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La Guajira es tan grande como El Salvador y tan bella naturalmente como un paraíso sacado del cielo. Se trata de uno de los departamentos con los paisajes más raros y exuberantes de Colombia y del mundo. Allí, donde se encuentra la comunidad indígena más numerosa del país, las dunas y el océano convergen en una sola postal que ofrece fotos dignas de cualquier portada.
Desde la llegada al aeropuerto Almirante Padilla, nombre en honor a José Prudencio Padilla, quien luchó codo a codo junto a Simón Bolívar, se puede sentir la atmósfera guajira por la temperatura tan alta y el volumen del vallenato. Esta tierra ha dado algunos de los talentos más importantes en la historia de este género musical y hace parte del día a día de los guajiros.
Este lugar también es tierra de los flamencos rosados, aves tan majestuosas y elegantes como cualquier realeza en el mundo. Nacen blancos, pero con el paso de los años se pintan de su característico color gracias a la artemia salina, un crustáceo que consumen en grandes cantidades. El Santuario Flamencos Rosados, en el corregimiento de Camarones, permite ver este espectáculo, además de estar muy cerca al casco urbano de Riohacha.
Emma Obregón, odontóloga barranquillera, llegó a la capital de La Guajira hace más de 10 años para hacer sus prácticas universitarias. Con lo que no contaba es que se iba a enamorar perdidamente de este lugar. “Mis hijas crecieron acá y yo soy feliz viviendo acá. Todos me conocen a mí y yo los conozco a todos”, dice Emma con una sonrisa de oreja a oreja. Ella es la fundadora de un museo que cuenta la historia de Riohacha y de La Guajira.
Por supuesto, ella no es la única que llegó a esta tierra y nunca más quiso salir. Andrés Delgado, el cachaco como le dicen los riohacheros, trabaja en pro del turismo en la región desde hace más de 25 años. Es propietario de Kaishi Travel, agencia de viajes que junto a la Asociación de Agencias de Viajes y Turismo de La Guajira (Asovguajira) quieren impulsar el destino entre colombianos y extranjeros. “Se trata de mostrarle al mundo de lo que está hecho La Guajira y todo lo que pueden hacer acá”, dice Andrés mientras coordina a los conductores.
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Además de las maravillas de este lugar, Kaishi Travel también hace turismo regenerativo de la mano de Wilfredo Arends, quien pertenece a Asomanglar, una organización que promueve el plan de sembrar un mangle rojo en medio de Bahía Honda en Punta Gallinas, el sitio más al norte de Colombia y Sudamérica. Allá es donde el desierto y las playas vírgenes se unen para darle al mundo uno de los fenómenos naturales más apetecidos por los turistas, especialmente extranjeros.
Y es que para quienes están acostumbrados a las planicies europeas o los rascacielos neoyorquinos, el país del encanto es una aventura con la naturaleza, un amor a primera vista que parece sacado de la imaginación de los wayuus; la comunidad indígena más numerosa de Colombia. Ellos y la posada Luz Mila, ambos montados en el bus del turismo, ofrecen hospedajes en las famosas rancherías y los populares chinchorros (hamacas) para vivir la verdadera experiencia local, marcada por la escasez de agua y la resequedad del desierto, pero también el lujo de encontrar una langosta en el plato casi todos los días.
Este refinado alimento es uno de los más costosos en las grandes ciudades, pero en Punta Gallinas es un manjar tan cotidiano como la necesidad de cuidar el preciado líquido. Si en los restaurantes lujosos no se debe desperdiciar ni un bocado de la langosta, aquí, en el extremo norte de Colombia, cada gota de agua cuenta, sea para hacer turismo o simplemente vivir.
Resulta una ironía que una tierra pegada al mar no pueda resolver sus problemas hídricos, pero esa cercanía con el océano le da la mina de sal a cielo abierto más grande del país. Esta se ubica en el municipio de Manaure, pequeño territorio que provee el 70 % de la sal marina de Colombia y tiene dos plantas: una artesanal, dirigida por la comunidad local, y otra industrial, a cargo del Gobierno. De esta actividad depende buena parte de la economía de Manaure, no solo por la producción de sal, sino por la llegada de turistas a la Asociación de Guías de Manaure (Asocharma).
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Otro punto en ese mapa que dibuja la punta norte de Sudamérica es Uribia, capital indígena de Colombia. Este municipio concentra toda la actividad comercial de la Alta Guajira, zona bendecida con el desierto, pues desde aquí se provee gasolina, comida, carne y demás bienes necesarios para la vida.
Y sí Uribia es el gran centro comercial de La Guajira es gracias al legado de Maicao, la gran despensa de Colombia, por su facilidad de traer productos extranjeros. Hoy, con una realidad diferente marcada por su cercanía con Venezuela, exhibe uno de los edificios arquitectónicamente más bellos del departamento: la mezquita de Omar Ibn Al-Jattab, la tercera más grande de Latinoamérica. La gran comunidad musulmana de este pequeño territorio en medio de Colombia ha mantenido viva su tradición de los cinco rezos al día y otros que parecen haber quedado muy en el pasado y discrepan del carácter humilde de Maicao. Sin embargo, la experiencia no está completa sin la gastronomía islámica del restaurante El Oriental.
El Cabo de la Vela, un poco más turística que Punta Gallinas, parece un abrazo al alma, un lugar hecho para entrar en un viaje de introspección. El sol pareciera que besara la playa en uno de esos atardeceres que se puede ver muchas veces en fotos, pero que pocas veces se puede sentir en el corazón. La ranchería cultural Ipotshuru y la posada Utta son de esos sitios en donde el turismo no se conciben como una cuestión de cantidad, sino de calidad, cuando el verdadero viaje es consigo mismo.
Mayapo, otro sector en La Guajira, ofrece el Hotel Aiwa, un hospedaje cinco estrellas al frente de una de las playas más cristalinas y azules de la región. Su propietario, Julio Ángel, otro bogotano que vio una oportunidad laboral en este lugar y una manera de conectar con su yo interior, bien alejado del ruido y las distracciones de las grandes ciudades. “Esto es lo que las personas están buscando: un viaje con la naturaleza con la comodidad de un hotel con aire acondicionado y agua potable durante toda la estadía”; elementos que pueden parecer básicos en cualquier otro lugar del mundo, pero que aquí valen tanto como el oro.
Otro de esos lugares para los que buscan el confort a cada paso que dan está en el Hotel Waya, en Albania, municipio cercano a Barrancas. Allí donde se forjó Luis Fernando Díaz Marulanda, el futbolista que lleva el apodo y el orgullo de ser “el guajiro” hasta Liverpool (Inglaterra) y cualquier otro lugar del mundo maravillado por su gambeta made in La Guajira.
Finalmente, la punta al norte de Colombia parece un pequeño país ensimismado en la propia Colombia. La Baja, Media y Alta Guajira parecen contar una historia diferente cada una. Pero como dice Luis Libardo Uriana Gouriyu, joven wayuu que viajará a Bogotá para aprender todo lo que pueda de turismo y traerlo de vuelta para su tierra: “Aquí somos una sola nación wayuu, que también nos sentimos colombianos y orgullosos de lo que somos”. Por eso no queda más que decir sino anayawachijaa (“gracias” en wayuunaiki, la lengua wayuu) por un viaje no solo a lo más profundo de La Guajira, sino también a lo más profundo del propio ser.
*Invitación de Fontur, Kaishi Travel, Waya Guajira y operadores de La Guajira.
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