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El Yogui caminante y sesentón recogió el espíritu de las montañas

El viaje de Alejandro por los Himalayas comenzó con un recorrido no apto para cardíacos en jeep. Caminando por el bosque himalayuno, cruzando riachuelos de agua pura y oyendo a los pájaros cantar, entre noches a menos 6 grados centígrados y la esperanza de ver zorros voladores, con rodillas disgustadas y tobillos en peligro, su recorrido también fue un regalo para el alma. Aquí su segunda crónica antes de sumergirse en el yoga.

Alejandro López Mejía, especial para El Espectador
20 de octubre de 2023 - 07:26 p. m.
El Yogui caminante y sesentón Alejandro López Mejía en su recorrido por los Himalayas en el norte de la India.
El Yogui caminante y sesentón Alejandro López Mejía en su recorrido por los Himalayas en el norte de la India.
Foto: Cortesía de Alejandro López Mejía
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Esta es la crónica de un viaje al norte de India de un exbicisesentón jubilado (ver las crónicas del viaje en bicicleta por Europa de dos bicisesentones). En esta ocasión, Alejandro López Mejía se va en solitario a caminar una semana por los Himalayas y a practicar yoga tres semanas en un instituto que promueve el estudio de la filosofía del yoga y su práctica en la tradición del sabio Patanjali y esclarecida por B.K.S. Iyengar y su familia. Alejandro viajó a la India el 11 de octubre y sus crónicas, o el diario de un jubilado explorando y disfrutando su libertad, serán publicadas por El Espectador semanalmente.

Vivencias en los Himalayas

Los últimos días sufrí frío en medio de una nieve inesperada y sentí el espíritu de las montañas. Anduvimos por los Garhwal Himalayas (cuyo nombre proviene de la palabra garhs (fuerte), quizás en referencia a la manera como estas montañas servían de defensa de los invasores siglos atrás, incluyendo los mongoles, los punyabis y los feroces gorkhas —los famosos guerreros nepalíes. Acá está la montaña más alta de la India, el Nanda Devi (7.800 metros de altura), y los glaciares Gangotri y Pindar, entre otros. Por donde caminé (alcancé a llegar hasta 4.000 metros de altura), vi a lo lejos el pico Banderpunch (7.100 metros de altura) y la cadena de montañas nevadas llamada kanlang (picos negros), con alturas superiores a los 6.500 metros. Y tuve el honor de dormir dos noches a las orillas del lago Dodital, cuna de Ganesha uno de los Dioses más venerados en la India.

Dandalka, octubre 14

Siddharth, a quien conocí ayer (ver crónica I de esta serie), me recogió puntual en mi Airbnb de old Jodhpur a las 8 de la mañana en un Land Rover con chofer. Yo andaba recién desayunado y adormilado después de una noche de perros por el cambio de hora y creyendo que estaría con pocas energías para conversar. Sin embargo, aunque a ratos hubo silencios largos, la conversación estuvo animada en buena parte con historias de la vida de Siddharth y su familia.

Siddharth me contó que se considera de la región de Punjab y al mismo tiempo de ninguna parte. Su abuelo paterno nació y creció en la parte de Punjab que es hoy Pakistán (la división del Punjab sucedió en 1947 a raíz de la partición del país después de la independencia). Al desatarse la violencia contra los hindúes, su abuelo emigró a la India con su esposa e hijos pero, al hacerlo tarde, los campos de refugiados estaban llenos en el Punjab indio y acabó viviendo en Bangalore en el estado sureño de Karnataka. En otras palabras, su abuelo creció como un extranjero en su propia tierra, lo cual marcaría la vida de su familia.

Durante los primeros 18 años de su vida, Siddharth vivió en 13 ciudades distintas a lo largo de los 2.300 kilómetros de la frontera de la India con Pakistán (además de dos años en Tokio). Esta vida de gitano se la debe a su papá, un piloto de la fuerza aérea india que año tras año era trasladado de una base aérea militar a otra (o a la embajada japonesa como agregado militar). Siddharth vivió así, como pocos, la diversidad de este subcontinente con su variedad de religiones, idiomas, cocina, topografía, climas y demás.

Al mismo tiempo, sin embargo, como su vida había transcurrido dentro de la comodidad y homogeneidad típica de una base militar, cuando llegó a Nueva Delhi a estudiar economía en la universidad sufrió un choque brutal al descubrir el caos, la inseguridad, la pobreza y demás regalos de una gran ciudad. De una manera muy particular, su experiencia fue parecida a esa melancolía por su tierra que padece la gente de provincia cuando migra a la ciudad y la dificultad que tienen de adaptarse a esa nueva vida. Su historia, aunque muy diferente, me recordó la de un amigo indio que una vez me dijo que le había dado más duro irse de su casa en Chennai a estudiar a Nueva Delhi que irse de Nueva Delhi a vivir a Londres.

Las historias de Siddharth fueron interesantes y el paisaje montañoso puede que haya sido para una postal. Infortunadamente no todos los cuentos los pude retener y fue poco el paisaje que disfruté pues el viaje en el Land Rover fue no apto para cardíacos. Durante las primeras tres horas la carretera era tan estrecha que apenas cabía un carro (y era necesario dar reversa cuando aparecía uno en vía contraria), había precipicios a lado y lado sin ninguna barrera de protección y cada treinta metros nuestro chofer pitaba al aproximarse a una curva para avisarle a un eventual carro que tuviera cuidado para no chocar de frente. En la parte de atrás saltábamos como canguros por la cantidad de huecos que cogíamos en el jeep mientras el chofer hablaba por teléfono a velocidad imprudente, y con solo una mano al volante y con su cabeza afuera de la ventana para ver qué era el ruido que hacían los frenos (problema que aparentemente se solucionó a mitad de camino en un taller de mala muerte).

(También puede leer, del mismo autor: Atenas a Ámsterdam en bicicleta: una crónica de dos sesentones)

A las cuatro horas de viaje, después de subir y bajar montañas sin cesar y de parar en una tienda a comernos una parantha con un té con leche (o chai como dicen por acá), llegamos a un cañón a unos 1.200 metros de altura y ahí tomamos una carretera más ancha y con bastantes obras en curso (aunque no daba la impresión de que la carretera fuera a llegar a ser una autopista). Siddharth me explicó que esta carretera estaba en mejor condición que la que habíamos transitado hasta el momento pues hacía dos años había sido denominada como estratégica por parte del gobierno dado que es una vía que conduce a la China y se puede utilizar para la movilización rápida de tropas y equipo militar.

Después de una hora en esa carretera y de ver pasar uno que otro camión militar, llegamos al pueblo de Uttarkashi, a las orillas del rio Assi Ganga, donde tocaba hacer escala para tomar un jeep colectivo a Dandalka. Descansanos unas dos horas en un hotel, con ínfulas de ser bueno pero de mal gusto, esperando a que llegara Bhagyan Singh, el guía principal de la caminata por venir. La espera fue larga pues le costó mucho trabajo conseguir cupo en el último colectivo del día.

Afortunadamente al que persevera (y no sólo al que madruga) Dios le ayuda y pudimos emprender camino a Dandaka, caserío de unas 140 personas a 2.200 metros de altura donde queda la casa de Bhagyan y el dormidero de esta noche. El paseo en el jeep colectivo tuvo similitudes a la montaña rusa de terror del inicio del día pero el chofer era prudente y yo dormí las dos horas y pico que duró el trayecto. Al bajarnos caminamos media hora monte abajo hasta el caserío, atravesando cultivos de Chorlai, un grano de la región y cuya planta tiene flores lilas, y con señoras cargando paja sobre sus espaldas para darle al ganado.

Llegamos casi a las 6 de la tarde cuando estaba empezando a anochecer y comimos hacia las 8 de la noche una comida con Dahl (lentejas con tomate), sabzi (una verdura, esta vez coliflor, cocinada en salsa de tomate y cebolla) y chapati (pan asado de puro trigo). Comimos sentados en el piso en la casa de Bhagyan, la cual comparte con su hermano y familia. Es una casa muy modesta, heredada de sus papás, y tiene dos pisos: en el primero está un establo donde viven el par de vacas que tienen y en el segundo están las habitaciones, cada una con su pequeña cocina de leña.

Hoy fue poco lo que conocí a Baghyan. Su inglés es precario, casi inexistente, y su cara estuvo casi siempre cubierta con una bufanda por donde solo brillaban sus ojos negros. Me contaba Siddharth que Bhagyan es un hombre muy respetado en el pueblo. Su respeto proviene, en parte, de tener la certificación de guía de montañismo en un prestigioso instituto (para lo cual tuvo que vivir un tiempo en Uttarkashi), pero sobre todo por ser el mayor conocedor de las escrituras y rituales del hinduismo en Dandalka. Por esa razón, es la persona escogida para dirigir la puja (oraciones) durante las festividades religiosas.

Ya está tarde y es hora de irse a dormir. Hoy dormiremos en una casa que tiene Bhagyan con tres cuartos a la entrada del caserío y que le arrienda a los montañistas. La noche está clara y se ve la vía láctea fácilmente. El pronóstico es que dormiré como bebé.

Manjhi, octubre 15

Me desperté como a las 6:30 de la mañana con el arrullo de la quebrada que pasa por Dandalka. Conversé un rato con Siddharth a las afueras de la casa con la compañía de unos buenos chai mientras Bhagyan y Dhanbeer alistaban los dos caballos que cargaron la comida, las carpas, una pipeta de gas para cocinar, ollas, la vajilla y tal (Dhanbeer es primo de Bhagyan y nos servirá de arriero y cocinero; además es el dueño de las bestias, prácticamente su única posesión material). Nosotros cargamos nuestra ropa en un morral (el mío lo estrené hoy con orgullo después de una profunda investigación de Margarita que aseguró que mi morral fuera el mejor del universo).

(Quizás le interese: Así le va al sistema pensional de Colombia al compararlo con el de otros países)

Hoy es el primer día de la fiesta de Navratri durante la cual los hindúes (no todos) ayunan por nueve días (comen cuando el sol no anda por ahí y evitan utilizar cebolla y ajo, según algunos, para apaciguar el apetito sexual). Durante estos nueve días se celebran diferente tipo de puyas, dirigidas especialmente por mujeres que están vestidas con trajes de colores vistosos. Navatri termina el día de Dissehre (este año será el 24 de octubre), el cual da lugar al segundo festival más grande en el norte de la India y que celebra la muerte del demonio Ravana después del combate con Rama; muñecos de Ravana son quemados ese día (el festival más grande en el norte es Divali, el cual celebra el regreso a casa de Rama después de derrotar a Ravana y sus ejércitos — este año la celebración será el 12 de noviembre, día en el cual estaré también regresando a casa después de derrotar mi vida pecaminosa; ¡Ja!).

Hoy caminamos 12 kilómetros en cinco horas (más descansos) y subimos unos 700 metros hasta llegar al campamento de Manjhi situado a 2.900 metros de altura. El campamento está lleno de chozas (quizás unas cien) donde viven pastores nómadas durante el verano cuando traen a sus animales a pastar. Sin embargo, como ya es otoño y los pastos empiezan a marchitarse, los pastores abandonan las chozas y se llevan sus animales a tierras más bajas.

La caminata fue muy agradable. Empezamos relativamente tarde, tipo 9 de la mañana, para intentar evitar posibles encuentros con osos o leopardos (animales que bajan de las altas montañas, temprano en la mañana, a buscar comida). Anduvimos siempre por un camino de herradura con muchas piedras que hubieran sido la pesadilla para mis pies planos de no haber estado con mis botas nuevas, elegantes y muy majas. La primera hora el camino nos llevó por un terreno relativamente plano y pasamos por Agora, un caserío un poco más grande que Dandalka, mientras (cerca a un árbol sagrado adornado con telas amarillas y moradas) un sacerdote joven nos pasaba a la velocidad de la luz en dirección al lago Dodital, donde dormiremos mañana.

(Puede leer tabién: Nació mirando hacia arriba)

Hacia las 10:30 de la mañana llegamos a Bebra, el último caserío que encontramos. Ahí Siddharth y yo (y un perro que nos acompañaría por tres horas) nos tomamos un chai con unas galletas mientras esperábamos a que Bhagyan y Dhanbee llegaran con los caballos. Entre charla y charla entendí por qué Bhagyan tenía su cara cubierta ayer con una bufanda: aparentemente andaba con fiebre, escalofríos y diarrea (maluquera que solo le empezó ayer y que se ha estado tratando a punta de Bangh, la mismísima marihuana cultivada localmente). Después de media hora de espera llegaron los coequiperos con tres bestias en lugar de dos pues la que se iba a quedar sola le dió la chiripiorca y tocó traerla para que dejara de fregar.

En esas el cielo se empezó a oscurecer y los truenos empezaron a retumbar. Saqué entonces mi chaqueta amarilla impermeable y Bhagyan, dándoselas de londinense, sacó un paraguas para prestarme. Al principio me pareció anticlimático usar paraguas cuando se supone que uno está acá para sufrir, pero a medida que la lluvia arreciaba le hice reverencias al artefacto. Caminamos cuesta arriba bajo una neblina espesa y una lluvia relativamente fuerte dentro de un bosque nativo con muchos árboles grandes llamados deodhar, parecidos al pino. Era un puro bosque andino o, quizás mejor, himalayuno.

Medio empapados después de dos horas de lluvia llegamos a un kiosco con techo de lata que nos sirvió de escampadero y donde nos comimos unas paranthas que supieron a gloria. El dios Vayu estaba con nosotros y con sus soplidos nos ayudó a echar las nubes y su lluvia. Y ahí volvimos a echar pata por el camino de herradura. Vimos entonces las primeras montañas con un poco de nieve en sus cumbres, helechos al lado del camino adornados ocasionalmente por pequeñísimas plantas con flores amarilllas, rebaños de ovejas que se nos venían de frente como un tsunami, una pelea de vacas en donde la perdedora se fue de mula cuesta abajo, un águila dorada y una pareja de pájaros con colas largas, uno rojo (el macho) y el otro amarillo (la hembra). Y de repente, sin darnos cuenta, llegamos al campamento y yo me puse a escribir. Mientras tanto, Dhanbeer se puso a cocinar y Siddarth y Bhagyan armaron las carpas. Ya casi son las 6 de la tarde, la noche está que se viene y hace frío, quizás unos 5 grados centígrados. Después de la comida (el mismo dahl, sabzi y chapati de la noche anterior), la esperanza es ver unos zorros voladores que vuelan de rama en rama de los árboles (en realidad estos animales son más de la familia de la ardilla pero son del tamaño de un zorro). Vamos a ver si tenemos suerte.

Lago Dodital, octubre 16

A los zorros voladores no los vimos y no puedo decir que haya dormido como un bebé. A mi carpa entré a las 7 de la noche con las manos congeladas y tiritando de frío. Como un rayo me puse los calzoncillos largos de lana, la chaqueta de plumas (además de una camisa y chaqueta de lana que ya tenía puestas), unas medias bien calientes y, como no tenía guantes, me puse unos calcetines en las manos. Cuando me fui a meter al saco de dormir para calentarme, me encontré con la sorpresa de que la cremallera estaba dañada o sea que no la pude cerrar para quedar empaquetado como sardina en lata. Así y todo, al momentico dejé de tiritar y poco después me quedé dormido.

Fue una dormida que de profundo, nada. El frío se me metía por el lado abierto del saco de dormir cada vez que me volteaba para la izquierda. No era un frío menor: Bhagyan estima que la temperatura bajó a menos 6 grados centígrados y, cuando a medianoche fui a tomar un sorbo de mi botella, el agua estaba congelada. Frustrado y sin calor, metí la botella al saco de dormir e intenté dormir boca arriba o del lado derecho. Digamos que lo logré a ratos pero fue una larga noche que casi no cesa.

A las 5:30 de la mañana, aproveché la pipisiada de rigor para ver las últimas estrellas en el firmamento y por un minuto pensé quedarme a ver el amanecer. Sin embargo, sin remordimientos, cambié el romanticismo por el calorcito de mi dañado saco de dormir. Después de dormitar un rato sin mucho éxito, salí de la carpa a las 7 de la mañana a saludar al sol y agradecerle su presencia. Y allá, a lo lejos, vi por primera vez la cadena de montañas nevadas conocidas como Kalanag (picos negros, todos por encima de los seis mil metros de altura) y el majestuoso Banderpooch (a 7.100 metros de altura).

El desayuno (pan de molde y corn flakes con leche caliente) fue a las 8 de la mañana en la cocina improvisada en una de las chozas abandonadas por la llegada del otoño. Ya desayunados, desarmamos las carpas y empezamos a caminar pasadas las diez de la mañana. Fue una caminata corta, de unas dos horas, pues el campamento más cercano después de Dodital queda al menos ocho horas más adelante (los campamentos están donde hay riachuelos con agua para cocinar).

Al campamento en el lago Dodital, a 3.300 metros de altura, llegamos pasado el mediodía. La caminada fue semejante a la de ayer, casi siempre bajo el bosque himalayuno, cruzando riachuelos de agua pura y oyendo a los pájaros cantar. Después de una hora de caminada empezó a tronar con furia y, al llegar a un pequeño templo a la vera del camino (en honor a bhairon mandir, una diosa local que protege a los montañistas), paramos para estar preparados para la lluvia. Me puse mi chompa amarilla y los pantalones impermeables color caca y seguimos nuestro camino.

Al lago Dodital llegamos puro antes de que empezara a caer una mezcla de lluvia con nieve. Estar acá es una experiencia que probablemente le debe dar envidia a muchos indios. Dice la leyenda que en el lago Dodital nació Ganesha, uno de los dioses más venerados por los hindúes (y más allá de las fronteras de la India) y conocido por su cabeza de elefante. Dentro de sus muchos atributos se dice que ayuda a remover los obstáculos en la vida, trae buena suerte, es el patrono de las artes y las ciencias y es el ser celestial del intelecto y la sabiduría.

Ganesha, sin embargo, no es es del todo profeta en su tierra. A él lo veneran más, o al menos le hacen fiestas más bullosas, en el sur de la India; acá es una veneración más discreta, más privada. Las fiestas grandes y bullosas en el norte se hacen más en honor a Hanuman, el mico divino, y quien tiene mucho de los atributos de Ganesha (además, Hanuman es venerado por su devoción incondicional a Rama y, entre otras proezas, por liberar a Sita, la esposa de Rama, quien había sido raptada por Ravana, el demonio en persona). Yo la verdad soy medio indiferente entre Ganesha y Hanuman. A los dos me les quito el sombrero, aunque Ganesha me parece más fotogénico y confieso que mi camiseta favorita para practicar Yoga tiene su figura impresa. Después de 10 años de uso intenso, una de mis tareas pendientes es reemplazarla por una que me guste igual (así sea de Hanuman). No es tarea fácil.

Después de las bendiciones, Siddharth y yo nos refugiamos en una de las cuatro casas que están a las orillas del lago y nos sentamos al lado de la estufa de leña a calentarnos y a comer unos fideos picantes preparados por el dueño de casa, acompañados de dos chai. En vista del frío y de la nevada (que generalmente no sucede antes de diciembre), esta noche dormiremos en un cuarto que tiene la casa reservado para los visitantes (pagando tres dólares). La casa tiene un pequeño generador solar que sirve para que los dos bombillos que hay (uno de los cuales está en el cuarto) funcione por dos horas al día en esta época del año. El cuarto es pequeño, muy oscuro (solo tiene una ventana pequeña que se mantiene cerrada para que no entre el frío) y tiene cinco camas que son casi una cama comunal: tres camas están pegadas la una a la otra en un lado del cuarto y la parte donde las personas ponen los pies está unida a los pies del par de camas restantes. Tres muchachos de unos 25 años del sur de la India dormirán en el cuarto con nosotros.

La tarde la pasamos descansando tirados en las camas y viendo caer la nieve (aunque Dhanbeer nos interrumpió para invitarnos al kadi que preparó —un curry amarillo con arroz y pasta de soya—y una halva de postre). A las cinco de la tarde, cuando ya todo estaba blanco, nos fuimos al templo a participar en el aarti. En la ceremonia el sacerdote lideraba cánticos que se repetían una y otra vez y decían, en sánscrito, algo así como: “Victoria a Ganesha, quien es hijo de Parvati y Shiva”.

Hacia las siete de la noche, Bhagyan y Dhanbeer nos estaban esperando para comer Poha, unos copos de arroz cocinados suavemente con cúrcuma, maní, cebolla y sal). La cocina era improvisada y la habían armado en un kiosco destartalado de madera delgada donde pasarán la noche (no aceptaron quedarse en la casa donde dormiremos Siddarth y yo a pesar de mi insistencia y ofrecimiento de pagar por sus camas). Ahora, antes de cerrar los ojos, estoy con la ilusión de pasar una buena noche y soñar con los angelitos.

Lago Dodital, octubre 17

No soñé con los angelitos pero pasé la mejor noche desde mi llegada a la India, a veces arrullado por los ronquidos de los jóvenes del sur. Nos levantamos pasadas las siete de la mañana y, acompañados de un chai, Siddharth y yo salimos a disfrutar el paisaje cubierto por la nieve. Después del desayuno (chapati, dahl con frijoles y una avena con mucha leche), y de hacer roña con la esperanza de que se derritiera un poco la nieve y se despejara el cielo, emprendimos camino pasadas las 9:30 mañana al puerto de montaña de Darwa (a 4.000 metros de altura).

La subida fue muy empinada y dura, para qué lo voy a negar, y el cielo nunca se despejó. Caminamos siempre sobre piedras que lo hacían a uno temer por los tobillos y el camino estaba o resbaloso o con nieve. Juiciosos dimos pata sin parar y unos 30 minutos antes del puerto de montaña empezó a nevar. Al llegar al puerto el sol nos saludó por cinco minutos y, aunque pudimos ver las montañas nevadas que estaban cerca y al otro lado de la cima, los montes de los altos Himalayas con sus nieves perpetuas estaban cubiertos por las nubes. Fue una desilusión no poder ver ni el pico nevado Banderpooch ni la cadena de picos Kalanag, los cuales había visto días atrás. Se supone que la vista de esas montañas desde el puerto de Darwa era espectacular pero los Dioses no nos quisieron dar ese honor. O quizás les caí bien y me estaban invitando a volver. No sé.

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Mientras subía pensaba lo difícil que iba a ser la bajada, y lo fue. Siempre bajando de costado, con la pierna de adelante presionando fuerte el piso para no caer, las rodillas no estaban contentas al llegar a Dodital. La bajada fue un ejercicio extremo de concentración para asegurar que con cada paso el pie cayera donde tocaba para evitar una tronchada, una resbalada, una ida de mula o un traspiés que lo mandara a uno de lado montaña abajo. Y a eso se le sumó una lluvia helada mezclada con hielo que nos acompañó todo el tiempo; un pobre perro herido (quizás después de una pelea con un leopardo) se nos cruzó montaña arriba, tal vez a encontrar su fin.

Al llegar, después de cinco horas de caminada, las piernas me temblaban del cansancio y apenas tuve fuerzas para ponerme la ropa seca y meterme a la cama a descansar y calentarme. Mientras esperaba en la oscuridad a unos fideos picantes preparados por el dueño de casa, y el olor a humo de leña invadía el ambiente, me di cuenta de lo mucho que me gusta el logo de la compañía de Siddharth, el cual dice: “No venimos a las montañas para conquistarlas o alcanzar una meta, las montañas son nuestra religión; a ellas vamos a practicar nuestra fé”. Es un llamado a los montañistas a controlar su ego y buscar el espíritu divino escondido en los picos nevados y en los bosques de las montañas. El logo está inspirado en los escritos de George Malody, un montañista británico de los años 30, quien según algunos fue el primero en subir el Everest (y no Edmond Hillary y Norgey, a quienes la montaña les dio el honor de subir hasta su pico en los años cincuenta).

Dandalka, octubre 18

Después del desayuno (en lugar de chapati comimos poori, que es un pan frito hecho con trigo refinado para lograr que el pan se infle), de tomarnos las fotos de rigor con los compañeros de cuarto y de las bendiciones del sacerdote del templo, tomamos camino a las nueve de la mañana. Para evitar el frío tan espantoso que sufrimos tres noches atrás, decidimos pegarnos la patoneada de 17 kilómetros hasta Dandalka de un solo jalón. Llegamos cansados hacia las cuatro de la tarde, pero no mamados como ayer.

El día amaneció totalmente despejado; si ayer hubiera estado así, con seguridad habríamos visto el Banderpooch en todo su esplendor. Aunque hoy, al llegar a Manjhi, le volvimos a ver la puntica al hombre. Ahí en Manjhi descansamos un rato viendo las nieves perpetuas muy a lo lejos y nos volvimos a topar con los compañeros de cuarto quienes aprovecharon a tomarse varias fotos conmigo porque dizque les recordaba a Bilbo Baggins, el abuelo de Frodo, en el Señor de los Anillos.

Los montañistas tienen semejanzas con los yoguis. Hoy, al caminar por horas y horas, sin darme cuenta fui pasando de la concentración en el camino a un estado casi meditativo en que la mente queda casi medio en blanco, con distracciones intermitentes causadas por los ruidos del bosque y la intranquilidad de la misma mente. Con el Pranayama pasa algo parecido pues los ejercicios de respiración consisten en concentrarse en el movimiento de la respiración dirigido a lo largo del cuerpo y, poco a poco, se llega a un estado de meditación. Sobra decir que en mi caso pocas veces he logrado domar los movimientos de la mente. Sin embargo, en contadas ocasiones, después de una práctica excepcional, he tenido un flash del verdadero yo interior y de lo insignificante que somos en el universo.

Al llegar a Dandalka lo primero que hice fue ver cuánto había quedado ayer el partido de mi selección contra Ecuador. Y después, con cierto desconsuelo de saber que nos faltó un centavo para el peso, me pegué una bañada con totuma con un agua casi tibia. El olor a limpieza, después de días sin bañarme, fue una sensación de alivio y un augurio de dulces sueños. La comida fue en la casa de Bhagyan a las siete de la noche, sentados en el piso como siempre y comiendo lo de casi siempre (dahl de frijoles—esta vez bastante caldosos—, sabzi de coliflor y chapati), en medio de la misma luz tenue, casi imaginaria, de las casas de por acá.

Dandalka, octubre 19

En vista de que la caminata terminó ayer, este día de descanso lo aproveché para aprender un poco más de los habitantes de la región, incluida su cultura. Después de desayunar unas Paranthas deliciosas, preparadas por la esposa de Bhagyan, salimos a caminar por Dandalka y Agora (el caserío vecino), parando en casas a saludar a la gente (casi siempre mujeres) y tener una idea de su forma de vida. Nuestra primera parada larga fue en la escuela de Dandalka, la cual va hasta quinto grado de primaria.

La escuela es preciosa y tiene tres murales: uno con Lakshmi, la diosa de la riqueza, la fortuna, la fertilidad y la prosperidad; otro con un mapa del estado de Uttarakhand y sus diferentes provincias; y, el principal, un mural grande y colorido en donde estaban pintados cuatro símbolos de Uttarakhand: su árbol (el buransh, el cual tiene un fruto rojo de donde sale un jugo delicioso), su pájaro (el monal, una preciosa especie de gallina colorida), su mamífero (el kasturi, una especie de venado) y su flor (la brahma kamal, blanca con suaves tonos amarillos).

En la escuela conversamos un rato con el profesor mientras los niños tomaban un examen sobre medio ambiente sentados en el piso al frente de los murales. El profesor es un muchacho de una provincia cercana y tiene unos 25 años; estudió estadística y educación y actualmente está terminando su doctorado a distancia cerca a Jaipur (estado de Rajastán). Su ilusión es seguir siendo docente, probablemente en un nivel superior, una vez obtenga su grado de doctor. Como en tantas otras partes del mundo, nos contó lo mucho que el COVID había afectado la educación de los niños, quienes ahora en quinto grado están en un nivel semejante al de un niño de segundo grado antes de la pandemia.

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Después de la escuela fuimos al templo de Maa Kali a darle las gracias por habernos protegido durante nuestra caminata. Kali, la diosa de las montañas, representa la fortaleza de la mujer, el triunfo del bien sobre el mal y es siempre vista en obras de arte sentada encima del diablo después de haberlo matado. Se piensa que Kali vivió en los tiempos de Siva, o sea cuando se creó el mundo (Rama, en cambio, se cree que vivió muchos siglos después, alrededor de 5000 años antes de nuestra era).

Al llegar al templo, estaban celebrando el quinto día de la fiesta de Navrati. La mayoría de los fieles eran mujeres, quienes de vez en cuando tiraban al aire pequeñas flores anaranjadas. Al ritmo de un tambor afuera del templo, un sacerdote recitaba cánticos en sánscrito. Según me dijo Siddarth, los cánticos le pedían a Kali sus bendiciones para obtener los poderes de las cuatro divinidades o fuerzas del universo con las que se puede encontrar la sabiduría, o el conocimiento indestructible (Brahma vidya): Brahma (creador del universo); Visnú (quien preserva el universo); Shiva (quien destruye el universo cuando los poderes del mal han invadido su último rincón); y Brahman (quien no es realmente un Dios sino una fuerza de donde se originó el universo y de donde Brahma tomó el poder para crearlo). Las oraciones, que se oían por altoparlante y duraron horas, les recordaban a los fieles que esa sabiduría o conocimiento indestructible sólo se puede obtener a través del papá, la mamá y el gurú (guía espiritual).

Durante la caminada por Dandalka y Ágora vimos a muchas mujeres recoger las cosechas, cargarlas en su lomo y secar los granos al sol para después almacenarlos y tener comida para el invierno (y vimos a dos águilas doradas que volaron cerca de nosotros y con orgullo extendieron sus alotas dejándonos ver el dorado debajo de ellas y de su pecho). La caminada trajo a la mente cómo, en medio de esta paz de la montaña, la vida de estas comunidades es tan difícil.

En el caso de Bhagyan, por ejemplo, su trabajo de guía (que le ayuda a complementar su escaso ingreso agrícola proveniente de cultivos casi de subsistencia), está sufriendo con la competencia de empresas grandes con guías que hablan inglés y/o un hindi pulido (y no la especie de dialecto que habla él). Así y todo, Bhargyan es un privilegiado comparado con sus vecinos, que dependen de las bondades de Ganesha para salir de sus dificultades (a raíz de la mala cosecha de este año, en estos días muchos campesinos de la región irán en procesión hasta el lago Dodital llevando a Ganesha a cuestas, pidiéndole perdón por no haberlo venerado como tocaba y pidiéndole ayuda para la próxima cosecha). Son gente que la menor dificultad los lleva a la pobreza absoluta, pues algunos no tienen ni una vaca que puedan salir a vender para salir de sus afugias (aunque el gobierno tiene un programa de subsidios directos con en el cual los campesinos reciben bienes básicos).

Sin duda, la comida sencilla que disfruté estos días es un lujo sibarita para Bhagyan y los suyos. No estaría mal que tanta gente privilegiada, y que a veces ni se da cuenta, diera las gracias por lo que tiene, así no fuera a Ganesha. Estoy seguro que Bhagyan agradece todos los días su fortuna, la cual ha ayudado a que su hijo esté terminando la universidad y su hija el colegio en Uttarkashi (pueblo pequeño donde tomamos el colectivo hace unos días para venir acá).

Old Jodhpur, octubre 20

Después de ocho horas de viaje, llegamos a Dehradun hacia las tres de la tarde. Al igual que a la ida, me sentí orgulloso de no marearme en medio de tanta curva, tanto hueco y brinco, tanta subida y bajada, y agradecí que el chofer de hoy no tuviera la testosterona elevada como el anterior (el viaje de hoy fue directo desde Dandalka, o sea que no tuvimos que tomar colectivo hasta Uttarkashi).

Haber compartido estos días con Siddarth fue un privilegio que me ayudó a conocer mejor la cultura de los Himalayas y su sencillez y espiritualidad fueron un regalo para mi alma. Vi además de primera mano cómo su empresa (en la que solo trabajan él y su esposa) les está ayudando directamente a las comunidades vulnerables de las montañas. Estoy seguro de que en las próximas semanas nos volveremos a ver pues siento que él también disfrutó mi compañía. Ojalá pueda volver a vivir con él una temporada practicando su fe en las montañas. Al despedirme le deseé la mejor de las suertes a la India contra Bangladesh en el mundial de cricket (todo el país está pendiente del mundial donde India es uno de los favoritos).

Mañana sábado, al final del día, es la sesión de introducción del curso de yoga en el que estaré por tres semanas. Estoy curioso de saber si me voy a encontrar con amigos de cursos anteriores, si voy a poder sumergirme en el maravilloso mundo que trae la práctica del yoga (que es mucho más que Asanas y Pranayama) y si seré capaz de transmitir mis experiencias de manera amable y entretenida en las próximas crónicas.

Por Alejandro López Mejía, especial para El Espectador

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HF(32718)05 de noviembre de 2023 - 01:17 a. m.
Que buena crónica de viaje, estoy complacido con su lectura. Gracias.
Ros(48217)21 de octubre de 2023 - 01:24 a. m.
Que así sea…. Gracias Alejandro.
  • Alejandro(j4ltf)21 de octubre de 2023 - 10:08 a. m.
    A usted por leerme!
Beatriz(2542)20 de octubre de 2023 - 09:25 p. m.
Me encantan sus artículos y como me gustarÍa estar en su lugar!!
  • Alejandro(j4ltf)21 de octubre de 2023 - 10:08 a. m.
    Algun día cumplirá sus sueños, seguro. Gracias por tener la paciencia de leerme
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