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La negociación del protocolo de Nagoya

Memoria del colombiano que lideró la adopción de este acuerdo trascendental para el avance de la ciencia genética y bioquímica.

Fernando Casas Castañeda* / Especial para El Espectador
26 de diciembre de 2010 - 01:47 a. m.
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El Protocolo de Nagoya sobre Acceso a los Recursos Genéticos y la Distribución de los Beneficios que resultan de su uso es un hito en la historia de las negociaciones internacionales al sentar las reglas del juego respecto de los genes y moléculas y su utilización a través de los avances en la biotecnología en la agricultura, la medicina, la farmacéutica, la cosmética y el cuidado de la salud, las nuevas industrias, la adaptación y mitigación del cambio climático, e incluso en la conservación de la biodiversidad.

Presidir la negociación de este Protocolo fue todo un privilegio y sin duda un honor. Todo empezó 20 años atrás, cuando trabajaba como asesor especial para asuntos ambientales del Canciller de Colombia. Preparábamos la Cumbre de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo y las negociaciones de la Convención de Cambio Climático y el Convenio sobre la Diversidad Biológica. En este proceso encontré a personas muy conocedores del tema. Uno, que recuerdo con cariño y admiración, Jorge “El Mono” Hernández, me advirtió desde un comienzo sobre la importancia de los recursos genéticos y bioquímicos: “Este es el futuro y Colombia está magníficamente dotada”, fueron sus sabias palabras.

Cuando el ministro de Medio Ambiente de Japón golpeó con fuerza su martillo sobre la mesa de la presidencia, eran ya las 3 de la madrugada del sábado 30 de octubre de 2010. Fecha y horas inolvidables. Sentí un escalofrío y una sensación de orgullo y de misión cumplida. El encargo que habíamos recibido Timothy Hodges de Canadá y Fernando Casas de Colombia en Curitiba, Brasil, en el año 2006, de conducir las negociaciones hacia la adopción de un nuevo tratado internacional, había llegado a feliz término. ¡Qué odisea!

Un intenso proceso en el que participaron 194 países en largas sesiones de trabajo. Innovamos con un diseño amigable que facilitó las negociaciones: Una mesa oval que sentaba cara a cara a los voceros de las cinco regiones de las Naciones Unidas con la posibilidad de rotar cuantas veces fuese necesario para asegurar una plena participación. Y algo más: dos representantes de cada uno de los sectores y grupos más relevantes de la sociedad civil, incluyendo las comunidades indígenas y locales, la industria, la investigación pública y los organismos no gubernamentales. Fuimos siempre transparentes, predecibles e incluyentes.

Reconociendo la complejidad que deviene del acceso, uso y beneficios de los recursos genéticos y bioquímicos, los temas más duros fueron los relacionados con el respeto de la soberanía nacional sobre estos recursos a través de las figuras del consentimiento informado previo y la certeza legal en el establecimiento de términos mutuamente acordados s.

Luchamos por encontrar fórmulas para 1) contrarrestar la práctica de la biopiratería o apropiación indebida de los recursos genéticos  a través de medidas de cumplimiento y observancia; 2) establecer sitios de control en el proceso de agregación de valor y de distribución efectiva de los beneficios; 3) establecer medidas para desarrollar capacidad nacional tanto científica y técnica como tecnológica para impulsar la biodiversidad como nueva base económica.

Pasamos de momentos de mucha tensión a instantes de euforia, de cruces de mensajes negativos y de indiferencia a frases constructivas y actitudes colaborativas. Las mujeres en las delegaciones nacionales,  conformaron un grupo de interés que no sólo aseguró la inclusión de la dimensión de género, sino que trajo sensatez y apaciguamiento en medio de acalorados debates.

Finalmente se impuso una referencia amplia a los recursos genéticos y a su utilización que asegura la inclusión de las actividades de investigación y desarrollo de la composición genética y/o bioquímica de los recursos genéticos de cualquier aplicación tecnológica que use sistemas biológicos, organismos vivos, o sus derivados, para hacer o modificar productos o procesos para un uso específico. En este contexto, uno de los mayores retos de la negociación fue el de asegurar la inclusión de los conocimientos tradicionales y los beneficios de su uso.

No podría cerrar esta reflexión sin antes reconocer el liderazgo y respeto que se ganó la delegación de Colombia en el Grupo de Países Megadiversos Afines y en el conjunto de los países participantes. Muy buen trabajo con claridad en los intereses nacionales y en la defensa de los beneficios para los países ricos en biodiversidad.

Una vez adoptado el Protocolo de Nagoya, ojalá el gobierno de Colombia firme y ratifique pronto este instrumento vital para el futuro de la biodiversidad y su aprovechamiento.

 * Copresidente Comité Intergubernamental Protocolo de Nagoya.

Por Fernando Casas Castañeda* / Especial para El Espectador

 

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