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La silueta de Buenos Aires se podría describir entre imponentes construcciones de piedra con cúpulas parisinas y modernos edificios de vidrio, o entre grandes avenidas y parques con ínfulas europeas y villas coloridas que se alzan bajo puentes y dan ese toque de orgullo latino a la París de Suramérica.
Y es que la capital argentina atrapa con sus contradicciones: elegante y revoltosa, culta y barrial, nostálgica y vital. Para los artistas ha sido un lienzo infinito: para quien escribe, un sinfín de historias, y para el músico, un pentagrama limpio. Porque Buenos Aires no se recorre: se escucha, se lee, se degusta y se siente.
Es la capital mundial del tango y, además, la cuna del rock latino; es la ciudad con más teatros del mundo y una de las que más librerías tiene; es el centro del país con uno de los mejores vinos y carnes, y es la urbe que late al ritmo de un bombo y una trompeta, porque es la que más estadios tiene y solo acá hasta el más ateo cree en la mano de dios.
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Buenos Aires también ostenta tener la avenida más ancha, con sus 140 metros, la 9 de Julio, que corta el centro porteño para custodiar al Obelisco, que más que un monumento parece ser el pilar que señala todas las victorias y promesas incumplidas de la Argentina, pues generalmente acompaña a los colectivos sociales que se aglutinan por sus derechos, y a los victoriosos del fútbol que sueñan con redoblar sus tambores y extender sus banderas ahí.
A pocas cuadras, el Teatro Colón despliega la magnificencia arquitectónica de la ciudad que soñó ser europea, sin dejar de ser criolla. Su cúpula dorada, sus mármoles de Carrara y sus vitrales franceses componen una declaración cultural que se codea con La Scala de Milán y la Ópera de París, ya que es uno de los cinco mejores teatros del mundo por su perfección sonora.
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Arte, música y cultura podrían ser sinónimos de Buenos Aires. Sin embargo, no hay que pasar por alto la riqueza gastronómica porteña que se puede encontrar en antiguas plazas de mercado construidas sobre hierro fundido, en jardines aristocráticos del siglo XIX o en renovados restaurantes que tienen como paisaje el imponente Río de La Plata. Por eso, en su paso por “La ciudad de la furia”, permítase al menos conocer alguna de las siguientes recomendaciones, que si bien buscan proponer algo novedoso y disruptivo, al final todas transmiten muy bien la esencia gastronómica de los porteños:
Abreboca
Una innovadora neopulpería en Chacarita, fusiona la tradición gastronómica argentina con técnicas modernas bajo la dirección del reconocido chef Leonardo “el Tucu” Govetto Sosa. Con un ambiente que evoca los clásicos espacios andaluces, el local se distingue por su propuesta culinaria que incluye charcutería artesanal, escabeches y platos autóctonos reinventados, como morcilla casera con puré de pera o queso de chancho con hojas de temporada. El Tucu apuesta por rescatar sabores ancestrales mediante una cava de embutidos propia, algo poco común en Buenos Aires. La carta de Abreboca es un homenaje dinámico a la gastronomía argentina, con platos principales como ojo de bife con manteca de chimi o guiso de lentejas, y postres creativos como flan de mate cocido quemado. Allí, el espacio mezcla la calidez de las antiguas pulperías con un toque de sofisticación, y celebra la identidad nacional a través de la comida.
Chuí
Este innovador restaurante vegano que revolucionó la gastronomía porteña al consolidarse como un referente de la cocina sin proteínas animales, reconocido incluso por la Guía Michelin. Ubicado en un exuberante jardín cerca de las vías de Villa Crespo, su diseño abierto y selvático marca tendencia, así como su carta que prioriza vegetales, hongos y productos agroecológicos en pizzas y platos para compartir, Chuí sorprende por su creatividad, logrando que muchos comensales ni siquiera noten la ausencia de carne.
Los Jardines de las Barquin
Este restaurante rinde homenaje a su ubicación histórica: su nombre evoca a las sobrinas de la condesa de Velasco Tagle, célebres por su belleza y cuyos pretendientes frecuentaban estos jardines. A su vez, propone una innovadora revalorización de los cereales como eje central de su cocina, más que simples ingredientes, el trigo, el arroz y la cebada son abordados con mirada experta, destacando sus variedades, calidades y procesos de producción. Los Jardines de las Barquin no solo ofrece una experiencia culinaria, sino también una reflexión sobre la identidad alimentaria argentina. Cada plato destaca la riqueza de los cereales locales, invitando a los comensales a apreciar su diversidad y calidad. En un entorno que fusiona la elegancia y la naturaleza porteña, este espacio se posiciona como un destino único para redescubrir sabores esenciales de la gastronomía local.
Costa 7070
Reinventa la noche porteña con una propuesta gastronómica y de entretenimiento frente al Río de la Plata. Ubicado en la Costanera Norte, este espacio combina cocina mediterránea, coctelería ligera y música en un ambiente inspirado en las escenas de Ibiza y Menorca. Con múltiples áreas que van desde una imponente barra central hasta un sector bailable, el lugar crea experiencias dinámicas donde los comensales puedan fluir entre gastronomía, tragos y baile bajo la atmósfera de un cubo LED que marca el ritmo de la noche. La oferta gastronómica fusiona sabores mediterráneos con ingredientes locales, destacándose por su enfoque en mariscos, pescados y brasas. La carta incluye desde tapas como buñuelos de calamar y croquetones de jamón crudo hasta platos principales como paellas melosas y cortes a la parrilla.
José, el Carnicero
Este lugar es un homenaje moderno a los asadores tradicionales argentinos. El espacio tiene una gran barra alrededor de los fuegos, y los congeladores de carne a la vista de los comensales y otros elementos de diseño completan la atmósfera y la propuesta de la carta. Con respecto a los platos, aparecen algunos toques de inspiración europea y asiática, con nuevas versiones de entradas, principales y postres típicos de las parrillas y bodegones argentinos contemporáneos y de épocas pasadas. El paté de pollo, la lengua a la vinagreta y la terrina de campo, por ejemplo, sorprenden por sus presentaciones, que esconden sabores que en muchos casos conocemos pero de maneras diferentes.
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De esta manera queda claro que Buenos Aires no solo es una ciudad, es un lenguaje que se vive con todos los sentidos: una sinfonía de sabores, texturas y paisajes que dialogan con la arquitectura distintiva de tiempos pasados y su esencia cultural. Recorrer la ciudad es adentrarse en el alma misma de lo porteño: esa mezcla irreverente de nostalgia y futuro, de lo clásico y lo disruptivo. Ya sea bajo la cúpula dorada del Colón o frente al Río de la Plata, Buenos Aires exige ser degustada sin prisas, porque de seguro en cada esquina celebra su capacidad para sorprender incluso a quienes creen conocerla.
* Invitado por Wyndham Hotels & Resorts y Avianca.
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