Qué viene en política digital y tecnología en 2023
Este año será clave en asuntos como seguridad digital e inteligencia artificial. De fondo, se necesita mayor transparencia de cara a los usuarios para entender, exactamente, si las promesas de las plataformas son beneficiosas para las sociedades y no solo para ejecutivos y accionistas.
Fundación Karisma
A estas alturas, el siglo XXI avanza a todo vapor y nos envuelve en una maraña tecnológica de la cual ni el más escéptico puede escapar. Conectados a internet hasta en el baño, somos testigos de los cambios sociales que los microprocesadores y la hiperconectividad traen a la aldea global.
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A estas alturas, el siglo XXI avanza a todo vapor y nos envuelve en una maraña tecnológica de la cual ni el más escéptico puede escapar. Conectados a internet hasta en el baño, somos testigos de los cambios sociales que los microprocesadores y la hiperconectividad traen a la aldea global.
Las relaciones humanas ya no son solo entre congéneres y la naturaleza, sino que hemos desarrollado una relación de dependencia —y casi de identidad— con las máquinas y los algoritmos, y debemos pensar tanto en las ventajas como en los problemas que este paradigma trae para la vida de todos los habitantes del planeta.
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Hay problemas relativamente nuevos —sobre todo vistos desde su alcance y capacidad de escalamiento—, como la vigilancia gubernamental y empresarial, cada cual con sus motivaciones. El estrepitoso, sorprendente e inquietante desarrollo de la inteligencia artificial y la masiva cantidad de contenido que generan las redes sociales —que puede desorientar a cualquiera— nos motivan a intentar entender este complejo entramado tecnológico para darle un sentido humanista a la era que nos tocó vivir.
Con esto en mente, escogimos hablar de tres retos que en Karisma creemos que marcarán tendencia y serán noticia en 2023.
Ciberseguridad
La ciberseguridad generará muchos titulares. La proliferación del ransomware (programas que facilitan la extorsión digital), la filtraciones de datos, la ciberguerra y los casos de espionaje a periodistas, entre otros, son tendencias relacionadas con la ciberseguridad y seguridad digital que seguirán creciendo en el corto y mediano plazo, mientras transitamos la tan aclamada transformación digital.
Nuestra información personal, incluso la más sensible, está en bases de datos tanto del sector público como del privado. Estas entidades que la custodian deben cuidarla de actores maliciosos y construir confianza, no abusar de su capacidad. Adicionalmente, las infraestructuras que soportan todo tipo de actividades, tanto digitales como físicas, ahora están altamente mediadas por tecnologías que traen sus propios problemas de seguridad. Motivaciones muy diversas —desde económicas del crimen ordinario, pasando por conspiraciones políticas estatales, hasta altruismo activista— pueden llevar no solo a exponer nuestros datos, sino también a la paralización de procesos y actividades esenciales (y no esenciales) de nuestra cotidianidad.
En 2023 aumentará este desafío. Se debe trabajar detrás de la noticia para incrementar la capacidad de las organizaciones para proteger su información y su infraestructura. Esto implica, en primer lugar, conquistar a las directivas de las entidades para comprender las tecnologías que usan, entender cómo cuidarlas y reservar recursos para hacerlo.
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Además, exige tener un sistema nacional acorde con los riesgos actuales que debe tener la capacidad para explicar el complejo entorno de la ciberseguridad. Será importante comunicar lo que sucede y hablar de las afectaciones, pues esto puede ayudar a hacer efectivo un sistema que tiene en el centro a las personas y no la reputación de las entidades afectadas; que piensa que estas acciones pueden afectar gravemente el ejercicio de derechos y que sabe que hay que cambiar la cultura del secreto por una transversal de manejo colaborativo de vulnerabilidades e incidentes —entre Estados, privados y sociedad civil—. Esto no necesariamente sucederá en 2023, pero podemos desearlo.
El efecto Twitter
Lo que suceda con Twitter en 2023 puede significar un antes y un después para las redes sociales como las conocemos hoy.
Marcada por lo que parece una estampida hacia otros servicios que se presentan como alternativa, asistimos con incredulidad a la desintegración de una de las principales y más influyentes redes sociales. Esta situación nos obliga también a reflexionar sobre cómo la salida de esa red no es una opción para la mayoría de las personas, que somos simples destinatarias de las innovaciones y los productos tecnológicos globales.
La noticia en 2023 seguirá siendo la novela en que Twitter se ha convertido y la forma como lo que allí suceda cambiará el ecosistema, debido sobre todo a las presiones que suceden fuera de nuestras fronteras.
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Por ejemplo, la complejidad de plataformas como Twitter nace de que no solo es un lugar increíble para encontrar voz, sino también por ser el sitio donde se enfrentan importantes grados de violencia. La era Elon Musk, en vez de enfrentar este problema, lo agravará, en la medida en que, por ejemplo, está recortando los recursos dedicados a la moderación de contenidos que buscan mitigar los impactos negativos de contenidos ilegales, violentos o abusivos.
Lo que no será noticia en 2023 es que, sin autonomía suficiente para escapar de Twitter, los impactos perversos del cambio que trae Musk no serán los mismos para todas las personas. El golpe será mayor para quienes habitamos el sur global, bien porque los mercados están muy concentrados y, por tanto, el costo de abandonar la red es más alto, o porque las alternativas —como Mastodon— exigen un grado de conocimiento o habilidades que no posee la mayoría de la población.
La esperanza es que esto que pasa en Twitter incentive el debate sobre cómo fortalecer sistemas más descentralizados, como alternativa viable para mitigar la dependencia de las plataformas centralizadas. Eso sí, anticipamos que nada de esto facilitará el creciente interés por la regulación. Puede que en 2023 encontremos algunas respuestas y consensos para regular las redes sociales; sin embargo, es probable que en ese momento las preguntas hayan cambiado.
Inteligencia artificial
La inteligencia artificial y otras ramas tecnológicas relacionadas —como el machine learning, los algoritmos predictivos y el análisis de big data— seguirán expandiéndose. Si en 2022 nos sorprendieron los chats con inteligencias artificiales que dan respuestas desconcertantes usando textos, imágenes y hasta código de software, para 2023 anticipamos más de esto y se puede pensar a partir de dos aristas.
La primera es que estas tecnologías están pensadas, creadas, desarrolladas e implementadas en el norte global. Generalmente, en el sur global somos esencialmente consumidores o implementadores entusiastas tardíos, sin que hagamos esfuerzos siquiera para crear capacidades, técnicas o regulatorias, que puedan mejorar su adopción. Así, por ejemplo, el uso de inteligencia artificial en actividades de investigación implica adoptar excepciones a las leyes de derecho de autor para implementar técnicas como la minería de textos y datos. Se trata de una necesidad ya identificada e implementada en el norte global —en los países ricos—, mientras que es un debate que ni siquiera ha empezado en los países del sur.
La segunda, el ecosistema que se requiere para la adopción de la inteligencia artificial y otras tecnologías disruptivas, no está lo suficientemente madura en nuestros países. Tampoco contamos con las personas formadas que lo faciliten, a lo que debemos sumar que por cuenta de la misma tensión norte-sur señalada anteriormente, partimos de una mirada colonialista en el desarrollo de estas herramientas.
Faltan enfoques interseccionales que eviten aplicaciones que repliquen los problemas de sexismo, clasismo, racismo y violencia que ya pueblan nuestro mundo físico y se repiten en el digital por los sesgos propios de un contexto de desarrollo poco diverso. Si las tecnologías son desarrolladas mayoritariamente por hombres blancos del norte o personas trabajando bajo sus intereses, la posibilidad de que se incorporen otras miradas y necesidades es limitada y aparecerán prácticas y adaptaciones problemáticas que surgen de la precarización y la falta de comprensión, en algunos casos, de estas tecnologías.
Aunque pusimos el foco en estos tres temas, son muchos más los que merecen atención en los medios. Acá queda una lista no exhaustiva: (i) la identidad digital, que sirve de excusa para otros procesos tecnológicos como el reconocimiento facial, facilitará la expansión de la segurización y la vigilancia masiva y afectará especialmente a poblaciones como la migrante.
(ii) El grave problema de la violencia digital, que afecta sobre todo a las mujeres que tienen oficios que implican hablar duro —como las periodistas o las políticas—, nos priva de un espacio público más diverso.
(iii) La manera como en plataformas como Rappi, Uber o Airbnb el algoritmo determina el trabajo de ellas está afectando a millones de personas; o (iv) la curiosidad que despiertan las oportunidades y los riesgos de la tecnología blockchain.
Mientras normalizamos la presencia de la tecnología digital en nuestras vidas, es también cada vez más difícil entender cómo funcionan, qué hacen y, en algunos casos, incluso cómo podemos controlarlas. Como si se tratara de una religión, se nos pide confiar en la tecnología para que nuestra vida —como es y en la medida en que puede “mejorar”— no se trastoque.
Se nos pide que creamos ciegamente que la tecnología hace lo que dice, que lo hace eficientemente y que no nos defraudará. Rebelarnos contra esto no significa no querer los beneficios de la tecnología, sino pedir transparencia, que se explique su rol, su función, su propósito y la forma como lo cumple. En 2023 esto será no solo una necesidad, sino también una revolución.