Larga vida a la web
Esta semana la World Wide Web cumplió 25 años. Su creador, Tim Berners-Lee, pretende crear una especie de constitución para defenderla.
Santiago La Rotta
Al menos dos de cada cinco personas en el mundo están conectadas a internet. Casi cualquier interacción humana está mediada por ella y hay varios, cientos o miles o millones, que aseguran que las interacciones humanas en general están en peligro de extinguirse por su causa. Paranoias a un lado, pensar el mundo actual resulta imposible sin tener en cuenta a la red, y con ésta a la World Wide Web, una de sus estructuras más importantes.
Creada hace 25 años, la web se convirtió en el medio de comunicación de más rápida adopción y crecimiento en la historia de la humanidad: 50 millones de personas la usaban ya en sus primeros cuatro años de existencia. La radio logró llegar a esta marca en casi cuatro décadas y a la televisión le tomó más de 10 años.
Casi una presencia natural, ubicua e incluso vital, la web nació y creció al margen de la mezquindad humana (creada por seres humanos excepcionales como Tim Berners-Lee), pues su principio fundamental fue ser universal, gratuita y abierta: una plataforma que no mejoraría en pro de uno o unos, sino que evolucionaría de la mano de todos y por todos.
Una utopía posible, si acaso es permitida la contradicción, que permitió que hoy miles de personas hayan amasado inmensas fortunas utilizando un medio gratuito; se calcula que cada minuto se realizan transacciones en la web por orden de US$15 millones. Pero más que el incremento de fortunas individuales, o de colectividades muy reducidas, su invención amplió el horizonte de las posibilidades humanas: la creación y la colaboración como temas globales, simultáneos e instantáneos.
“Necesitamos una constitución global, una carta de derechos”. Las palabras son del mismo Berners-Lee, que hoy hace campaña para defender el espíritu mismo de una invención que soporta buena parte de las actividades humanas: su propuesta concreta es trazar una especie de carta magna que preserve los principios esenciales de la web: universal, abierta y gratuita.
“No podemos tener un gobierno abierto, una buena democracia, un sistema de salud competente, diversidad cultural, conectividad entre culturas, a menos de que tengamos una internet abierta y neutral en la que podamos confiar sin tener que preocuparnos por lo que pasa en la oscuridad de ésta. No es ingenuo pensar que podemos tenerlo, pero sí lo es creer que podemos sentarnos y lograrlo”. Las palabras de Berners-Lee llegaron esta semana en medio de las celebraciones por los 25 años de la red, el momento mediático para recordar cuál es la escala de esta batalla.
El llamado a defender la red pasa por una diversidad de actores que van desde las agencias gubernamentales (como la NSA, que a gran escala debilita la seguridad de toda la red) y continúa con las corporaciones, que ejercen diversas presiones sobre un bien público a través de cosas como el refuerzo excesivo de los derechos de autor o la intención de restringir el acceso a servicios de la web para aquellos que puedan pagar por algo que hasta hoy es gratis.
“Es posible que la gente piense que la web es algo que está asegurado y les sea retirada sin que se dé cuenta”. Lo que Berners-Lee advierte es que la apatía ciudadana (una de las monedas más comunes de nuestro tiempo) es el terreno perfecto para que los gobiernos y las grandes industrias (los operadores de telecomunicaciones, las industrias de contenido) ejerzan tal control sobre la red que ésta termine por fraccionarse: pasar de tener una herramienta global a pequeñas redes locales, a nivel de países, que en aras de la seguridad y otra serie de nobles intenciones terminen por ser herramientas más fáciles de monitorear.
Este movimiento es conocido como la balcanización de internet y, más que un miedo futuro, es un tema bastante actual. Brasil y Malasia ya están examinando propuestas que, para proteger los datos de sus ciudadanos, recorren este camino.
Claro, las buenas intenciones globales tendrían que trasladarse a acciones locales, en el apoyo de instituciones públicas y privadas para respetar la independencia y neutralidad de una herramienta que tiende a ser cada vez más un territorio de los departamentos de mercadeo o de las agencias de inteligencia, y nada bueno suele salir de ninguna de las dos. La intención de Berners-Lee es invocar el apoyo de los ciudadanos para pelear por la web y, en parte, también por cada uno de ellos.
Al menos dos de cada cinco personas en el mundo están conectadas a internet. Casi cualquier interacción humana está mediada por ella y hay varios, cientos o miles o millones, que aseguran que las interacciones humanas en general están en peligro de extinguirse por su causa. Paranoias a un lado, pensar el mundo actual resulta imposible sin tener en cuenta a la red, y con ésta a la World Wide Web, una de sus estructuras más importantes.
Creada hace 25 años, la web se convirtió en el medio de comunicación de más rápida adopción y crecimiento en la historia de la humanidad: 50 millones de personas la usaban ya en sus primeros cuatro años de existencia. La radio logró llegar a esta marca en casi cuatro décadas y a la televisión le tomó más de 10 años.
Casi una presencia natural, ubicua e incluso vital, la web nació y creció al margen de la mezquindad humana (creada por seres humanos excepcionales como Tim Berners-Lee), pues su principio fundamental fue ser universal, gratuita y abierta: una plataforma que no mejoraría en pro de uno o unos, sino que evolucionaría de la mano de todos y por todos.
Una utopía posible, si acaso es permitida la contradicción, que permitió que hoy miles de personas hayan amasado inmensas fortunas utilizando un medio gratuito; se calcula que cada minuto se realizan transacciones en la web por orden de US$15 millones. Pero más que el incremento de fortunas individuales, o de colectividades muy reducidas, su invención amplió el horizonte de las posibilidades humanas: la creación y la colaboración como temas globales, simultáneos e instantáneos.
“Necesitamos una constitución global, una carta de derechos”. Las palabras son del mismo Berners-Lee, que hoy hace campaña para defender el espíritu mismo de una invención que soporta buena parte de las actividades humanas: su propuesta concreta es trazar una especie de carta magna que preserve los principios esenciales de la web: universal, abierta y gratuita.
“No podemos tener un gobierno abierto, una buena democracia, un sistema de salud competente, diversidad cultural, conectividad entre culturas, a menos de que tengamos una internet abierta y neutral en la que podamos confiar sin tener que preocuparnos por lo que pasa en la oscuridad de ésta. No es ingenuo pensar que podemos tenerlo, pero sí lo es creer que podemos sentarnos y lograrlo”. Las palabras de Berners-Lee llegaron esta semana en medio de las celebraciones por los 25 años de la red, el momento mediático para recordar cuál es la escala de esta batalla.
El llamado a defender la red pasa por una diversidad de actores que van desde las agencias gubernamentales (como la NSA, que a gran escala debilita la seguridad de toda la red) y continúa con las corporaciones, que ejercen diversas presiones sobre un bien público a través de cosas como el refuerzo excesivo de los derechos de autor o la intención de restringir el acceso a servicios de la web para aquellos que puedan pagar por algo que hasta hoy es gratis.
“Es posible que la gente piense que la web es algo que está asegurado y les sea retirada sin que se dé cuenta”. Lo que Berners-Lee advierte es que la apatía ciudadana (una de las monedas más comunes de nuestro tiempo) es el terreno perfecto para que los gobiernos y las grandes industrias (los operadores de telecomunicaciones, las industrias de contenido) ejerzan tal control sobre la red que ésta termine por fraccionarse: pasar de tener una herramienta global a pequeñas redes locales, a nivel de países, que en aras de la seguridad y otra serie de nobles intenciones terminen por ser herramientas más fáciles de monitorear.
Este movimiento es conocido como la balcanización de internet y, más que un miedo futuro, es un tema bastante actual. Brasil y Malasia ya están examinando propuestas que, para proteger los datos de sus ciudadanos, recorren este camino.
Claro, las buenas intenciones globales tendrían que trasladarse a acciones locales, en el apoyo de instituciones públicas y privadas para respetar la independencia y neutralidad de una herramienta que tiende a ser cada vez más un territorio de los departamentos de mercadeo o de las agencias de inteligencia, y nada bueno suele salir de ninguna de las dos. La intención de Berners-Lee es invocar el apoyo de los ciudadanos para pelear por la web y, en parte, también por cada uno de ellos.