relación con la pregunta del usuario. La operación, que en un principio tenía algo así como 500 millones de variables, es la espina dorsal del funcionamiento de Google.

Altavista perdió rápidamente notoriedad, al menos hasta que comenzó a implementar nuevas formas de examinar y clasificar la red. Pero los avances de Google fueron heridas mortales para el buscador, que nunca terminó por recuperar el trono en el negocio de la búsqueda.

En algún punto, Page y Brin llegaron a reunirse con la gente detrás de Altavista para ofrecerles la tecnología desarrollada por ellos (que aún no habían fundado Google) para que fuera implementada en el motor de búsqueda de la marca. Como lo recuerda Steven Levy en su libro In the Plex, el trato nunca llegó a concretarse y tanto Page como Brin continuaron buscando socios a quienes venderles una licencia de sus desarrollos. Sobra decir que nunca los encontraron.

Además de esto, una serie de adquisiciones y ventas hicieron del motor de búsqueda casi que un fantasma en el panorama corporativo de la red. Altavista comenzó su existencia como un producto de Digital Equipment Corporation y luego fue propiedad de Compaq, Hewlett-Packard, una compañía llamada Overture y, al final, de Yahoo!, cuyo servicio de búsqueda opera hoy en día con la tecnología ofrecida por Bing (plataforma de Microsoft).

Lo sucedido con Altavista con seguridad entregará lecciones para el mundo del emprendimiento. También señala los caminos que recorrió la comprensión y el manejo de la red, sendas que, lejos de la ciencia ficción, se adentran en la inteligencia artificial para intentar enseñarle a la máquina cómo piensan los usuarios. La promesa es que entre más aprendan los servidores, más podremos saber sobre la red e incluso sobre nosotros mismos. Suena tan fascinante como aterrador.

 

slarotta@elespectador.com

@troskiller

Por Santiago La Rotta

 

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