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El turismo genera oportunidades para todos, aunque hay ciertos escenarios que no son ideales para atraer turistas. Por años, aquí en Mesetas, en el Meta, era casi un sitio vetado, pues había muerte, violencia, bala, narcotráfico, coca... Todas estas palabras estaban asociadas cuando se hablaba de esta zona. Hoy, la historia es diferente. Bienvenidos al lugar que alberga, quizá, una de las nuevas joyas de la naturaleza de Colombia.
Aquí en Mesetas hubo muertos, pues cada grupo armado, sin importar el bando, dejó por décadas muertos de cada lado, muertos en un paisaje que es imponente por su belleza. Ya fuese en los años finales del siglo pasado o en los primeros de este, esta zona del Meta, principalmente Mesetas, que es la entrada a la Serranía de la Macarena, por años fue bastión y enclave de las Farc. Incluso, durante una buena época del gobierno de Andrés Pastrana, el primero de este siglo, esta parte de los Llanos Orientales fue conocida como la zona de distensión.
Los años han pasado y esos recuerdos siguen latentes. Aquí se nacía, crecía y vivía hasta la muerte con la guerra como telón de fondo y dictamen de todo. Los sonidos de las balas, detonaciones y los silencios, esos silencios que por años ha sufrido el campo de este país eran lo común. “Pero todo lo cambió el Acuerdo de Paz”, dice cada uno de los habitantes de Mesetas, quienes hoy dedican buena parte de sus actividades, por no decir toda, a pensar en el turismo.
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Esos escenarios hoy son distintos. Que hoy se pueda disfrutar del cañón del río Güejar es, en buena parte, gracias a dicho Acuerdo de Paz, pero también al trabajo conjunto de muchas comunidades que han buscado opciones de vida diferentes y también por la intención de miles de viajeros de conocer nuevos destinos.
Para quienes nunca han ido, antes de llegar al cañón se puede disfrutar de una pequeña muestra de lo que es el llano colombiano. Extensos territorios de llanura de diferentes verdes, con amaneceres y atardeceres de postal, que solo cambian con los incontables ríos que descienden de la última orilla de la cordillera oriental. A medida que se llega a Mesetas cambia todo, después de pasar Granada, que está a unas dos horas desde Villavicencio, capital del departamento, el paisaje se transforma.
Ya el paisaje va cambiando de colina a colina. La Serranía de La Macarena entrega una vista increíble. La vegetación es diferente, son de esas primeras cosas que entrega la naturaleza para conectar con el espíritu de cada viajero. Ya como lo sienta y lo viva, eso es diferente.
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El precio del plan por recorrer el cañón del río Güejar ronda los $200.000, siempre y cuando se llegue a Mesetas por cuenta propia. Es la tarifa general que manejan las 19 agencias autorizadas para realizar el recorrido, según Cormacarena. Ya si generan traslados desde Bogotá o Villavicencio, el valor puede superar los $500.000. Vale aclarar que, sin ningún problema, cualquier tipo de vehículo puede llegar a la zona central de Mesetas, que está a cinco horas de Bogotá.
El pago incluye desayuno en el pueblo, preparado por al menos cinco restaurantes que a las seis de la mañana comienzan labores para alimentar a los más de 200 turistas diarios que en temporada alta se han acercado a sus aguas. Nada más, según la Gobernación del Meta, en los primeros días de 2023, se registraron en Mesetas más de 2.500 turistas, dejando a su paso un impacto económico de cerca de $520 millones para toda la cadena de servicios.
Según la Unesco, el turismo sostenible o responsable es aquel “que respeta tanto a la población local como al viajero, el patrimonio cultural y el medio ambiente”. Eso aquí se cumple. Durante el trayecto, es común que los refrigerios sean quesadillas, bebidas de caña, almojábanas y empanadas de cambray, todas con una elaboración única de esta zona y hechas por las manos de madres cabeza de familia. Incluso algo anecdótico, al final del trayecto, durante el almuerzo es posible ver cómo lo que antes era una zona para la ganadería, hoy está acondicionada para baños y duchas. Hay que llevar ropa de cambio, porque la mojada es total.
Ya el recorrido es otra cosa. Es aventura y adrenalina pura. Lo recomendable para quienes no son expertos en rafting es hacerlo en tiempo de verano, desde los cinco años está permitido la actividad. Son 17 kilómetros llenos de esplendor, trayectos sobre rocas que, según los guías locales, tienen cerca de 800 millones de años de antigüedad, un tiempo similar a la serranía del Chiribiquete.
La dificultad del recorrido en rafting es de nivel tres, en una escala de uno a cinco, siendo esta última la más extrema. A medida que el río corre, sus aguas adentran a cada embarcación en un camino largo, de remar, contemplar, sufrir y explorar. Es posible hacer paradas por las caídas de agua que emana el cañón y lanzarse desde rocas de más de cinco metros de altura. Eso sí, tocar el suelo no es problema, pues en tiempo seco, en algunas zonas, el río alcanza de ocho a diez metros de profundidad.
El Titanic, como llaman a la formación rocosa, que es la imagen principal de este artículo, que guarda similitud con la proa de un barco, es donde se realiza una de las paradas de este recorrido por el cañón del río Güejar, para estirar las piernas, tomar aire, comer, descansar y, por supuesto, tomarse fotos.
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El recorrido bordea las cinco horas, aunque en época de lluvias puede ser cercano a las tres horas, debido a la intensidad del torrente. “Para quienes quieren adrenalina pura, mejor vengan en abril; es cuando el río más crece”, dice Jáider Ariza, uno de los guías de Ecoturismo Sierra de la Macarena, quien asegura que durante la última temporada alta “llegaron al día cerca de 200 turistas. Eso nos ha dado trabajo a todas las empresas de turismo. Cada agencia está bajando de a cinco botes”.
Es difícil no imaginar la cantidad de sangre y cuerpos que en el pasado arrastraron estas aguas. Esas mismas que hoy atraen y permiten disfrutar de lo que puede ser la nueva joya del turismo sostenible en Colombia, que solo espera que los turistas puedan seguir navegando por sus ríos caudalosos y cristalinos.
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