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Crónica de un Yogui sesentón: el yoga como arte, ciencia, religión y filosofía

Alejandro continúa su taller enfocado en las bases filosóficas del yoga. De la mano de Rajiv y Swati, puso en práctica una idea básica: el cuerpo debe ser siempre digno de movimiento, la mente debe ser siempre digna de quietud y la respiración debe ser siempre digna de escape. Aquí su cuarta crónica de este viaje a las profunidades del yoga.

Alejandro López Mejía, especial para El Espectador
29 de octubre de 2023 - 01:05 a. m.
Rajiv, instructor de yoga en el instituto en el Norte de la India a donde llegó Alejandro López, durante una rutina de entrenamiento con cerca de 100 kilos de peso sobre sus piernas.
Rajiv, instructor de yoga en el instituto en el Norte de la India a donde llegó Alejandro López, durante una rutina de entrenamiento con cerca de 100 kilos de peso sobre sus piernas.
Foto: Alejandro López Mejía
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Esta es la crónica de un viaje al norte de India de un exbicisesentón jubilado (ver las crónicas del viaje en bicicleta por Europa de dos bicisesentones). En esta ocasión, Alejandro López Mejía se va en solitario a caminar una semana por los Himalayas y a practicar yoga tres semanas en un instituto que promueve el estudio de la filosofía del yoga y su práctica en la tradición del sabio Patanjali y esclarecida por B.K.S. Iyengar y su familia. Alejandro viajó a la India el 11 de octubre y sus crónicas, o el diario de un jubilado explorando y disfrutando su libertad, serán publicadas por El Espectador semanalmente

Además de las clases de Asana y Pranayama, estos últimos días los dediqué a la lectura para repasar las bases filosóficas del Yoga. Las lecturas me ayudaron a entender que, así como el tronco del árbol es uno solo y tiene muchas ramas, el yoga es uno y es a la vez arte, ciencia, religión y filosofía. Sin embargo, no todo fue yoga y cuentos esotéricos. Hubo también tiempo para socializar, hacer una caminata y caer en las garras de la sociedad de consumo.

Octubre 25

Hoy tuvimos el día libre hasta la clase de pranayama de la 4 de la tarde. O sea que fue otro día para hacer pereza en la cama y disfrutar de un desayuno relajado en uno de los cafés del pueblo.

Hacia las 9:30 de la mañana fuimos con Sheetal a desayunar a un café que queda cerca de Yoganga. Al llegar nos encontramos con Ian, el profesor de yoga inglés, quien estaba disfrutando de un capuchino con pancakes. Yo me pedí también un capucho y lo acompañé con una avena con banano poco austera. Conversamos un rato de nuestras vidas y preocupaciones actuales. Y en esas entró Siddharth con su esposa. Me senté con ellos un rato, recordamos en medio de sonrisas nuestro paseo a las montañas (ver crónica II de esta serie) y me ofrecí a proponerle a otros estudiantes de Yoganga que hiciéramos con ellos una caminata el sábado. Vamos a ver si resulta.

Después de la socializada, con la barriga llena y el corazón contento, me fui a mi práctica personal de Asana y Svadhyaya (lectura de temas espirituales) en los jardines de Yoganga. Como parte de mi práctica de Svadhyaya (una de las 5 subramas del Niyama —ver crónica III de esta serie), leí sobre dos perspectivas diferentes del yoga que son lo mismo pero no son iguales.

Quizás la visión menos generalizada de lo que es yoga es la visión de Patanjali (y de la filosofía sankhya). Según esta visión el yoga es antes que todo una desunión (viyoga). Es el proceso mediante el cual logramos que se separe Purusha (el espíritu universal, presente en todas partes y en cada momento) de Prakriti (el mundo del cuerpo, la mente y los sentidos).

El punto del viyoga es relativamente simple. Básicamente, un yogui persistente y serio, que logra trepar las 8 ramas del árbol del yoga y sus bifurcaciones, es capaz de que el observador (drashta) se separe de lo que se puede observar (drishya) para eliminar las angustias cotidianas (kleshas) y establecerse en su forma más sublime y pura. En otras palabras, la disociación de la mente de los sentidos y objetos sensoriales es una precondición para reconocer el espíritu que reside en cada uno de nosotros.

Por otra parte, tal vez la perspectiva más común del yoga es que el yoga es unión, la unión de la mente, el cuerpo y el espíritu. Al fin de cuentas Yoga viene de la raíz del sánscrito “yug”, que significa unir, conectar. La clase de Asana/Pranayama de la tarde me ayudó a intentar poner en práctica estas perspectivas.

Con la ayuda de Rajiv repasé la idea de que la respiración es un agente catalizador para lograr la unión con el cuerpo y la mente. Rajiv empezó con una idea básica que debe buscar el practicante de yoga (independientemente de la edad) y es que: el cuerpo debe ser siempre digno de movimiento, la mente debe ser siempre digna de quietud y la respiración debe ser siempre digna de escape —así como el agua fluye suavemente a través de una grieta (para asegurar que la respiración fluya con facilidad por el cuerpo de un estudiante de yoga, la escuela Iyengar tiende a tener como requerimiento dos años de práctica de Asana antes de empezar con clases introductorias de Pranayama).

Durante la clase, Rajiv nos puso en diferentes Asanas (bien fuera parados en la cabeza, sentados o acostados) y durante varios ejercicios nos puso a respirar en diferentes partes del cuerpo. En un ejercicio, por varios minutos, nos puso a inhalar y exhalar suavemente debajo del ombligo, a veces en una fase, otras veces en dos o tres fases (o sea con interrupciones cortas en cada ciclo de inhalación y exhalación) y nos hizo énfasis en fijarnos en el sutil momento en el que la inhalación se vuelve exhalación. Este ejercicio nos lo hizo repetir varias veces cambiando la localización de la respiración. Así, respiramos en la parte de adelante y de atrás de la cabeza, en la garganta, en el pecho y en el tórax. El número de combinaciones y permutaciones de estos ejercicios es infinito.

Poco a poco, estando en un Asana determinado, la mente se iba yendo a donde se iba la respiración y se iba aquietando. En otras palabras, la respiración (que al contrario del cuerpo y la mente no está influenciada por el género, la nacionalidad, la clase social, las limitaciones físicas, herencias genéticas, y demás) empezó a desempeñar, gracias a que fluía suavemente en el Asana en la que estábamos, un papel misterioso y mágico como agente unificador.

Al sentir esa interconexión entre el cuerpo, la mente y la respiración uno empieza a tener una mejor idea de lo que significa la ausencia de fronteras entre la mente y el cuerpo. Más aún, se entiende que se puede sentir cuando desaparece el Yo (ego) y nuestro cuerpo se convierte en un mini cosmos de paz donde no hay batallas tales como las de la virtud contra el vicio y el intelecto contra las emociones.

Desafortunadamente en nuestra vida cotidiana pocas veces paramos un segundo para darle las gracias a nuestra respiración (ese agente siempre fresco que nace cada vez que inhalamos). Si acaso, somos conscientes de que usamos la respiración para estar vivos. Al educarnos en el arte y la ciencia de las Asanas y el Pranayama, aprendemos a usar la respiración voluntariamente y, en últimas, la usamos para “ser”. Recordar lo que sentí hoy en clase, y la tecnología que me ayudó a sentirlo, es la tarea más importante que tengo en los años que me quedan de vida. Además, con disciplina, espero mejorar la experiencia.

Octubre 26

El día empezó con clase de Asana dirigida por Swati. Hoy estuvimos en varias posiciones, siempre concentrados en la respiración. En algunas ocasiones nos hizo estar en Asanas donde el flujo de la respiración se restringía. Entonces nos indicaba que tratáramos de buscar un sitio en el cuerpo donde la respiración fluyera como agua.

En varias ocasiones Swati paró la clase para mostrar como algún estudiante (incluso un profesor con experiencia) estaba desalineado (restándole gracia a la pose y potencialmente haciéndose daño). En ese momento y con gentileza lo llevaba a la posición correcta, bien fuera con instrucciones verbales, ajustes manuales o la ayuda de algún soporte.

Hoy, en cada posición indicaba los beneficios que esa Asana podía tener, y resaltaba si era contraindicada para mujeres en su período o personas con diarrea, tensión alta, dolores crónicos de espalda y otros problemas físicos. Y nos recordaba los tres niveles de búsqueda que tiene el Asana (incluso la más simple): la externa que trae firmeza en el cuerpo; la interna que trae estabilidad en la mente; y la profunda que nos da generosidad en el espíritu.

El desayuno fue en Chaaya (mi café favorito) donde compartí con Sheetal unos fideos tibetanos y me tomé dos capuchos. En la mesa estábamos con Ian, Naama y Olivier (mi amigo belga a quien conocí en una de mis visitas anteriores a Yoganga). El tema fue uno de los típicos entre estudiantes de Yoga: qué profesores han tenido, cuáles institutos son mejores, cuántas veces han asistido al instituto que fundó B.K.S Iyengar en Pune (a dos horas de Mumbai) y demás temas mundanos.

Y de ahí me fui a Yoganga a mi práctica de Svadhyaya. Leí una de las charlas que alguna vez dió B.K.S Iyengar en donde intentó aclarar que el yoga no es ni arte, ni ciencia, ni religión: es los tres (y más) al mismo tiempo. Tal como el tronco del árbol es uno solo y tiene muchas ramas, el yoga es uno pero abarca todas sus ramas al mismo tiempo.

El yoga es el arte de educarse para encontrarse a sí mismo. Y es arte cuando se practica con destreza, disciplina y guiado por principios estéticos y de satisfacción con uno mismo (los cuales nos intentan inculcar en Yoganga). No es sino ver un yogui avanzado estar en una Asana (fácil o difícil) geométricamente perfecta para considerarlo un artista en su campo.

A la vez, como nos repiten Rajiv y Swati una y otra vez, el yoga es ciencia. Es la tecnología que nos enseña, a través de las ocho ramas del árbol del yoga, a conocernos a nosotros mismos a través de experimentos, experiencias y observaciones. Sin embargo, para realmente saborear lo que esa tecnología nos ofrece, es necesario practicar disciplinadamente.

Además, como cualquier religión, el yoga tiene los códigos morales del Yama y la disciplina personal del Niyama (ver crónica III de esta serie), los cuales son una guía para la vida diaria y para la práctica del Asana y el Pranayama.

Al terminar mis lecturas, pensé en la importancia de tener disciplina para subir con determinación por las ocho ramas del árbol del yoga. Ellas abarcan los cuatro caminos espirituales del hinduismo: karma yoga (yoga de la acción y servicio generoso —ver crónica III de esta serie); bhakti yoga (yoga de la devoción —mediante el cual el yogui se rinde en devoción y amor a todo lo divino), raya yoga (yoga de la meditación —mediante el cual se calma la mente para encontrar el verdadero yo) y Jñāna yoga (yoga del intelecto —mediante el cual se utiliza el intelecto y la razón para investigar su naturaleza).

Estos cuatro caminos espirituales, como las ocho ramas del yoga, están entrelazados entre sí. Generalmente hay un camino que le resuena más a una persona que a otra. Todo depende de la naturaleza de cada quien. Sin embargo, hay elementos de cada camino que se encuentran en los otros y no es posible seguir la huella de solamente un camino.

Una vez que el yogui emprende su camino tiene la oportunidad de degustar cuál ruta le parece más dulce a sabiendas de que cualquiera que tome lo va a llevar al mismo destino: la copa del árbol. Los niños ponen moneditas todos los días en sus alcancías para acumular unos pesos al cabo de un tiempo. Así como los niños, para aquellos que tenemos todo invertido en lo efímero es clave empezar a dedicar más tiempo al estudio del yo interior y así estar más cerca a una felicidad que no sea pasajera ni sesgada por los sentidos y los objetos sensoriales.

Hacia las cuatro de la tarde, después de la práctica de Asana personal, Rajiv nos dió una charla de una hora. El tema tenía que ver con mis lecturas de ayer y, en particular, con el hecho de que el yoga está basado en la filosofía Sankhya y la visión de Patanjali. Confirmando lo que había entendido de mis lecturas, Rajiv resaltó que, de acuerdo con la filosofía Sankhya, la función del yoga es que Purusa (el espíritu, cuyo estado es invariable) deje de identificarse erróneamente con Prakriti (la materia y sus diferentes manifestaciones: intelecto, ego, mente, y los cinco sentidos, entre otros). De esta manera, el yoga nos ayuda a distinguir lo que es divino y eterno de placeres cotidianos y efímeros.

A la hora de la comida hubo un intenso debate entre Sheetal y Gopal sobre la clase de filosofía de Rajiv. Gopal, como buen ateo, básicamente dijo que todo ese cuento le parecía inverosímil y sin sustento científico. Y Sheetal, lo refutaba citando diferentes textos sagrados y las experiencia de yoguis famosos. La vaina se estaba poniendo intensa pero, al igual que noches atrás, las camas llamaron al orden pues mañana hay clase de Asana a las 7:15 de la mañana.

Octubre 27

Gopal y Abishek (el coronel) amanecieron contentos. Sri Lanka le ganó a Inglaterra en el mundial de cricket y la dejó prácticamente por fuera de las finales. La sonrisa en su cara era semejante a la que tengo cuando Inglaterra pierde y queda eliminada en los mundiales de fútbol. Por alguna razón misteriosa, a pesar del cariño que le tengo a ese país y lo mucho que me gusta su cine y su teatro, verlos perder me da una risita interior no consistente con Ahimsa (no violencia).

En fin. Lo cierto es que después del chai de Sheetal y de las sonrisas de Gopal y Abishek salimos de la casa a las 7 de la mañana a paso fuerte para llegar con tiempo al taller de Asana que dictaba Swati. De nuevo, como en días anteriores, ella nos condujo paso por paso hasta llegar a la posición final siempre enfatizando la importancia de lograr una geometría y alineación lo más perfecta posible. De esa perfección en el Asana, nos decía, va a depender nuestro éxito en las prácticas de Pranayama, Pratyahara (retraimiento de los cinco sentidos), Dharana (concentración) y Dhyana (meditación) —ver crónica III de esta serie.

El taller de hoy hizo énfasis en las posiciones más comunes cuando se está de pie. Las repetimos una y otra vez con la ayuda de diferentes soportes y al cabo de un rato las gotas de sudor empezaron a escurrir. La última media hora hicimos posiciones en las que estábamos acostados, incluida Sarvangasana (postura de la vela, que consiste en acostarse sobre la espalda, levantar las piernas y quedar apoyado en los hombros). Aunque personas con presión alta deben tener cuidado al estar en esta postura, su práctica tiene muchos beneficios, incluidos mejor digestión, mayor capacidad pulmonar, control del azúcar y disminución de la ansiedad, el estrés y la depresión.

Al terminar la clase, y gracias a la secuencia de posiciones a través de las cuales nos guió Swati, estábamos en un estado de total ecuanimidad mental y fisica. Uno de los objetivos filosóficos del yoga se había cumplido: recomponer, al menos en parte, el balance de las tres gunas (sattva, rayas y tamas).

Estas tres gunas son los elementos o cualidades que tiene Prakriti (la materia o naturaleza) en su estado más puro, es decir, antes de unirse con Purusha (el espíritu). En el estado más puro estas cualidades están en equilibrio y, por lo tanto, el estado original de la naturaleza es inactivo, estático, sereno. Sin embargo, cuando Purusha entra en contacto con Prakriti este estado de la naturaleza se perturba: en ese momento las gunas empiezan a vibrar, la naturaleza sale de su estado durmiente y empieza el proceso evolutivo.

¿Cuáles son las cualidades de las tres gunas? En el plano material, físico o biológico sattva es la esencia espiritual y la armonía, rajas es la energía y movimiento, y tamas es la inercia y la pesadez. En el plano psicológico, sattva es placidez, rajas es turbulencia y tamas es espejismo. Además sattva se asocia con el color blanco (pureza y la síntesis de todos los colores), tamas con el negro (la ausencia de color, la oscuridad y destrucción) y rajas con el rojo (actividad y deseo). Cada una de ellas causa placer, dolor o engaño.

En equilibrio las gunas están inactivas, pero al entrar en contacto con Purusa se desequilibran. Estas tres gunas están siempre presentes en todos los seres vivos y en los objetos que nos rodean pero varían en sus cantidades relativas. Para lograr el equilibrio entre las gunas, la proporción de una determinada guna se puede aumentar mediante la interacción e influencia de objetos externos, estilo de vida, prácticas y pensamientos.

Para poder subirse hasta la copa del árbol de yoga, es importante dedicar tiempo a obsérvarse a sí mismo y no reaccionar a las actividades de las gunas. Se debe hacer un esfuerzo permanente para desplazar los pensamientos y acciones que están dominados por rajas y tamas hacia un balance más acorde con las cualidades de sattva. En este proceso, hasta tener una dieta balanceada es clave.

Así, para reducir tamas, se debe dejar de dormir y comer tanto, reducir la inactividad y pasividad y dejar de comer alimentos tamásicos (como por ejemplo, carnes que son pesadas para el estómago y alimentos procesados o refinados). Para reducir las rajas se debe reducir la cantidad de ejercicio, no trabajar en exceso, dejar de oír música a todo taco, no sucumbir a la sociedad de consumo y dejar de alimentarse con comidas tamásicas, como por ejemplo fritos, picante y estimulantes como el café o el alcohol. Y para aumentar sattva se deben disfrutar actividades y ambientes que producen placer y pensamientos positivos y comer alimentos tales como vegetales o frutas.

Todas las gunas producen apego y atan a las personas a su ego. Así, aunque una meta intermedia del yogui debe ser cultivar sattva, su meta final debe ser trascender la errada identificación del “Yo” con las gunas y dejar sus ataduras con lo bueno y lo malo y los aspectos positivos y negativos de la vida cotidiana.

Al poco tiempo de estar en la clase de Pranayama empecé a darme cuenta cómo las gunas tendían a balancearse al sentir cómo el blanco del sattva empezaba a ganarle terreno al rojo de rajas y al negro de tamas. Y todo gracias a la tecnología que Rajiv estaba enseñándonos.

En esta ocasión, estuvimos en cinco Asanas por dos horas, casi todas estando sentados y rotando el tronco hacia un lado. Al contrario de una sesión de Asana en la que la respiración trabaja para perfeccionar la posición, en Pranayama la posición trabaja para que la respiración fluya con suavidad. A lo largo de varios ciclos de respiración (inhalación, exhalación y retención), y al igual que en la sesión de antes de ayer, practicamos cuatro tipos de respiración: Udana (en la cabeza), Prana (en el pecho), Samana (en el ombligo) y Apana (debajo del ombligo).

En cada uno de esos ciclos de respiración la mente se iba yendo donde iba la respiración y, poco a poco, íbamos logrando la integración de los tres para lograr un estado de estabilidad en las gunas lleno de ecuanimidad, tranquilidad y serenidad.

En realidad, sin embargo, los ejercicios de respiración fueron muchos más. A veces la inhalación y la exhalación la hicimos lentamente sin parar; a veces la hacíamos en dos o tres fases (o sea partiendo la inhalación y/o la exhalación en diferentes tramos que podían ser de tamaño homogéneo o heterogéneo); a veces era una respiración lineal que iba desde el perineo hasta el corazón, y en otras era circular en donde la inhalación subía por la parte de adelante del cuerpo y la exhalación bajaba por la espalda. Y, cuando nos acostamos y pusimos las piernas hacia un lado, hicimos que la respiración fluyera de la izquierda a la derecha (y viceversa) a la altura del ombligo.

Tal como lo había anticipado Rajiv, el estado de ecuanimidad y de integración con nosotros mismos duró poco. Una vez terminó la clase y volvimos a estar en contacto con el mundo exterior (los demás estudiantes, los micos, las últimas noticias del mundial de cricket, las motos, los pitos y tal) las gunas empezaron, poco a poco, a perder su equilibrio.

Sin embargo, me fui a dormir contento. Al fin y al cabo, después de las clases de Pranayama de esta semana, me queda más claro cuál es la tecnología que toca aprender a usar para volver a encontrar ese estado de tranquilidad y paz donde sattva se deja de esconder.

Octubre 28

Hoy tuvimos el día libre o sea que no tuvimos clases de yoga (aunque algunos fueron a Yoganga a hacer su práctica personal). En lugar de yoga hicimos una caminata de tres horas y media que ayudé a organizar. Siddharth sirvió de guía.

A las 6:30 de la mañana nos encontramos cerca a Yoganga para empezar a andar. La caminata es “vendida” como una de las caminadas favoritas de Rudyard Kipling, el escritor nacido en la India británica en la segunda mitad del siglo XIX (Kipling fue premio Nobel de literatura y El libro de la jungla es unas de sus obras más conocidas).

La caminata la hicimos casi todo el tiempo por una angosta carretera despavimentada que bordeaba las faldas de una montaña. Los bosques cubrían el camino, pasamos por caídas de agua, vimos varios tipos de pájaros y una pareja de langurs grises (micos grandes y amables, conocidos también por el nombre de micos Hanuman). A medida que subíamos la montaña, el valle de Dehradun se veía al fondo, incluidas las urbanizaciones nuevas que le dejan a uno una sensación de tristeza al ver cómo la civilización destruye la naturaleza a su alrededor.

No diría que la caminata haya sido la más hermosa. Menos aún cuando mi mente comparaba las montañas de hoy con los paisajes vistos 10 días atrás o con las montañas de Colombia, incluidos los cerros orientales de Bogotá. Sin embargo, estar en la naturaleza en compañía de gente con buena energía es siempre un regalo para el alma.

A lo largo de la caminata tuve la oportunidad de conversar, por turnos, con diferentes personas, cada una con historias de vida diferentes. Uno de ellos fue Álex, un francés de 49 años y que fue banquero privado hasta el 2009 y desde entonces se dedica al surf, el montañismo y el yoga. Desde hace 14 años reside en Santa Bárbara (California) y se la pasa viajando por el mundo descubriendo dónde están las mejores olas para deslizarse sobre ellas, recorriendo el oeste de los Estados Unidos en su camioneta sin destino fijo y estudiando yoga con los mejores profesores.

También conversé con Íngrid, Amanda y Molly. Ingrid es inglesa, jubilada y ha venido ha Yoganga en más de 20 ocasiones. En su vida laboral trabajó en la agencia inglesa encargada de regular las empresas de agua y alcantarillado. Amanda es de Taiwán, antes del Covid viajó por el mundo como guía turística y desde hace tres años empezó a estudiar yoga. Con ella, la “conversación” fue un extenso interrogatorio sobre mi experiencia con el yoga. Con Molly conversamos un poco más de nuestras vidas. Ella es australiana, profesora de primaria y hace seis meses está viajando por India y Nepal. Cuando regrese a Sydney en diciembre va a empezar un entrenamiento de dos años en yoga (en la tradición Iyengar) al lado de una profesora famosa.

Dadas las paradas a lo largo del camino, incluida una en un hotel pequeño al lado de una caída de agua y donde nos tomamos unos chai, estuvimos de regreso tipo 11 de la mañana. Con Molly e Íngrid nos sentamos en un chuzo con una bonita vista a las montañas y compartimos unos momos y unas pakoras (vegetales fritos). De ahí me fui a leer un rato a los jardines de Yoganga y después me aventuré al centro de Dehradun a comprarme unas kurtas (camisas indias que son parte central de mi ajuar y que estaban en mora de ser reemplazadas) y tratar de encontrar unos encargos que me hizo Margarita.

Al final del día, no estoy tan relajado como estaba ayer después de la clase de Pranayama. Al ser consciente de que ese estado de paz es también importante cultivarlo fuera del tapete y la clase de yoga, hoy hice esfuerzos en ese sentido. Algo de éxito tuve. Al fin de cuentas, estuve rodeado de compañeros con energía positiva, estuve en la naturaleza lejos del torrente de malas noticias en los medios de comunicación, evité la energía de las redes sociales y leí sobre temas espirituales. Sin embargo, al recomponer mi ajuar, sucumbí a la sociedad de consumo y el tráfico de regreso desde el centro de Dehradun fue más tamásico que el de Bogotá (y más dañino que las pakoras del medio día que desequilibraron un poco mi dieta de los últimos días).

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Aquí encuentra la serie completa:

Por Alejandro López Mejía, especial para El Espectador

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