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Los rostros, nada similares, tuvieron curiosamente la misma expresión. El primero, hace 37 años, levantó la cara y estupefacto miró la sala de conciertos de Estocolmo, un recinto repleto que lo acogió con sus aplausos. El segundo, este domingo, observó atónito los Campos Elíseos de París y esbozó una sonrisa, como el primero, cuando cientos de colombianos gritaron al unísono su nombre. Gabriel García Márquez y su guayabera blanca para recibir el Premio Nobel de Literatura. Egan Arley Bernal Gómez y su camiseta amarilla como el mejor del Tour de Francia.
Dos sucesos que se vivieron a la distancia, pero con el calor de la cercanía. Y dos personas que, a su manera, debieron su éxito a Zipaquirá. Gabo porque se encontró a la brava con la nostalgia y la soledad necesarias para despertar su vocación. Egan porque se crió en sus calles y con su gente, y porque se formó como ciclista a 2.650 metros sobre el nivel del mar. García Márquez, en ese pueblo desolado de mitades de siglo XX, que lo acongojaba hasta el llanto por el frío, no tuvo más remedio que leer y escribir. Bernal, muchos años después, con pocas oportunidades, se limitó a pedalear y a aprovechar esa virtud de hacerlo mejor que los demás.
Caminos parecidos, ascendentes, inspiradores y que recuerdan que la grandilocuencia de nuestros ídolos es aún más al saber sus orígenes. Y así como el 22 de octubre de 1982 todos los periódicos en nuestro país referenciaron lo que fue la cúspide de Gabo y sus relatos mágicos, así como su capacidad para lograr que lo extraordinario fuera cotidiano, ahora fue el turno de Egan, el corredor que también llegó a lo más alto que un pedalista puede llegar: ganar el Tour de Francia. Y mientras García Márquez festejó con cumbia y vallenato, con bromas a la realeza sueca (le dijo a la reina de ese país que la literatura era su hobby y que su trabajo era coreógrafo de cumbia), Bernal lo hizo con abrazos y con la solemnidad del himno nacional al tomarse la avenida más importante de la capital francesa.
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El primero puso de moda en el mundo las mariposas amarillas de nuestra Colombia, el segundo se vistió de amarillo como aquellas mariposas. Y ambos hicieron historia, Gabo con sus dedos índices tecleando sobre una máquina de escribir, Egan con sus piernas delgaditas, tostadas por el sol. Y los dos unieron a un país de contradicciones y extremos, y consiguieron que por unos cuantos días Colombia olvidara lo malo, que Colombia fuera el lugar más feliz del mundo. La literatura y el ciclismo convergieron, la primera, muchas veces, para tratar de contar las hazañas de la segunda. Y ahora, el 28 de julio de 2019, la segunda nos hace rememorar que los colombianos pueden ser los mejores del mundo, como pasó en aquella oportunidad con la primera.
Egan es en estos momentos el hombre más famoso de nuestro país como lo fue Gabo hace 37 años. Y lo curioso es que a él no parece importarle (a García Márquez tampoco), porque, como lo dijo el día que asumió el liderato de la prueba, lo único que le interesa es seguir por la vida pedaleando.
París fue Colombia
París no pareció París por más que la arquitectura la delatara. París fue una ciudad de Colombia, pues las personas son las que les dan la identidad a los lugares. Y por todos lados hubo amarillo, azul y rojo, y gente que viajó horas desde otros lugares de Europa para ver a Egan en el primer escalón del podio. Y todos se agolparon alrededor de los Campos Elíseos, a gritar aunque la voz se acabara mucho antes. Y el himno se entonó desde temprano, una, dos y hasta tres veces, y apareció la bandera de Zipaquirá con el apellido Bernal bordado en amarillo. Mientras tanto, el corredor del Ineos tuvo la etapa más sencilla de su carrera (más que merecido). Y tomó champán, y brindó con sus compañeros del Ineos. Y dejó ver sus enormes dientes que fueron más blancos por el contraste con el maillot de líder. Y la chismosa, la que durante 20 días mostró la diferencia de las fugas, se acercó con su tablero para que él viera un “Bravo, Egan”.
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Y Nairo Quintana y Rigoberto Urán, los que labraron el sendero, pidieron que los cuatro colombianos en carrera pasaran al frente. Y durante unos instantes Egan rodó con Sergio Luis Henao y Nairo a su derecha y con Rigo a la izquierda. Y Colombia fue lo más importante del Tour. Y “qué emoción tan berraca”, dijo Óscar Giraldo, un hombre que viajó desde Pitalito, en Huila, para estar, para ser testigo, para que nadie se lo narrara. Y los colombianos, acostumbrados a contar las gestas de otros, por fin pudimos relatar una propia y nos emocionamos al presenciar a Bernal cruzar la meta, también con el apretón a su hermano Ronald y la bendición mutua, y las lágrimas de Flor, su mamá, que por estar en un avión no pudo ver la primera vez que su hijo rodó de amarillo.
De hecho, se lo contaron por mensajes de Whatsapp y lo fue siguiendo desde las alturas (el wifi lo permite), que faltan 20 segundos, que ahora 10, que Egan atacó y pasó solo el Ilseran, que baja con Simon Yates y atrás se queda Julian Alaphilippe, que es el nuevo líder del Tour. Y la tripulación del vuelo hizo el sentimiento propio y le pasó una botella de champán para festejar con ella, y ahí fue el primer abrazo. El segundo, más tarde, en la meta, después de la victoria de Caleb Ewan (la tercera en la competencia). Y la mamá le tomó la cara al hijo y los ojos color miel se cruzaron. Ese silencio fue tan de ellos, tan íntimo a pesar de las cámaras y los micrófonos, que las palabras sobraron.
Y luego lo esperado por años: el podio en el centro de la avenida con el ocaso haciendo más espléndido el Arco del Triunfo. Egan se puso la camiseta blanca como el mejor de los jóvenes y vino la amarilla y todo fue sublime. Pero el punto máximo, el clímax, fue la aparición de Geraint Thomas y de Steve Kruiswijk, y Egan en el medio y lo que se ensayó durante horas, durante décadas, salió a la perfección porque el canto vino de dentro, del corazón. Y la gloria fue inmarcesible, el júbilo inmortal. Y la bandera de nuestro país fue la bandera de París. Y para finalizar lo que parecía insuperable, Egan, en una muestra de humildad, inclinó su torso como lo hizo Gabo en Estocolmo, para dar las gracias, cuando en realidad las gracias son para ellos.
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