Cerinza: así es este tesoro boyacense escondido entre montañas
Según el Ideam, Cerinza es el sexto municipio considerado como el más frío de Colombia, alcanzando temperaturas de hasta 1,6 °C. Sin embargo, el calor de su gente, su gastronomía y la biodiversidad que lo rodea, hace de este lugar un destino que una vez se conozca, muchos querrán volver.
María Angélica García Puerto
Los colombianos siguen prefiriendo viajar al exterior que conocer más lugares del país, reduciéndose la demanda en un 5 %. Así lo concluyó la Asociación Colombiana de Agencias de Viajes y Turismo (ANATO) quien realizó una encuesta a sus agencias de viajes asociadas donde, además, concluyeron que Cartagena, Santa Marta, Eje Cafetero, Medellín, San Andrés, Bogotá y La Guajira, siguen siendo los destinos más visitados.
Lo anterior, ¿podría deberse a falta de acceso a información?, ¿desconocimiento?, o ¿sensación de mayor inseguridad? Si bien las respuestas no están al detalle, este artículo pretende -en lo posible- capturar y mostrarle a ese 5 % de los colombianos que Colombia tiene destinos maravillosos que logran cambiar la percepción de lo que tenemos y hasta enseñan las múltiples formas de vivir que aportan, incluso, a cambiar la percepción de la vida.
Ese es el caso de Cerinza, Boyacá. Un municipio ubicado a un poco más de 3 horas de Bogotá y media hora de Duitama. Un ‘Tesoro escondido entre montañas’ que, con el pasar de los días, se explicaría por qué. Con al rededor de 4 mil habitantes, fue fundado en 1554 por Melchor Vanegas y como consigna en su escudo de símbolos patrios de color verde, amarillo y azul, es conocido principalmente por su actividad económica de la ganadería, las artesanías en esparto, sus valles y lagunas.
Fontur y la Alcaldía de Cerinza, por medio de la Agencia de viajes y turismo, Conconexicón Group, nos dio la oportunidad de conocer este destino que, hasta el momento, ninguna de las invitadas habíamos escuchado. Por ello, el primer día de una semana de aventura, Cerinza nos recibió con el pie derecho, siendo testigos de su música con la Orquesta Juvenil, su baile típico de carranga al son de ‘Los K Ramones’ y un delicioso desayuno de changua, arepa, queso y chocolate.
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Las expectativas eran altas: pasar de la pesadez de la ciudad, con su afán, estrés, desconfianza y negativismo, a desintoxicarse por medio de la naturaleza, la calidez de su gente y su gastronomía. Fue entonces que con una caminata de varias horas hasta llegar al cerro del calvario o de las tres cruces (boyacense), inició la jornada con un espectáculo de vista donde todo parecía un pesebre.
Tras recargarnos con alimentos y bebidas, nos esperaba en su microempresa la señora Ximena Contreras y Orlando Díaz, dueños de una quesería y quien ella heredó ese oficio de sus padres, para compartirnos, en vivo y en directo, como un queso doble crema llega a la nevera de nuestras casas. Utilizando una cantina de leche que al fuego alto se cocinaba con escasos ingredientes y al movimiento de una pala que debía tomarse con fuerza, poco a poco el tan anhelado producto iba tomando fuerza hasta convertirse en apenas 22 porciones de queso doble crema, que nos dieron aprobar con el inigualable bocadillo.
Pero así como el queso era un proceso dispendioso, su ingrediente principal, la leche, aún más. Al otro día, temprano a la madrugada, con un clima más helado que ayer, una mujer campesina nos recibió en su potrero donde curiosas decenas de vacas no esperaban nuestra visita. Como si fuera el destino o la suerte, María, como el primer nombre de esta autora, estaba esperando incómoda a que una inexperta tomara sus ubres y la ordeñara. Hablándole casi similar como su dueña lo hacía y sin pellizcarla, poco a poco la leche caliente iba saliendo, intentando que no se regara o peor, se orinara en ella o en mí.
Mientras nos tomábamos un café con la misma leche que nos regaló María y las otras vacas, apareció Juan Sebastián ‘Piti’ Martínez, nuestra guía local. Equipado con su uniforme, lente binoculares y una libreta, nos llevaría a los siguientes destinos montaña adentro, donde además, nos enseñaría sobre botánica. Un campo de la biología que solo observando, tomando fotos y luego buscando, aprendió empíricamente y que tan solo con verla, puede identificar esa orquídea, planta o animal, hasta con su nombre científico.
Así de ameno y a paso lento, pues no era nada fácil el terreno y adaptarse a la altura del lugar, nos fuimos encontrando con pequeñas cascadas, que nos anunciarían el camino a la fuente principal. Sin embargo, al llegar, solo las piedras eran bañadas -por decir mucho- de solo gotas. Un impacto de la sequía que ha dejado a su paso el fenómeno de El Niño.
Pero esa misma fuerza del calor, irónicamente, sería el combustible para el proceso del esparto y del que más de cinco mujeres de la Asociación de Artesanos Unidos de Cerinza, han subsistido y sacado adelante a sus hijos, con esta fibra. Por ello, defienden que las artesanías (bolsos, aretes, canastos, sombreros, etc), sean originarias de allá y no del Páramo de Güina. “Yo llevo 30 años. Mi mamá me enseñó. Para mí es un arte, me mantiene ocupada y lejos de preocupaciones. Nos hace falta más mercancía, nuevos diseños y nuestra patente. Tememos que se pierda esta tradición porque no hay a quien heredar”, comentó Alex Yenni Vega, artesana.
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El proceso no es sencillo. Dura al rededor de un mes, entre cocinar para blanquear y secar el esparto, como pintarlo de colores con anilina y nuevamente dejarlo al ambiente, para ahí si empezar el proceso de tejer, que puede durar algunas horas dependiendo de la artesanía.
Pero la tranquilidad que nos transmitió la señora Alex al momento de enseñarnos a tejer y valorar este arte en la ciudad, no podía durar mucho. La adrenalina en Cerinza también es parte de su cultura. En un gran espacio adaptado por un periodista, quien dejó su trabajo en Estados Unidos y volvió a sus raíces, está la cancha de paintball. Un juego táctico de diversión, pero de competencia para otros. Con todas las reglas y recomendaciones, unos tomaban la ventaja a pesar de los golpes con las balineras de pintura, mientras que otros, nos escondíamos ante el miedo de ser blanco fácil.
Por si fuera poco, regresando de nuevo al cerro boyacense de las tres cruces, nos esperaba un grupo familiar de Duitama, expertos en parapente. Con los nervios de punta y sin marcha atrás, no quedaba más que caminar y correr hasta sentir que estaba volando, para entonces ya respirar y disfrutar de ese paisaje cerinzano que limita con los municipios de Belén, Santa Rosa de Viterbo, Floresta y Betéitiva y Encino, Santander.
En las tertulias que se generaban al calor de la comida que Esperanza Castellanos y Alejandra Camacho nos preparaban y servían con sus manos, surgió los mitos e historias al rededor de la presencia y avistamientos de ovnis, que entre habitantes dicen haber visto y comentado en varias oportunidades. Acontecimientos que en Boyacá son frecuentes de escuchar, como lo mencionó Hernán Charry, director del Museo Cosmos del Espacio de Villa de Leyva, con estudios en astrología, astronomía y experiencia en ufología, para un medio local.
Y es que este tema no fue mencionado a la ligera. Pues dentro de la última caminata que nos esperaba estaba el páramo, rodeado por la mística laguna careperro a 3.600 metros sobre el nivel del mar y que guarda historias ancestrales indígenas, donde también frailejones se alzaban a varios centímetros de altura mostrando su longevidad, la Sierra Nevada del Cocuy que se dejaba ver con su impresionante punta de nieve.
A este punto, la rutina absorbente de la ciudad ya había quedado atrás. Los amaneceres, el canto de los gallos y ese frío helado se había convertido en un nuevo hábito que cerró con la visita a un invernadero de flores. Una de las nuevas apuestas económicas del municipio que busca estar a la par de grandes empresas en la Sabana de Bogotá y convertirse en uno de los principales exportadores de rosas. Esto, gracias a que se cultivan a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar y da mayor calidad en cuánto al largor de tallo y cabeza.
Es poco el espacio para tan grandes vivencias. Pero así y más es Cerinza. Esa tierra boyacense del prócer de la independencia Pedro Pascacio Martínez, de Ximena Contreras, Orlando Díaz, Alex Yenni Vega, Esperanza Castellanos, Alejandra Camacho y sus miles de habitantes que desde la madrugada se levantan a trabajar con ese orgullo campesino que esperan, asimismo, sea valorado y protegido. Un destino que todas y todos debemos escaparnos alguna vez solos, en pareja o familia. Y como lo consigna el maestro Jorge Velosa en su canción ‘El Rey Pobre’, Boyacá, definitivamente, es esa tierra donde “me siento como un rey y mi reino, todo lo que alcanzo a ver”.
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Los colombianos siguen prefiriendo viajar al exterior que conocer más lugares del país, reduciéndose la demanda en un 5 %. Así lo concluyó la Asociación Colombiana de Agencias de Viajes y Turismo (ANATO) quien realizó una encuesta a sus agencias de viajes asociadas donde, además, concluyeron que Cartagena, Santa Marta, Eje Cafetero, Medellín, San Andrés, Bogotá y La Guajira, siguen siendo los destinos más visitados.
Lo anterior, ¿podría deberse a falta de acceso a información?, ¿desconocimiento?, o ¿sensación de mayor inseguridad? Si bien las respuestas no están al detalle, este artículo pretende -en lo posible- capturar y mostrarle a ese 5 % de los colombianos que Colombia tiene destinos maravillosos que logran cambiar la percepción de lo que tenemos y hasta enseñan las múltiples formas de vivir que aportan, incluso, a cambiar la percepción de la vida.
Ese es el caso de Cerinza, Boyacá. Un municipio ubicado a un poco más de 3 horas de Bogotá y media hora de Duitama. Un ‘Tesoro escondido entre montañas’ que, con el pasar de los días, se explicaría por qué. Con al rededor de 4 mil habitantes, fue fundado en 1554 por Melchor Vanegas y como consigna en su escudo de símbolos patrios de color verde, amarillo y azul, es conocido principalmente por su actividad económica de la ganadería, las artesanías en esparto, sus valles y lagunas.
Fontur y la Alcaldía de Cerinza, por medio de la Agencia de viajes y turismo, Conconexicón Group, nos dio la oportunidad de conocer este destino que, hasta el momento, ninguna de las invitadas habíamos escuchado. Por ello, el primer día de una semana de aventura, Cerinza nos recibió con el pie derecho, siendo testigos de su música con la Orquesta Juvenil, su baile típico de carranga al son de ‘Los K Ramones’ y un delicioso desayuno de changua, arepa, queso y chocolate.
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Las expectativas eran altas: pasar de la pesadez de la ciudad, con su afán, estrés, desconfianza y negativismo, a desintoxicarse por medio de la naturaleza, la calidez de su gente y su gastronomía. Fue entonces que con una caminata de varias horas hasta llegar al cerro del calvario o de las tres cruces (boyacense), inició la jornada con un espectáculo de vista donde todo parecía un pesebre.
Tras recargarnos con alimentos y bebidas, nos esperaba en su microempresa la señora Ximena Contreras y Orlando Díaz, dueños de una quesería y quien ella heredó ese oficio de sus padres, para compartirnos, en vivo y en directo, como un queso doble crema llega a la nevera de nuestras casas. Utilizando una cantina de leche que al fuego alto se cocinaba con escasos ingredientes y al movimiento de una pala que debía tomarse con fuerza, poco a poco el tan anhelado producto iba tomando fuerza hasta convertirse en apenas 22 porciones de queso doble crema, que nos dieron aprobar con el inigualable bocadillo.
Pero así como el queso era un proceso dispendioso, su ingrediente principal, la leche, aún más. Al otro día, temprano a la madrugada, con un clima más helado que ayer, una mujer campesina nos recibió en su potrero donde curiosas decenas de vacas no esperaban nuestra visita. Como si fuera el destino o la suerte, María, como el primer nombre de esta autora, estaba esperando incómoda a que una inexperta tomara sus ubres y la ordeñara. Hablándole casi similar como su dueña lo hacía y sin pellizcarla, poco a poco la leche caliente iba saliendo, intentando que no se regara o peor, se orinara en ella o en mí.
Mientras nos tomábamos un café con la misma leche que nos regaló María y las otras vacas, apareció Juan Sebastián ‘Piti’ Martínez, nuestra guía local. Equipado con su uniforme, lente binoculares y una libreta, nos llevaría a los siguientes destinos montaña adentro, donde además, nos enseñaría sobre botánica. Un campo de la biología que solo observando, tomando fotos y luego buscando, aprendió empíricamente y que tan solo con verla, puede identificar esa orquídea, planta o animal, hasta con su nombre científico.
Así de ameno y a paso lento, pues no era nada fácil el terreno y adaptarse a la altura del lugar, nos fuimos encontrando con pequeñas cascadas, que nos anunciarían el camino a la fuente principal. Sin embargo, al llegar, solo las piedras eran bañadas -por decir mucho- de solo gotas. Un impacto de la sequía que ha dejado a su paso el fenómeno de El Niño.
Pero esa misma fuerza del calor, irónicamente, sería el combustible para el proceso del esparto y del que más de cinco mujeres de la Asociación de Artesanos Unidos de Cerinza, han subsistido y sacado adelante a sus hijos, con esta fibra. Por ello, defienden que las artesanías (bolsos, aretes, canastos, sombreros, etc), sean originarias de allá y no del Páramo de Güina. “Yo llevo 30 años. Mi mamá me enseñó. Para mí es un arte, me mantiene ocupada y lejos de preocupaciones. Nos hace falta más mercancía, nuevos diseños y nuestra patente. Tememos que se pierda esta tradición porque no hay a quien heredar”, comentó Alex Yenni Vega, artesana.
👀🌎📄 Le puede gustar: COP16: ¿Qué hacer en el Valle del Cauca? Planes turísticos recomendados
El proceso no es sencillo. Dura al rededor de un mes, entre cocinar para blanquear y secar el esparto, como pintarlo de colores con anilina y nuevamente dejarlo al ambiente, para ahí si empezar el proceso de tejer, que puede durar algunas horas dependiendo de la artesanía.
Pero la tranquilidad que nos transmitió la señora Alex al momento de enseñarnos a tejer y valorar este arte en la ciudad, no podía durar mucho. La adrenalina en Cerinza también es parte de su cultura. En un gran espacio adaptado por un periodista, quien dejó su trabajo en Estados Unidos y volvió a sus raíces, está la cancha de paintball. Un juego táctico de diversión, pero de competencia para otros. Con todas las reglas y recomendaciones, unos tomaban la ventaja a pesar de los golpes con las balineras de pintura, mientras que otros, nos escondíamos ante el miedo de ser blanco fácil.
Por si fuera poco, regresando de nuevo al cerro boyacense de las tres cruces, nos esperaba un grupo familiar de Duitama, expertos en parapente. Con los nervios de punta y sin marcha atrás, no quedaba más que caminar y correr hasta sentir que estaba volando, para entonces ya respirar y disfrutar de ese paisaje cerinzano que limita con los municipios de Belén, Santa Rosa de Viterbo, Floresta y Betéitiva y Encino, Santander.
En las tertulias que se generaban al calor de la comida que Esperanza Castellanos y Alejandra Camacho nos preparaban y servían con sus manos, surgió los mitos e historias al rededor de la presencia y avistamientos de ovnis, que entre habitantes dicen haber visto y comentado en varias oportunidades. Acontecimientos que en Boyacá son frecuentes de escuchar, como lo mencionó Hernán Charry, director del Museo Cosmos del Espacio de Villa de Leyva, con estudios en astrología, astronomía y experiencia en ufología, para un medio local.
Y es que este tema no fue mencionado a la ligera. Pues dentro de la última caminata que nos esperaba estaba el páramo, rodeado por la mística laguna careperro a 3.600 metros sobre el nivel del mar y que guarda historias ancestrales indígenas, donde también frailejones se alzaban a varios centímetros de altura mostrando su longevidad, la Sierra Nevada del Cocuy que se dejaba ver con su impresionante punta de nieve.
A este punto, la rutina absorbente de la ciudad ya había quedado atrás. Los amaneceres, el canto de los gallos y ese frío helado se había convertido en un nuevo hábito que cerró con la visita a un invernadero de flores. Una de las nuevas apuestas económicas del municipio que busca estar a la par de grandes empresas en la Sabana de Bogotá y convertirse en uno de los principales exportadores de rosas. Esto, gracias a que se cultivan a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar y da mayor calidad en cuánto al largor de tallo y cabeza.
Es poco el espacio para tan grandes vivencias. Pero así y más es Cerinza. Esa tierra boyacense del prócer de la independencia Pedro Pascacio Martínez, de Ximena Contreras, Orlando Díaz, Alex Yenni Vega, Esperanza Castellanos, Alejandra Camacho y sus miles de habitantes que desde la madrugada se levantan a trabajar con ese orgullo campesino que esperan, asimismo, sea valorado y protegido. Un destino que todas y todos debemos escaparnos alguna vez solos, en pareja o familia. Y como lo consigna el maestro Jorge Velosa en su canción ‘El Rey Pobre’, Boyacá, definitivamente, es esa tierra donde “me siento como un rey y mi reino, todo lo que alcanzo a ver”.
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