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Hace poco, millones de personas alrededor del mundo experimentaron una caída prolongada de redes sociales tan importantes como Facebook e Instagram. Algunos sintieron desesperación, al pensar que sus cuentas habían sido hackeadas; mientras que otros ansiedad, ante la incertidumbre de no saber cuándo se restablecerán los servicios.
Hay que ser sinceros para reconocer que el uso que se le da al teléfono móvil en nuestro día a día puede llegar a ser problemático. ¿Es normal que lo llevemos a todas partes? ¿Que lo revisemos constantemente mientras cenamos o dialogamos con alguien? ¿Que nos sintamos inquietos cuando se nos va la señal o nos quedamos sin batería? ¿Que optemos por no dormir con tal de estar más tiempo “conectados”?
Desde hace más de 15 años se identificó esta problemática, dándole el nombre de nomofobia que, técnicamente, es el miedo irracional a no tener un teléfono celular o estar desconectado de internet.
Sin embargo, decir que vivimos en una sociedad de adictos a los teléfonos móviles puede ser desproporcionado. Hace un tiempo publicamos en este medio una serie de artículos sobre ciberadicciones, en donde se incluyeron temas tan importantes como el consumo problemático de pornografía, videojuegos, apuestas en línea, redes sociales y, por supuesto, teléfonos celulares.
Los profesionales en el área de la salud mental que consultamos explicaron que el diagnóstico de adicción puede cambiar de una persona a otra. Por ejemplo, hay personas que por su profesión necesitan utilizar frecuentemente sus teléfonos celulares, y dicho consumo no podría ser catalogado como adicción.
Una adicción, o consumo problemático de estas tecnologías, se presenta cuando comienzan a generar problemas en nuestro día a día. Algunos ejemplos son la incapacidad de permanecer un lapso prolongado de tiempo sin mirarlos o por lo menos tenerlos en la mano; el aislamiento, cuando se prefiere estar en el teléfono a interactuar con otras personas; cuando se experimentan alteraciones en el sueño, porque se prefiere mantenerse en estado de vigilia; cuando aún se experimentan síntomas de fatiga física (como cansancio ocular, dolor en músculos o articulaciones, y dolores de cabeza) y se prefiere seguir conectado al celular.
Un artículo publicado en el blog de la empresa de seguridad informática, ESET, detalla las razones por las que el uso de teléfonos móviles puede llegar a ser adictivo.
La primera se centra en la comodidad. La industria de los teléfonos móviles hoy abarca al 85 % de la población mundial (con más de 7.000 millones de dispositivos). Las funciones que realizan este tipo de artefactos son casi que ilimitadas, por lo que su capacidad para resolver gran parte de nuestras necesidades del día a día es más que considerable.
“La lista es realmente interminable... Y ahí radica parte del problema. ¿Por qué no íbamos a querer utilizar estas herramientas para ponernos en forma, crear vínculos más fuertes y hacer más agradables la idea y vuelta al trabajo, o viajes largos?. Lo que debemos tener en cuenta es de que estas aplicaciones tienen funciones específicamente diseñadas para que volvamos a por más. Así, una persona media pasa más de tres horas al día con su smartphone, y el uso que hacemos de las aplicaciones puede ir más allá de lo realmente beneficioso”, explican.
Es allí cuando entra la segunda causa de adicción, y es la gratificación instantánea. Se ha comprobado que el uso de los teléfonos móviles tiene la capacidad de generar grandes cantidades de dopamina en nuestros cerebros, que es conocida como la hormona del placer
Al tener la gratificación a un clic de distancia, es entendible que recurramos constantemente a ella para sentirnos bien. El problema es que se crea un círculo vicioso del que puede llegar a ser difícil escapar, descuidando otras importantes áreas de nuestras vidas y que también generan dopamina como el amor, el sexo, el pasar un buen rato hablando con amigos, el triunfo al conseguir un éxito en lo académico o laboral, abrazar, sentir la naturaleza…
Muchas veces preferimos cambiar todo esto por 90 minutos en TikTok (que es el promedio que un adulto destina a esa red social al día).
El problema, y esto lo han alertado muchos expertos y organizaciones, es que pareciera que a la industria le interesa diseñar aplicaciones y servicios que resulten adictivos. El trabajo de sus algoritmos es reconocer cuáles son nuestros gustos e intereses para mantenernos enganchados en el feed de sus redes sociales.
A esto se suman las constantes notificaciones que nos invitan a entrar de nuevo a sus aplicaciones cuando tenemos el teléfono bloqueado, cayendo en un bucle en donde fácilmente se nos pueden ir horas y horas al día.
Los autores del mencionado artículo de ESET, también alegan que el escapismo es otro elemento que se suma al adictivo cóctel de los teléfonos celulares. Esto porque es fácil perderse en los mundos de los videojuegos, las series, el hambre por los likes y olvidar los eventuales problemas que podamos tener en el mundo real.
¿Qué hacer?
Es complejo, por no decir imposible, vivir una vida en pleno siglo XXI sin tener un teléfono celular. El mal de la nomofobia siempre estará a la orden del día y, como en todo, los hábitos son los que pueden llegar a marcar una diferencia.
Si usted reconoce que puede tener algún grado de nomofobia, la primera recomendación que hacen los profesionales de la salud mental es intentar disminuir la frecuencia e intensidad con la que usa el teléfono celular.
Muchos de estos dispositivos tienen una función en la que cuentan cuánto tiempo al día miramos la pantalla. Si esta le marca, por ejemplo, un promedio de cinco horas, intente reducirla a 4 horas, o cuatro horas y media, y cuando lo consiga intente avanzar más.
Reemplace esos espacios por actividades que le resulten gratificantes, como pasar tiempo en familia, hacer deporte o simplemente descansar.
Otro hábito que podría ser beneficioso es dejar el celular en un cajón tan pronto llegue a casa, o atreverse a dejarlo en su vivienda cuando vaya a tener una salida familiar un fin de semana.
Incluso hay teléfonos que no son inteligentes y que podría usar como dispositivo de cambio cuando se quiera “desconectar”, por si le preocupa quedarse completamente desconectado y que eventualmente pueda pasar alguna emergencia.
Otra recomendación es abordar este tema con un psicólogo, con quien pueda dialogar y quien lo pueda orientar a dejar de darle un uso problemático a estos dispositivos.
Se puede tener un saludable equilibrio entre la vida virtual y la real. El primer paso empieza por reconocer el problema y comenzar a implementar hábitos saludables.
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