El encanto natural de San Vicente del Caguán
Un destino para vivir con ganas y sin miedo. Su gastronomía, su gente y sus tierras hacen parte de la lista de cosas por descubrir. Los cinco sentidos, lo único que no puede dejar fuera del equipaje.
Marcela Díaz Sandoval - mdiaz@elespectador.com
San Vicente del Caguán tiene su propio diccionario. Su propio lenguaje. Para sus habitantes el pasado no es solo lo que ya ocurrió, sino también los recuerdos que los impulsan a salir adelante. La paz no es un acuerdo firmado, es poder salir a caminar por las calles del pueblo con una pequeña dosis de tranquilidad sin necesidad de mirar el reloj, y el amor, el amor es volverle a abrir las puertas a un país que durante años les cerró las suyas, para invitarlos a descubrir las maravillas naturales que esconden sus tierras. Su historia. Su estigma.
San Vicente del Caguán está ubicada en el departamento de Caquetá y es la segunda ciudad más importante de toda la región de la Amazonia colombiana tanto por su población (67.000 habitantes aproximadamente) como por su actividad económica, orientada a la ganadería. Allí se llega después de un vuelo de cincuenta minutos desde Bogotá que realiza la aerolínea estatal Satena, los martes y sábados, o por carretera desde otros puntos del país (Florencia o Neiva).
Si los destinos se identificaran por color, el del Caguán sería el verde, toda la gama de verdes que tiene la naturaleza. Desde el aire, desde sus calles y entre sus montañas es el protagonista. El Caguán es un lugar para todos los viajeros que prefieren los territorios aislados; la selva, el sonido del silencio, y para quienes disfrutan conocer Colombia con los sentidos: sentir el calor que dan los treinta grados de temperatura, ver cómo funciona el transporte del centro de una ciudad que no tiene semáforos, oír cómo se esconden las aves cuando cae el atardecer, saborear un sancocho de gallina recién preparado y disfrutar el olor de los puestos de comida alrededor del parque principal.
No hay operadores turísticos, no hay guías oficiales que se hayan preparado académicamente para mostrar el destino; lo que sí hay es la voluntad de sus habitantes por contar lo que durante muchos años callaron. Óscar Urriago es taxista, tiene 36 años y hasta hace dos empezó a recorrer con tranquilidad la tierra que lo vio nacer y crecer. La tierra que le enseñó que hay que mirar el pasado con perdón y el futuro con ganas.
“¿Usted sabe qué es ver cómo le quitan la vida a una mujer embarazada? ¿Cómo le disparan al amigo de toda la vida al frente suyo? ¿Cómo lo relacionan de guerrillero solo porque la cédula dice San Vicente del Caguán? Hay cosas que la mente nunca va a olvidar, pero ahí es donde uno dice: sigo lleno de odio y rencor con Colombia o me atrevo a perdonar y empiezo a mostrarles que este es un paraíso de la tierra que aún se conserva virgen. Que tiene gente buena, trabajadora y que, al igual que muchos, quiere vivir en paz”, cuenta con voz entrecortada y sentimiento en los ojos.
Óscar no se imaginó que poco tiempo después de firmado el Acuerdo de Paz los colombianos visitaran como turistas las tierras que protagonizaron tantas noticias políticas y judiciales durante años en el país. Tampoco se imaginó llegar a ser el “taxista guía” de la ciudad que, cuando puede, moviliza a los visitantes de un lado a otro para que vivan la experiencia de este lugar. Yo no me imaginé que esta fuera la mejor forma de adentrarse en un destino. Es como escuchar una radionovela y recrearla al mismo tiempo. Cada día es un capítulo.
¿Qué hacer en el Caguán?
El centro de la ciudad ofrece más actividades nocturnas que diurnas. Su zona rosa suele estar abierta cualquier día de la semana, así como los famosos “piqueteaderos”, que venden gallina, morcilla, chicharrón, pizza y arroz con pollo, alrededor del parque principal. En el día el recorrido por hacer es visitar la Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes y ver el atardecer desde el puente colgante sobre el río Caguán. Las actividades de aventura se encuentran a unos pocos kilómetros de la ciudad. Estas son las más famosas:
- Quebrada La Azufrada: está a 45 kilómetros de San Vicente del Caguán (aproximadamente a hora y media) se trata de un cañón de ocho metros de ancho que conduce a una potente pero relajante caída de agua que pueden disfrutar expertos o arriesgados nadadores. El entorno en el que se encuentra vale toda la pena. Cantos de aves, cero sonidos de carros y un ambiente casi libre de contaminación son regalos que no ofrecen las grandes ciudades.
- Cajones del Pato: es otro cañón, de 3,8 kilómetros de largo, que tiene entre 10 y 12 metros de profundidad. Por allí solo pasan los pescadores en las noches y los visitantes más arriesgados que se animan a cruzarlo en kayak.
- Saltos de la Danta y San Venancio: están ubicadas en el noroccidente de San Vicente del Caguán. La primera requiere una caminata de cerca de un kilómetro por un sendero estrecho, el paisaje es naturaleza pura y silencio total. Se trata de una ruta que pocos sanvicentunos recorren solo para bajar sus productos al pueblo. Por su parte, el salto de San Venancio es un camino rodeado de abundante vegetación.
Tres balnearios recomendados para visitar los fines de semana son: Gaitán, ubicado en la vereda Carbonal; El Pescador, ideal para disfrutar un delicioso sancocho mientras la familia se baña en los ríos de aguas transparentes, y San Venancio, con 18 años de funcionamiento.
¿Qué llevar?
- Bloqueador.
- Repelente.
- Envase para recargar agua.
- Zapatos que se puedan mojar.
Gastronomía
Los desayunos van desde los tradicionales huevos con pan o arepa hasta el caldo de costilla con bandeja de calentado. Los precios oscilan entre $3.500 y $9.500. En almuerzos la carta es más variada: va desde un “corrientazo” que cuesta $6.500 hasta platos más elaborados como costilla ahumada, sancocho de gallina, carne asada, bocachico y bagre, entre otros, por precios que alcanzan los $27.000. Un recomendado para la cena son las arepas de Villa Ferro, muy famosas en la ciudad y con precios muy económicos ($3.000 y $5.000).
San Vicente del Caguán tiene su propio diccionario. Su propio lenguaje. Para sus habitantes el pasado no es solo lo que ya ocurrió, sino también los recuerdos que los impulsan a salir adelante. La paz no es un acuerdo firmado, es poder salir a caminar por las calles del pueblo con una pequeña dosis de tranquilidad sin necesidad de mirar el reloj, y el amor, el amor es volverle a abrir las puertas a un país que durante años les cerró las suyas, para invitarlos a descubrir las maravillas naturales que esconden sus tierras. Su historia. Su estigma.
San Vicente del Caguán está ubicada en el departamento de Caquetá y es la segunda ciudad más importante de toda la región de la Amazonia colombiana tanto por su población (67.000 habitantes aproximadamente) como por su actividad económica, orientada a la ganadería. Allí se llega después de un vuelo de cincuenta minutos desde Bogotá que realiza la aerolínea estatal Satena, los martes y sábados, o por carretera desde otros puntos del país (Florencia o Neiva).
Si los destinos se identificaran por color, el del Caguán sería el verde, toda la gama de verdes que tiene la naturaleza. Desde el aire, desde sus calles y entre sus montañas es el protagonista. El Caguán es un lugar para todos los viajeros que prefieren los territorios aislados; la selva, el sonido del silencio, y para quienes disfrutan conocer Colombia con los sentidos: sentir el calor que dan los treinta grados de temperatura, ver cómo funciona el transporte del centro de una ciudad que no tiene semáforos, oír cómo se esconden las aves cuando cae el atardecer, saborear un sancocho de gallina recién preparado y disfrutar el olor de los puestos de comida alrededor del parque principal.
No hay operadores turísticos, no hay guías oficiales que se hayan preparado académicamente para mostrar el destino; lo que sí hay es la voluntad de sus habitantes por contar lo que durante muchos años callaron. Óscar Urriago es taxista, tiene 36 años y hasta hace dos empezó a recorrer con tranquilidad la tierra que lo vio nacer y crecer. La tierra que le enseñó que hay que mirar el pasado con perdón y el futuro con ganas.
“¿Usted sabe qué es ver cómo le quitan la vida a una mujer embarazada? ¿Cómo le disparan al amigo de toda la vida al frente suyo? ¿Cómo lo relacionan de guerrillero solo porque la cédula dice San Vicente del Caguán? Hay cosas que la mente nunca va a olvidar, pero ahí es donde uno dice: sigo lleno de odio y rencor con Colombia o me atrevo a perdonar y empiezo a mostrarles que este es un paraíso de la tierra que aún se conserva virgen. Que tiene gente buena, trabajadora y que, al igual que muchos, quiere vivir en paz”, cuenta con voz entrecortada y sentimiento en los ojos.
Óscar no se imaginó que poco tiempo después de firmado el Acuerdo de Paz los colombianos visitaran como turistas las tierras que protagonizaron tantas noticias políticas y judiciales durante años en el país. Tampoco se imaginó llegar a ser el “taxista guía” de la ciudad que, cuando puede, moviliza a los visitantes de un lado a otro para que vivan la experiencia de este lugar. Yo no me imaginé que esta fuera la mejor forma de adentrarse en un destino. Es como escuchar una radionovela y recrearla al mismo tiempo. Cada día es un capítulo.
¿Qué hacer en el Caguán?
El centro de la ciudad ofrece más actividades nocturnas que diurnas. Su zona rosa suele estar abierta cualquier día de la semana, así como los famosos “piqueteaderos”, que venden gallina, morcilla, chicharrón, pizza y arroz con pollo, alrededor del parque principal. En el día el recorrido por hacer es visitar la Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes y ver el atardecer desde el puente colgante sobre el río Caguán. Las actividades de aventura se encuentran a unos pocos kilómetros de la ciudad. Estas son las más famosas:
- Quebrada La Azufrada: está a 45 kilómetros de San Vicente del Caguán (aproximadamente a hora y media) se trata de un cañón de ocho metros de ancho que conduce a una potente pero relajante caída de agua que pueden disfrutar expertos o arriesgados nadadores. El entorno en el que se encuentra vale toda la pena. Cantos de aves, cero sonidos de carros y un ambiente casi libre de contaminación son regalos que no ofrecen las grandes ciudades.
- Cajones del Pato: es otro cañón, de 3,8 kilómetros de largo, que tiene entre 10 y 12 metros de profundidad. Por allí solo pasan los pescadores en las noches y los visitantes más arriesgados que se animan a cruzarlo en kayak.
- Saltos de la Danta y San Venancio: están ubicadas en el noroccidente de San Vicente del Caguán. La primera requiere una caminata de cerca de un kilómetro por un sendero estrecho, el paisaje es naturaleza pura y silencio total. Se trata de una ruta que pocos sanvicentunos recorren solo para bajar sus productos al pueblo. Por su parte, el salto de San Venancio es un camino rodeado de abundante vegetación.
Tres balnearios recomendados para visitar los fines de semana son: Gaitán, ubicado en la vereda Carbonal; El Pescador, ideal para disfrutar un delicioso sancocho mientras la familia se baña en los ríos de aguas transparentes, y San Venancio, con 18 años de funcionamiento.
¿Qué llevar?
- Bloqueador.
- Repelente.
- Envase para recargar agua.
- Zapatos que se puedan mojar.
Gastronomía
Los desayunos van desde los tradicionales huevos con pan o arepa hasta el caldo de costilla con bandeja de calentado. Los precios oscilan entre $3.500 y $9.500. En almuerzos la carta es más variada: va desde un “corrientazo” que cuesta $6.500 hasta platos más elaborados como costilla ahumada, sancocho de gallina, carne asada, bocachico y bagre, entre otros, por precios que alcanzan los $27.000. Un recomendado para la cena son las arepas de Villa Ferro, muy famosas en la ciudad y con precios muy económicos ($3.000 y $5.000).