Guía rápida de Santiago de Chile
Una metrópoli llena de vida y buena comida al lado de los Andes.
Santiago La Rotta / Santiago de Chile
“La primera vez que vine a Santiago cambié mi verano por un invierno, pero valió la pena. Es una ciudad enorme. Esta es mi tercera visita”, decía uno de los cientos de turistas que en un día cualquiera se agolpan en la entrada del funicular del cerro de San Cristóbal para apreciar algunas de las mejores vistas de Santiago de Chile, una ciudad que parece abarcar todo el horizonte, como si el mundo se acabara allá donde termina Santiago.
Pero el viajero no debe temer por su imponente tamaño. La ciudad se deja navegar fácilmente a través de un metro limpio, organizado y rápido. Aquellos que la visitan por primera vez descubrirán que buena parte de los atractivos turísticos de primera línea, todos los sitios reseñados en cualquier guía de viaje, se encuentran a la distancia de una breve caminada desde casi cualquier punto del centro de Santiago. Un viaje en metro y desde ahí, a caminar.
En primer lugar se encuentra la Plaza de la Constitución, cuyo principal atractivo es el Palacio de La Moneda, un bello edificio bombardeado por tanques y aviones el 11 de septiembre de 1973, día en el que los militares se tomaron el poder. En el interior del Palacio el presidente Salvador Allende, metralleta en mano, libraría la última de sus batallas para, al final de la jornada, suicidarse. En una de las esquinas de la Plaza, su estatua se levanta como tributo a su idea de país y a un pasado que aún hoy es un tema conflictivo para muchos chilenos.
Por entre calles llenas de edificios gubernamentales, entre los que resalta la sede de los tribunales de la ciudad, se llega a la Plaza de Armas, que alberga toda suerte de artistas que ofrecen desde la clásica artesanía hasta retratos improvisados en el momento. La Plaza es dominada por la Catedral de Santiago, una iglesia soberbia con un aire gótico en su interior que, además de piedad, logra inspirar una especie de terror.
La siguiente parada puede ser el cerro de Santa Lucía, un intento de montaña en la mitad de la ciudad en cuya cima se encuentra el Castillo Hidalgo, una pintoresca construcción que sirve de sede para fiestas o eventos de beneficencia. En un lado del cerro se puede ver la cara más urbana de Santiago y, en el otro, los Andes, imponentes y con sus escarpadas cumbres cubiertas de nieve. Descansar y admirar la vista durante un buen tiempo es un sabia decisión.
Si se siente desfallecer por culpa del hambre siempre está la opción de entrar a un café cualquiera con la seguridad de encontrar algo que le devuelva una parte del alma. Sin embargo, la recomendación, si es la primera vez que está en Santiago y no dispone de mucho tiempo, es apurar el paso y dirigirse sin vacilar al Mercado Central, en donde encontrará buena comida a precios razonables. La especialidad de casi todos los lugares del Mercado es comida de mar. Los frutos del Pacífico abundan en este sitio y su frescura y sabor es, sin duda, algo que vale la pena probar.
Para terminar la tarde hay varias opciones, todas las cuales prometen llenar el corazón del viajero de buenos recuerdos. Ya sobre el borde del día es muy recomendable subir hasta el cerro de San Cristóbal para observar cómo las últimas luces de la tarde tiñen de rojo fuego los Andes. También existe la posibilidad de perderse por las callecitas de Bellavista, un barrio famoso por ser el hogar de artistas, músicos y escritores (La Chascona, una de las residencias de Neruda, queda en este sector) que han dotado al lugar de una atmósfera muy especial, mitad bohemia, mitad chic. Sobre las vías principales hay bares y cafés, por si el apetito clama por un café o una cerveza de último minuto.
Cuando ya la luz se ha ido, otra parte de Santiago despierta, llena de restaurantes para todos los paladares y presupuestos: clubes, discotecas, bares, cafés y en general toda suerte de lugares para satisfacer los apetitos y pecados de turistas y locales que salen a disfrutar de una ciudad bella que cuenta con una sólida oferta para entretener los días, los meses y la vida.
“La primera vez que vine a Santiago cambié mi verano por un invierno, pero valió la pena. Es una ciudad enorme. Esta es mi tercera visita”, decía uno de los cientos de turistas que en un día cualquiera se agolpan en la entrada del funicular del cerro de San Cristóbal para apreciar algunas de las mejores vistas de Santiago de Chile, una ciudad que parece abarcar todo el horizonte, como si el mundo se acabara allá donde termina Santiago.
Pero el viajero no debe temer por su imponente tamaño. La ciudad se deja navegar fácilmente a través de un metro limpio, organizado y rápido. Aquellos que la visitan por primera vez descubrirán que buena parte de los atractivos turísticos de primera línea, todos los sitios reseñados en cualquier guía de viaje, se encuentran a la distancia de una breve caminada desde casi cualquier punto del centro de Santiago. Un viaje en metro y desde ahí, a caminar.
En primer lugar se encuentra la Plaza de la Constitución, cuyo principal atractivo es el Palacio de La Moneda, un bello edificio bombardeado por tanques y aviones el 11 de septiembre de 1973, día en el que los militares se tomaron el poder. En el interior del Palacio el presidente Salvador Allende, metralleta en mano, libraría la última de sus batallas para, al final de la jornada, suicidarse. En una de las esquinas de la Plaza, su estatua se levanta como tributo a su idea de país y a un pasado que aún hoy es un tema conflictivo para muchos chilenos.
Por entre calles llenas de edificios gubernamentales, entre los que resalta la sede de los tribunales de la ciudad, se llega a la Plaza de Armas, que alberga toda suerte de artistas que ofrecen desde la clásica artesanía hasta retratos improvisados en el momento. La Plaza es dominada por la Catedral de Santiago, una iglesia soberbia con un aire gótico en su interior que, además de piedad, logra inspirar una especie de terror.
La siguiente parada puede ser el cerro de Santa Lucía, un intento de montaña en la mitad de la ciudad en cuya cima se encuentra el Castillo Hidalgo, una pintoresca construcción que sirve de sede para fiestas o eventos de beneficencia. En un lado del cerro se puede ver la cara más urbana de Santiago y, en el otro, los Andes, imponentes y con sus escarpadas cumbres cubiertas de nieve. Descansar y admirar la vista durante un buen tiempo es un sabia decisión.
Si se siente desfallecer por culpa del hambre siempre está la opción de entrar a un café cualquiera con la seguridad de encontrar algo que le devuelva una parte del alma. Sin embargo, la recomendación, si es la primera vez que está en Santiago y no dispone de mucho tiempo, es apurar el paso y dirigirse sin vacilar al Mercado Central, en donde encontrará buena comida a precios razonables. La especialidad de casi todos los lugares del Mercado es comida de mar. Los frutos del Pacífico abundan en este sitio y su frescura y sabor es, sin duda, algo que vale la pena probar.
Para terminar la tarde hay varias opciones, todas las cuales prometen llenar el corazón del viajero de buenos recuerdos. Ya sobre el borde del día es muy recomendable subir hasta el cerro de San Cristóbal para observar cómo las últimas luces de la tarde tiñen de rojo fuego los Andes. También existe la posibilidad de perderse por las callecitas de Bellavista, un barrio famoso por ser el hogar de artistas, músicos y escritores (La Chascona, una de las residencias de Neruda, queda en este sector) que han dotado al lugar de una atmósfera muy especial, mitad bohemia, mitad chic. Sobre las vías principales hay bares y cafés, por si el apetito clama por un café o una cerveza de último minuto.
Cuando ya la luz se ha ido, otra parte de Santiago despierta, llena de restaurantes para todos los paladares y presupuestos: clubes, discotecas, bares, cafés y en general toda suerte de lugares para satisfacer los apetitos y pecados de turistas y locales que salen a disfrutar de una ciudad bella que cuenta con una sólida oferta para entretener los días, los meses y la vida.