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La pelea contra la diseminación de información falsa en redes sociales es, sin duda, el mayor reto en materia digital para las empresas de tecnología, claramente, pero también para gobiernos y autoridades a nivel global.
En pocas palabras: la batalla es contra los ejércitos de bots maliciosos (ataques automatizados), pero también contra el ecosistema de empresas (algunas con apoyos estatales) que se encargan de ensuciar la discusión y el debate, usualmente para afectar procesos electorales.
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El ejemplo clásico de cómo operan estos mecanismos es la elección de Donald Trump y la injerencia de usuarios rusos (con posibles vínculos al gobierno de ese país europeo). La escala de las acciones para persuadir a los votantes y afectar a los candidatos de esa elección tuvo, sin embargo, un efecto positivo: el año pasado fue, quizá, el momento de mayor escrutinio social y estatal sobre la forma como las plataformas digitales pueden distorsionar la vida por fuera de internet.
La discusión cambió de tono entonces y ya no se habla exclusivamente de violación de términos y condiciones de servicio, sino de alterar el funcionamiento regular de una sociedad. Seguir jugando la carta del intermediario inocente parece que ya no es una postura sostenible.
Esto ha motivado una discusión global sobre el rol de estas plataformas que, así no lo admitan, son mucho más que empresas de tecnología: son creadoras de contenido, pero sin las responsabilidades que recaen sobre un medio de comunicación.
Todos los grandes jugadores del espectro han comenzado a tomar acciones, unas más acertadas que otras, claro está. Pero en general hay una cierta consciencia de que no todo vale, ya no. Por ejemplo, esta semana Facebook desactivó una página dentro de su red que se dedicaba a torpedear las reseñas de “Pantera negra”, película inspirada en el cómic de Marvel con un reparto en el que predominan actores afroamericanos. Twitter está trabajando desde el año pasado en la supresión de cuentas fantasmas que se dedican a entorpecer la discusión (principalmente en temas políticos) bajo la sombra de nombres y datos falsos.
De acuerdo con una publicación del portal Quartz, Google estaría considerando involucrarse en la solución de este problema a través de una extensión de Chrome, el navegador más popular en internet (y propiedad de la compañía). De acuerdo con estos rumores, se trataría de un esfuerzo para detectar información falsa en plataformas más allá del propio buscador, como Facebook o Twitter. Hasta donde se sabe, no se trata de un producto en desarrollo, sino apenas de un concepto, pero sirve para ilustrar la escala de la discusión en todos los niveles.
Pero todas estas son soluciones de tecnología, desarrollos de ingeniería para restringir el alcance de un fenómeno que genera amplias distorsiones de la realidad y que, en últimas, termina por alejar los beneficios y fines de comunicación de internet en general. Las acciones comienzan en las compañías, pero también incluyen a reguladores y, finalmente, al público.
Esta es una línea frágil, pues regulación de internet no es sinónimo de buen funcionamiento y, en general, suele serlo más de represión y vigilancia. Rusia es el ejemplo perfecto de esto: un país con autoridades que intervienen sobre la circulación de contenido en internet, pero también un país con fábricas enteras de información falsa, granjas de trolls y ejércitos de bots.
Ahora lo que se requiere, más que regulación, tal vez sea supervisión. Las demandas y acciones de las autoridades europeas han introducido una cierta sensación de control sobre los deseos y acciones unilaterales de las compañías de tecnologías en ese continente. El debate es amplio sobre si esto ha beneficiado el ecosistema digital en general, pero sí reintroduce al Estado en una discusión de la que pareciera haberse marginado hace años.
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De la mano de estas intervenciones se habla de derecho al olvido (para bien o para mal) y, en general, la privacidad se tornó en una preocupación más grande para autoridades y, sobre todo, para usuarios.
Resulta normal que una tecnología introduzca incertidumbre e inestabilidad en un sistema social o político. El cambio es la fractura (parcial o total) de un modelo anterior, de una forma de hacer o ver las cosas. La red sigue el mismo principio, tan sólo que amplificado y acelerado como nunca antes se había visto.
A pesar del pesimismo y la desesperanza que han hecho carrera en internet, vale la pena recordar que este es un medio de comunicación relativamente joven, inmerso en un proceso evolutivo en el que, mejor ahora que nunca, se examina el rol de las empresas digitales en la vida que sucede lejos del computador.
Twitter repunta
Por primera vez desde que entró a la bolsa (2013), Twitter reportó resultados financieros positivos, con ganancias de US$91 millones durante el trimestre final de 2017. Para el mismo periodo de 2016, la compañía había tenido pérdidas por US$167 millones. Parte del buen balance obedece a la concentración en mejorar la experiencia de usuario y el producto, así como atajar el auge de la información falsa y de las cuentas dedicadas a dispersarla.