Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Como cada último miércoles de agosto, este icónico festejo, que cumple 77 ediciones, superó sus expectativas, con más de 20.000 asistentes, entre participantes de variadas nacionalidades que han comprado su pase a 15 euros (16,68 dólares), y los vecinos, exentos de pago.
Todo para disfrutar de una fiesta que surgió casi por casualidad de la mano de unos jóvenes en 1945 y que se ha convertido en icono del municipio y de la Comunidad Valenciana, así como en una cita multitudinaria cuyas imágenes dan la vuelta al mundo por televisión y en redes sociales.
Dos horas antes el inicio de la batalla, las calles del pueblo fueron tomadas por miles de participantes ataviados con camisetas blancas -como manda la tradición- que han aguardado con impaciencia el inicio de la fiesta cogiendo fuerzas con un almuerzo, bailando o intentando hacerse con un jamón colgado al final de un palo enjabonado.
La capital mundial del tomate, ubicada al este de España y a unos 40 kilómetros de Valencia, inició su fiesta al mediodía con la tradicional carcasa que da paso al lento recorrido por apenas 400 metros de calle de los camiones con las toneladas de tomates bien maduros y jugosos, no aptos para el consumo pero perfectos como proyectiles en esta ‘batalla campal’.
Con un dispositivo especial de seguridad formado por más de 150 agentes de la Guardia Civil, la participación preventiva, por primera vez, del Consorcio de Bomberos de Valencia y varios voluntarios con petos morados como puntos contra la violencia machista, durante 60 minutos los tomates volaron en esta guerra internacional en la que todos son blanco de los tomatazos.
El presidente del gobierno regional, Carlos Mazón, se subió a un camión junto a la alcaldesa del municipio, Virgina Sanz, como se comprometió el año pasado, y contó en directo por redes sociales el festejo, a su juicio, “más internacional, no solo de Valencia y la Comunitat Valenciana sino de España”.
No faltaron las gafas de bucear como la forma más segura de proteger los ojos del ácido de los tomates -que se deben chafar antes de lanzarlos para no hacer año- ni los disfraces -de pepino, gladiador o cebolla-, las fundas para los móviles, pelos recogidos, gorros, y ropa y calzado que uno esté dispuesto a tirar.
Entre los participantes había gente llegada del resto de la comunidad y de España así como de países tan distantes como China, Estados Unidos, India, Japón, Australia, Canadá, Gran Bretaña y muchos lugares de toda Europa.
Aunque nublado, el ambiente húmedo y cálido protagonizó el día, por lo que los contendientes agradecían ser refrescados con el agua de cubos y mangueras que les tiraban desde varios puntos en la calle, ventanas y balcones de unas fachadas bien protegidas con plásticos, e incluso maderas, para aguantar este tiroteo de tomates.
El sonido de otra carcasa, que se hizo esperar unos minutos, anunció el final de la Tomatina 2024, que dejó una estampa de participantes exhaustos tras haber soltado mucha adrenalina durante una hora, con camisetas blancas en tono rosa, restos de tomate por todo el cuerpo y calles convertidas en ríos de lava roja y pringosa.
Con el olor a tomate todavía en el ambiente y la multitud desvaneciéndose del epicentro de la lucha y yendo hacia las duchas, se iniciaron las labores de limpieza de fachadas y calles que, en poco tiempo, quedaron impolutas y desinfectadas por el ácido del fruto rojo usado como artillería en esta original batalla, que ya espera con ganas su edición de 2025.