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Un solo viaje a Ciudad Perdida puede marcar la vida para siempre. Pero completar 569 expediciones, durante 42 años, habla de una vida entregada a este territorio sagrado y escondido del cual se sabe muy poco. Este es el caso único de Wálter Hinojosa, un guía cuya memoria preserva lo que este territorio misterioso ha permitido revelar.
Él cuenta que la existencia de Ciudad Perdida, en lo profundo de la selva montañosa del Magdalena, llegó a los oídos de los habitantes de Santa Marta a mediados de los años 70. Se hablaba de tesoros, sepulcros sagrados y estructuras en piedra que pertenecían a un poblado hasta entonces desconocido por el mundo contemporáneo y, como después se supo, abandonado entre los años 1580 y 1650 d.C.
Luego de permanecer al menos cuatro siglos deshabitadas, Wálter fue una de las primeras personas en pisar estas tierras, que fueron pobladas por los taironas. Pero antes de su llegada, los guaqueros habían intentado devorar las riquezas que la vegetación protegía. Así lo demuestra una fotografía en blanco y negro que carga el guía en su maleta, una de las primeras imágenes que retratan la zona. Se observa un lugar embestido por excavaciones en busca de oro.
En 1976 el Estado colombiano llegó hasta ese punto inhóspito después de que se hicieran cada vez más fuertes los rumores de la existencia de la Ciudad Perdida, también llamada Teyuna (que en lengua kogui significa Madre Naturaleza). Tres años después, Wálter aterrizó en ese lugar como parte del equipo restaurador, pero con la ayuda de un guaquero.
“El guaquero que me llevó fue Francisco Rey. Él le informó al Estado sobre la existencia de Ciudad Perdida y el premio que recibió fue ser designado como la persona que dirigió los trabajos de restauración. Yo vivía muy cerca de él. Le insistí que me llevara a trabajar allá y él no quería, hasta que un día, aburrido, me dijo: ‘Bueno, vamos’”. Desde entonces, Wálter no ha dejado de ir, sin importar si es 24 o 31 de diciembre; siempre cuenta los días y las horas para ponerse la maleta y emprender la marcha por el camino que conoce palmo a palmo.
Wálter no recuerda una emoción más intensa que el día en que llegó por primera vez a Teyuna. Cuando sobrevolaba la cara norte de la Sierra Nevada de Santa Marta a bordo de un helicóptero, encontró una espesa selva atravesada por el río Buritaca. Allí vio cómo se levantaban, desde las laderas hasta la cresta de una colina, estructuras arqueológicas que aún hoy, transcurridas más de cuatro décadas, siguen guardando secretos.
Recuerda que entre la maleza y los desenterramientos, en un bosque húmedo y tropical, se escondían terrazas sobre planicies perfectas, anillos de viviendas y paredes de piedra viva, rodeadas por decenas de aves que revoloteaban y árboles y palmas de hasta 40 metros. Después se enteraría, a partir de la investigación arqueológica, que en el siglo XVI la zona fue habitada por alrededor de dos mil taironas, según datos con los que cuenta el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
“Me enamoré perdidamente de Teyuna. El lugar tiene una energía que brota desde la tierra; uno siente que algo lo abraza, eso es lo que me enamora: ese ambiente y su energía”, afirma Wálter. Él no duda cuando explica que este lugar sana el espíritu de quien lo visita.
Una expedición de 50 km
Wálter cuenta que el primer turista que llegó a Ciudad Perdida fue un francés despistado, a mediados de los años 80. Estaba deshidratado, llevaba la ropa hecha jirones y su piel estaba rasgada por la selva. “Lo curioso es que por donde él entró, no caminaban ni los indígenas. Nadie sabe cómo llegó. Él tampoco dio explicaciones, allá duró como seis o siete días, mientras se recuperaba”, cuenta el guía de 65 años.
Ciudad Perdida se abrió al turismo a finales de los 80, sin embargo, este destino tuvo su auge luego del lamentable secuestro de siete extranjeros, a manos del ELN, liberados luego de 100 días. A pesar de que se han hecho caminos más seguros y el hospedaje se ha adecuado para que los visitantes tengan más comodidades, la travesía implica cuatro o cinco días de caminata sobre pendientes y descensos empedrados a lo largo de 50 kilómetros, en una tierra húmeda y un calor que se hace cada vez más sofocante en el meridiano.
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En medio de estas intensas jornadas de caminata, también hay lugares en donde se encuentran piscinas naturales de aguas tan heladas como cristalinas y puntos en los que los viajeros son recibidos con frutas frescas.
El primer día de recorrido implica una caminata de siete kilómetros hasta llegar a la primera cabaña, ubicada a 450 msnm. La segunda jornada se inicia antes del amanecer y se extiende por ocho horas, cuando se completan 17 km de recorrido a 830 msnm. El tercer día se arriba a la terraza más alta de Ciudad Perdida como recompensa a la subida de 1.600 estrechos escalones construidos por los taironas.
“Hoy tenemos cabañas con luz, camas, duchas y agua. Se ofrecen almuerzos, no superespeciales, pero sí una sopita de verduras con pechuga, ensalada, arrocito, e incluso opciones vegetarianas”, explica Wálter.
Los dos últimos días se regresa sobre los pasos de las primeras jornadas, cada uno con una distancia de ocho kilómetros y, finalmente, un viaje de tres horas en carro de vuelta a orillas del mar samario.
Completar esta hazaña es algo de lo que muchos se enorgullecen. “¿Viste que sí se puede?”, es lo primero que quiere decirle Claudia Narang, una joven suiza, a su hermana. “Ella vino a Ciudad Perdida hace tres años y dijo que era muy duro, que hizo una parte del trayecto en mula porque ya no podía caminar. Creyó que no podría hacerlo, pero a paso lento, lo logró”.
Durante el recorrido, Wálter insiste en que no hay un premio por llegar primero, cada persona tiene su propio ritmo. Él marcha al paso que los turistas le imponen: si van rápido, él los alcanza para indicarles el camino; si van lento, se devuelve para darles aliento. Lo cierto es que, sin importar el ritmo, estas palabras se pronuncian al final de cada una de sus expediciones: “En el mundo hay dos tipos de personas: los que conocen Ciudad Perdida y los que quieren conocerla. Ahora ustedes son parte del selecto primer grupo”.
En cifras
30 hectáreas son ocupadas por los vestigios arqueológicos de Ciudad Perdida.
Clima
Templado, húmedo y lluvioso. De 18° C a 22° C.
Medidas por el COVID-19
- La Ciudad Perdida reabrió sus puertas al público, con todos los protocolos de bioseguridad, el 01 de diciembre de 2020.
- La capacidad máxima de visitantes se redujo a la mitad.
- Se solicita prueba de antígenos obligatoria 72 horas antes de visitar Teyuna.
Recomendaciones
- Llevar ropa cómoda y una maleta solo con lo necesario.
- Ir acompañado de un guía turístico de la región.
- Tener buen estado de salud.
- Cuidar los caminos y lugares que encuentre en el recorrido.