El abogado que se fue a mochilear tres años por el mundo
Mi mochila se convirtió en mi casa. Todo lo que necesitaba cabía en un morral de 75 litros, y con eso me bastaba.
Felipe Villegas - @backpackinglawyer
Cali, Colombia. Tres años y siete meses después, aquí me encuentro. En el mismo aeropuerto de donde partí, el mejor lugar y quizás el mejor momento para escribir lo que pasa por mi cabeza.
Hace más de tres años tuve un sueño: viajar. Quería conocer distintos lugares, culturas, comidas, personas y, más importante aún, quería conocerme más. Ese sueño debía durar tan solo seis meses o máximo doce, pero la vida me dio la oportunidad de extenderlo.
¿Y cómo no hacerlo, si estaba viviendo las mejores experiencias? Durante mi viaje acampé en la Muralla China, compré una moto en Vietnam y luego de recorrer el país la vendí, fui a bucear con tiburones toro y ballena, viajé a dedo desde Rusia hasta París, monté en globo en Capadocia, dormí en templos budistas, conocí las pirámides en Egipto, vi los dragones de Komodo, viajé por el desierto del Sahara, visité volcanes increíbles alrededor del mundo, subí a los Himalayas e hice cursos de meditación en India, entre otras mil aventuras.
Todo eso suena muy bacano, pero este artículo busca tratar algo más trascendental. Una de las cosas más valiosas que me dejó un viaje por el mundo: la verdadera sensación de libertad.
Miro atrás y recuerdo cómo era mi vida antes de tomar la decisión de renunciar a mi trabajo de abogado para viajar por el mundo. Creo que lo tenía todo para ser feliz, según lo dicta nuestra sociedad: un trabajo estable, auto, pareja, amigos, una rutina y la lista continúa. Pero no lo era, y creo que en gran parte se debía a que no me sentía libre. Tenía miedo.
Por eso me fui a viajar. Quería hacer un alto en ese estilo de vida para vivir algo diferente y lo logré. Confieso que tuve mucho miedo al comienzo. Pasé las primeras semanas del viaje cuestionando mi decisión y mis temores se apoderaron de mí, a tal punto que me despertaba temblando. Pero no me quedaba otra que seguir; tenía que vencer el miedo y ganar esa lucha interna.
Para ello tuve que renunciar a muchas cosas, pasar mucho tiempo solo y aprender a estar bien conmigo mismo. Tomé cursos de meditación en India, Tailandia y Birmania, que me sirvieron para entender mejor mi entorno. Dejé atrás todo lo que no aportaba a mi bienestar y me concentré en el presente al máximo.
Fue el tiempo el que me empezó a dar la razón. Comencé a conocer personas muy hospitalarias que me ayudaban sin pedir nada a cambio. Visité lugares que me dejaron sin aliento, como las montañas de los Himalayas, las playas de Tailandia o los volcanes de Indonesia. A medida que los miedos empezaron a irse, todo comenzó a fluir.
Durante casi cuatro años mi mochila se convirtió en mi casa. Todo lo que necesitaba cabía en un morral de 75 litros y con eso me bastaba. De hecho, muchas veces regalaba cosas para sentirme más ligero. Los objetos materiales dejaron de ser importantes y se convirtieron en lo que son: materiales.
Cuando mis ahorros terminaron, conseguí trabajos limpiando casas y baños, y también como mesero y barista en distintos cafés. En algunos países incluso me animé a hacer caricaturas para venderlas (eran feísimas, pero las compraban por compasión).
¿Pasar de abogado a limpiar baños o vender caricaturas? Estaba feliz, era una experiencia enriquecedora. El ego y el apego disminuyen y tu percepción del mundo y de las personas cambia.
Viajé de manera muy económica durante mucho tiempo. Encontraba hospedaje gratuito con Facebook y Couchsurfing. Hacía voluntariados a cambio de alojamiento y comida y durante muchos meses me transporté a dedo.
Con el tiempo, nuevas oportunidades se presentaron y pude trabajar por internet y en redes sociales para colaborar con hoteles, hostales y operadores turísticos. De esta forma fue más fácil solventar los viajes. Igualmente creé mi blog, llamado Vagamundeando, y mi Instagram, @backpackinglawyer, para motivar a más personas a viajar y vencer sus miedos.
Cali, Colombia. Tres años y siete meses después, aquí me encuentro. En el mismo aeropuerto de donde partí, el mejor lugar y quizás el mejor momento para escribir lo que pasa por mi cabeza.
Hace más de tres años tuve un sueño: viajar. Quería conocer distintos lugares, culturas, comidas, personas y, más importante aún, quería conocerme más. Ese sueño debía durar tan solo seis meses o máximo doce, pero la vida me dio la oportunidad de extenderlo.
¿Y cómo no hacerlo, si estaba viviendo las mejores experiencias? Durante mi viaje acampé en la Muralla China, compré una moto en Vietnam y luego de recorrer el país la vendí, fui a bucear con tiburones toro y ballena, viajé a dedo desde Rusia hasta París, monté en globo en Capadocia, dormí en templos budistas, conocí las pirámides en Egipto, vi los dragones de Komodo, viajé por el desierto del Sahara, visité volcanes increíbles alrededor del mundo, subí a los Himalayas e hice cursos de meditación en India, entre otras mil aventuras.
Todo eso suena muy bacano, pero este artículo busca tratar algo más trascendental. Una de las cosas más valiosas que me dejó un viaje por el mundo: la verdadera sensación de libertad.
Miro atrás y recuerdo cómo era mi vida antes de tomar la decisión de renunciar a mi trabajo de abogado para viajar por el mundo. Creo que lo tenía todo para ser feliz, según lo dicta nuestra sociedad: un trabajo estable, auto, pareja, amigos, una rutina y la lista continúa. Pero no lo era, y creo que en gran parte se debía a que no me sentía libre. Tenía miedo.
Por eso me fui a viajar. Quería hacer un alto en ese estilo de vida para vivir algo diferente y lo logré. Confieso que tuve mucho miedo al comienzo. Pasé las primeras semanas del viaje cuestionando mi decisión y mis temores se apoderaron de mí, a tal punto que me despertaba temblando. Pero no me quedaba otra que seguir; tenía que vencer el miedo y ganar esa lucha interna.
Para ello tuve que renunciar a muchas cosas, pasar mucho tiempo solo y aprender a estar bien conmigo mismo. Tomé cursos de meditación en India, Tailandia y Birmania, que me sirvieron para entender mejor mi entorno. Dejé atrás todo lo que no aportaba a mi bienestar y me concentré en el presente al máximo.
Fue el tiempo el que me empezó a dar la razón. Comencé a conocer personas muy hospitalarias que me ayudaban sin pedir nada a cambio. Visité lugares que me dejaron sin aliento, como las montañas de los Himalayas, las playas de Tailandia o los volcanes de Indonesia. A medida que los miedos empezaron a irse, todo comenzó a fluir.
Durante casi cuatro años mi mochila se convirtió en mi casa. Todo lo que necesitaba cabía en un morral de 75 litros y con eso me bastaba. De hecho, muchas veces regalaba cosas para sentirme más ligero. Los objetos materiales dejaron de ser importantes y se convirtieron en lo que son: materiales.
Cuando mis ahorros terminaron, conseguí trabajos limpiando casas y baños, y también como mesero y barista en distintos cafés. En algunos países incluso me animé a hacer caricaturas para venderlas (eran feísimas, pero las compraban por compasión).
¿Pasar de abogado a limpiar baños o vender caricaturas? Estaba feliz, era una experiencia enriquecedora. El ego y el apego disminuyen y tu percepción del mundo y de las personas cambia.
Viajé de manera muy económica durante mucho tiempo. Encontraba hospedaje gratuito con Facebook y Couchsurfing. Hacía voluntariados a cambio de alojamiento y comida y durante muchos meses me transporté a dedo.
Con el tiempo, nuevas oportunidades se presentaron y pude trabajar por internet y en redes sociales para colaborar con hoteles, hostales y operadores turísticos. De esta forma fue más fácil solventar los viajes. Igualmente creé mi blog, llamado Vagamundeando, y mi Instagram, @backpackinglawyer, para motivar a más personas a viajar y vencer sus miedos.