¿Qué es el amor? Un videojuego trata de responder esta pregunta

Team Gotham, un estudio español, lanzó un videojuego sobre el amor llamado “Solo”. Sin llegar a ser un serious game, el videojuego pretende funcionar como una terapia interactiva para que el jugador se cuestione su percepción de este sentimiento. Hemos escrito una historia que ejemplifica la experiencia que puede tener una persona jugando “Solo”.

Juliana Vargas / @Jvargasleal
26 de mayo de 2018 - 03:47 p. m.
Cortesía - Team Gotham
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“Solo”, un juego disponible para dispositivos Windows, es un rompecabezas introspectivo establecido en un archipiélago. El videojuego refleja las relaciones amorosas del jugador mientras explora islas de ensueño y se enfrenta al enemigo de “Solo”: el jugador mismo. El videojuego es visualmente hermoso y bastante contemplativo. La persona que comienza el juego no es la misma que lo termina.

Dado que el videojuego es tan personal, esta reseña del mismo no pretende ser un resumen general que abarque todo lo que pueden experimentar en “Solo”, pues eso sería imposible, quizá. Este texto tan sólo será una historia de las tantas que se podrán encontrar en el juego. Esperamos que la nota sea suficientemente ejemplificativa y les dé curiosidad replantearse lo que saben sobre el amor a través de una experiencia interactiva.

*******

Cuando era niño, Juan había soñado con ser marinero; pero primero estaba crecer, primero estaba estudiar, primero estaba sentarse frente a un escritorio. Debía madurar antes de zarpar: debía ejercer la abogacía, o la medicina, o la administración antes de viajar.

Ahora que es todo un hombre de 34 años, ya podía cumplir su sueño de ser marinero, o al menos eso creía. No había dejado la ciudad en donde vivía, no había renunciado a su trabajo ni había cambiado sus hábitos. Tan sólo se había limitado a dormir. A dormir y soñar que era marinero.

“Tal vez en eso consisten los “sueños cumplidos”, pensó Juan mientras posaba su cabeza sobre la almohada. Qué más daba, sueño o no, alucinación o no, volvería a zarpar una vez cerrara los ojos. Eran sueños extraños. Por lo general, las personas se limitan a ser espectadores pasivos de lo que ocurre en ellos. Que un monstruo se esconde debajo de la cama, que saltas de un peñasco, que te persiguen a lo largo de un túnel…Estos sueños eran diferentes, parecían más una realidad alterna. La primera vez que soñó se encontró en una casa a orillas del mar. Juan primero pensó que era un sueño extrañamente apacible. Sin embargo, luego apareció un tótem en el jardín. Era una estatua de piedra colosal, tan pacífica como aterradora.

—Tu logro más grande ha sido tu primer latido —le dijo sin más aquella piedra viviente—. ¿Cuántos han sido? ¿Miles? ¿Millones? Cada latido envía chispas, haciendo que tu corazón sea un faro en la oscuridad, una hoguera y una orquesta. Esos latidos son estímulos que tejen un hermoso tapiz de emoción y deseo. Conversa con aquellos latidos que transforman nuestro mundo, que nos conducen y cambian nuestra percepción, que nunca se corresponden con nuestro ideal. Que nos hacen daño, nos curan, nos inspiran, nos derrotan. Conversa con el amor.

Juan se había levantado hiperventilando. Quería navegar las aguas, no el amor. Ya había amado y se había ahogado. No quería volver a sentir que su corazón se hinchaba de alegría para luego sufrir una puñalada fantasma que se repetía sin cesar. “Fue sólo un sueño”, pensó aquella mañana y, no obstante, esa noche, al dormirse, soñó que estaba en un barco, alejándose de la apacible casa. “Tranquilo, mantén tus ojos apocados para presenciar un mar en calma. Aguas en calma que me hagan sentir solo, que me hagan olvidar el ritmo del mundo con un millón de tambores silenciosos”. Cuando por fin arribó a una isla, Juan se sintió sordo, lejos de sus propios latidos. De pronto, como un trueno, se percató que los latidos que sentía dentro de sí mismo eran los de la única mujer que he amado. La misma mujer con la que ya no estaba. Y, sin avisar, un segundo tótem apareció frente a él.

—Dime, viajero, ¿por qué se terminó tu relación? ¿Acaso ella amó a otro o fuiste tú? ¿Simplemente el tiempo marchitó el amor? —le preguntó con una voz grave, como si dentro de él residiera un sabio espíritu antiguo.

—Ella…ella me dejó—le confesó Juan.

El tótem desapareció sin más, dejando a Juan abandonado en la isla. Se sentó bajo un árbol y esperó a que terminara la noche para despertar, pero las horas transcurrían y el sol no se escondía tras el occidente; así que se levantó y caminó por la isla en busca de ocupaciones que le hicieran olvidar a su amada. Encontró cajas que tomó y usó como peldaños para subir a altas rocas. Encontró gatos a los que intentó dar de comer y le tomó una que otra foto a extrañas gaviotas color escarlata que sobrevolaban el lugar. Al llegar a la cima de una inmensa peña el corazón le dio un vuelco. Ahí estaba ella, mirándolo con tristeza.

—¿De verdad te dejé? ¿No será que fuiste tú quien me dejó a mí? No sólo el cuerpo abandona, también el alma lo hace ¿No será que tu alma me olvidó y no tuve más remedio que alejarme? —le dijo, sin siquiera saludarlo.

—¡Eso no es cierto!

Juan se acercó y la tomó del brazo, pero su amada era incorpórea. Ella no estaba frente a él, era tan sólo un fantasma, un fantasma que también desapareció, dejándolo con ojos llorosos y el alma destrozada.

—¿¡Qué es esto?! —le gritó en voz alta a la isla, a su amada y hasta a las gaviotas.

—Eres tú mismo —le respondió una voz detrás suyo. Al girarse, Juan vio otro desgraciado tótem—¿Ves las hojas azules que lloran con el viento? ¿Ves los gatos cabizbajos y las gaviotas temerosas de tocar tierra? Es por ti. Las islas que encontrarás en tu travesía son un reflejo de tu interior. Bajo estas aguas, numerosas sombras te aguardan, las cuales nacen de ti. Toma las cajas para alcanzar los faros de cada isla, no temas a nuestras preguntas, enfrenta al amor. Resuelve el rompecabezas de tu propio corazón. Hoy desesperas, mañana tal vez disfrutes navegar sobre tus propias aguas.

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Si aquello era un reto, Juan no le temería. Cada noche, en su cama cerró los ojos y los abrió sobre un archipiélago. Tomó aquellas cajas improvisadas y las organizó de tal manera que pudiera alcanzar altas peñas. Al llegar a la cima, despertó tótems y respondió sus preguntas: “¿Qué sientes ahora que ya no está?” “¿Crees que el ser humano ama por instinto o es una construcción social?” “¿Era el sexo muy importante en tu relación o había cosas más importantes?” “¿Crees que podrías volver a amar con todo el corazón?”. Había ocasiones en que le dolía contestar aquellas preguntas, había otras veces en que las preguntas lo obligaban a examinar su interior y redefinir la relación que había tenido con ella.

Su corazón se veía obligado a ser aun más fuerte cuando, al contestar las preguntas, aparecía el fantasma de su amada contemplando el horizonte, o tocando la guitarra, o columpiándose. Cuando Juan se acercaba, su amada siempre lo apuñalaba con una reflexión correspondiente a la respuesta que había acabado de dar. “¿Entonces tengo que estar a tu lado para que te sientas completo? ¿No eres capaz de vivir por ti mismo?”. “Y si el amor es tan sólo una excusa que nos hemos dado a nosotros mismos para sentir pasión en la vida?” “¿Y si te hubiera dicho durante un año que no deseaba hacer el amor contigo?”. Era difícil, pero, cada vez que se enfrentaba al amor, Juan veía un faro en la distancia que podía encender. Luego encontraba un barco que lo llevaba a otra isla que de pronto surgía de las aguas. Podía entonces navegar de nuevo y se daba cuenta que, entre más se descubría a sí mismo, más se formaba el archipiélago a su alrededor, es decir, más se consolidaba el reflejo de su interior. Cuando un Juan se acostaba en la noche, era otro el que se levantaba a la mañana siguiente. De vez en cuando la experiencia quemaba; pero lo había hecho enfrentarse a sus propias tinieblas, lo había hecho crecer.

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Una noche, un tótem le preguntó:

—¿Crees que ya has amado con todo el corazón?

—Sí.

—Si ya has amado con todo el corazón, ¿es que ya no te queda nada intenso por vivir?

—Mis islas hablan por mí. Ya has visto cómo van adquiriendo color mientras yo defino qué es el amor para mí. Ya has visto cómo las gaviotas posan a mi lado y los gatos levantan la cabeza. He perdonado el pasado. He decidido que el amor es inherente al ser humano, pero la sociedad lo ha idealizado. He aceptado que ella ya no está y yo navegaré mis aguas, solo.

—¿Ella no está? ¿Estás seguro?

—¿Qué…qué me quieres decir?

—Dime, marinero, ¿para ti el amor es anteponer a la otra persona antes que a ti mismo?

¿Sacrificarías tu vida por la de tu ser amado?

—¿Qué sucede si respondo que sí? ¿Y si respondo que no?

—Sólo sé sincero contigo mismo.

Aguantando la respiración y cerrando los ojos, Juan respondió. “¿Y si en verdad la vuelvo a ver qué le diría? “Mira, estas islas que ves acá es un reflejo de mi interior. Se han transformado mientras yo hurgo en mi interior y redefino lo que he sido junto a ti y lo que seré de ahora en adelante. ¿No quisieras verlas?” No, Juan, no puedes decirle eso ¿En verdad quieres que las vea? ¿Que vea lo más íntimo que hay en mí?”.

Al responder y abrir los ojos, ella estaba ahí. Ya no era una extensión de su propio ser lanzándole duras reflexiones. Era ella, en verdad era ella. Si no hubiera hecho el viaje interior antes, se habría lanzado a sus brazos, se habría vaciado en ella y le habría dicho “sin ti, no soy”. Ahora…

—Surqué estas aguas tras la promesa de encontrarte en algún puerto.

—Pero llegó el punto en que también disfrutaste la soledad —dijo ella, completando la oración.

—Ahora, sin ti, sigo siendo yo. —Cálidas lágrimas se derramaron sobre las mejillas de Juan.

Su amada le regaló una sonrisa.

—¿Compartimos lo que encontramos en nuestras islas?

Por Juliana Vargas / @Jvargasleal

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