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El turismo religioso está en alza en Colombia, y no es solo cuestión de fe católica, sino también de patrimonio cultural y mucho más. Según datos de ONU Turismo (antes Organización Mundial del Turismo), el año 2023 cerró con un 88 % de las cifras del año anterior a la pandemia en el turismo internacional, alcanzando unos 1.300 millones de llegadas internacionales. De estos, alrededor de 350 millones se dedicaron a explorar los lugares religiosos más destacados del mundo, a escala nacional e internacional.
La diversidad cultural juega un papel clave en este fenómeno, donde se observa una inclinación del turismo hacia los valores de diversas culturas. Así, surge el concepto de turismo religioso junto con el turismo espiritual, abarcando visitas a lugares de diferentes credos religiosos, como el cristianismo, hinduismo, budismo e islamismo. Estos viajes no solo se basan en la fe, sino también en aspectos patrimoniales, cargados de historia y simbolismo, que se suman a las tradicionales peregrinaciones.
Colombia se erige como un destino fascinante en este contexto, ofreciendo una riqueza única en su herencia religiosa, marcada por un fuerte sincretismo cultural, especialmente influenciado por el cristianismo católico, pero en el que subyacen el legado indígena y el del negro llegado de África. Un ejemplo de ese sincretismo se da en Cali, con la tradición de subir a las montañas para visitar el Jueves y Viernes Santo las Tres Cruces y la Virgen de Yanaconas. Desde la Conquista hasta la Colonia, la religión católica ha dejado un legado arquitectónico, cultural y espiritual que perdura hasta nuestros días. Este legado se manifiesta en capillas, iglesias, conventos y una amplia gama de arte sacro, distribuidos en ciudades como Bogotá y Cartagena, ideales para aquellos fieles que buscan visitar monumentos durante la Semana Mayor, o la señorial Pamplona, que acompaña los festejos con festivales de música sacra. Entran en este mosaico, la Basílica de Chiquinquirá, que resguarda la imagen de la Virgen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, santa patrona de Colombia, lugar de romerías y asiento de creyentes fieles. Igualmente infaltable, Popayán, cuyas procesiones de imaginería religiosa de los siglos XVII y XVIII ricamente ornamentadas, personajes emblemáticos como los cargueros y las ñapangas son reconocidos como patrimonio de la humanidad.
Colombia ofrece una diversidad de destinos para el turismo religioso de peregrinaciones, desde el icónico Santuario de Monserrate, en Bogotá, hasta el Santuario de la Virgen de las Lajas, en Ipiales. Pero hay otros destinos que son lugares de turismo religioso como la emblemática Villa de Leyva, con su imponente Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, joya arquitectónica que data del siglo XVI, y el espléndido conjunto religioso integrado por la Basílica de Nuestra Señora de Monguí y el convento-museo franciscano. Otro destino, entre muchos otros, es Jericó, ubicado en las montañas de Antioquia, célebre por ser cuna de la santa madre Laura, conocida por su labor con comunidades indígenas en las selvas del Urabá. Mompox, patrimonio de la humanidad, también destaca por sus celebraciones de Semana Santa que se suman al rico patrimonio arquitectónico y su espléndida iglesia, exponentes del barroco iberoamericano. Además, el país alberga una variedad de festividades populares de origen religioso, que integran el vasto calendario de festividades. Algunos ejemplos son las fiestas de San Francisco de Asís en Quibdó, Chocó, popularmente conocidas como fiestas de San Pacho, y las diversas fiestas de San Juan que tienen lugar en los municipios de Tolima y Huila.
Sin embargo, el auge del turismo religioso también plantea desafíos para la gestión turística de los destinos y lugares en los que tiene lugar. Este turismo suele atraer movimientos de masas que demandan un adecuado manejo y la preservación del patrimonio cultural. Es fundamental encontrar un equilibrio entre los beneficios económicos y la conservación de los valores sagrados y el patrimonio local. Para abordar estos desafíos, se necesitan acciones responsables de conservación y preservación, así como una gestión coordinada de las infraestructuras turísticas. Para ello se vienen creando organizaciones y redes de participación como, por ejemplo, la Red Mundial de Turismo Religioso, a la cual pertenece la ciudad de Buga.
En resumen, Colombia ofrece infinitas posibilidades para el turismo religioso, que posibilitan un viaje en el tiempo, un viaje hacia la fe y un viaje hacia la espiritualidad. Sin embargo, es esencial garantizar condiciones que fomenten y preserven este potencial, asegurando un equilibrio armonioso entre el desarrollo turístico y la conservación del patrimonio cultural y espiritual del país.
*Docente investigadora de la Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras de la Universidad Externado de Colombia y Ph. D.
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