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Las cuatro estaciones de Perú

La tierra de los incas no es sólo dueña de un tesoro natural único en el mundo. También lleva en sus entrañas la pasión de una cultura milenaria que hasta hoy sigue intacta en su gente.

Jahel Mahecha Castro
10 de julio de 2013 - 11:16 a. m.
Las cuatro estaciones de Perú

“Ricas montañas, hermosas tierras, / risueñas playas, ¡es mi Perú! / Fértiles tierras, cumbres nevadas, / ríos, quebradas, ¡es mi Perú!”, cantaban tres hombres en lo alto de un mirador, al son de un cajón, una zampoña y un charango, mientras su vista se perdía en el desafiante oleaje del Pacífico. La letra de aquel vals andino no es más que el espejo del espíritu peruano, que ronda por tierras de un vasto pasado ancestral bañadas por el sol y el mar.

“Ricas montañas, hermosas tierras, / risueñas playas, ¡es mi Perú! / Fértiles tierras, cumbres nevadas, / ríos, quebradas, ¡es mi Perú!”, cantaban tres hombres en lo alto de un mirador, al son de un cajón, una zampoña y un charango, mientras su vista se perdía en el desafiante oleaje del Pacífico. La letra de aquel vals andino no es más que el espejo del espíritu peruano, que ronda por tierras de un vasto pasado ancestral bañadas por el sol y el mar.

Perú es un destino infinito y diverso. Una puerta abierta a aventureros, creyentes, escépticos y románticos. Descifrar su enigma implica conocer al menos cuatro de sus paraísos, todos distintos y fascinantes. El punto de partida está en Lima, ciudad en la que la lluvia desapareció desde 1970, pero que vive florecida por iglesias y museos que guardan valiosas piezas de arte de la cultura prehispánica. San Francisco, un convento del siglo XVII, tiene bajo sus pies las misteriosas catacumbas en las que reposan los restos de familias pudientes que pagaban por tener un poco de suelo sagrado.

A pocos kilómetros del centro histórico, donde resplandece la belleza de la Plaza de Armas y la Catedral, la ciudad moderna se toma las orillas del mar. Allí, jóvenes desafían con sus tablas la fuerza del océano y cientos de parejas caminan por el Parque del Amor para atraer la buena suerte. Los distritos de Miraflores y San Isidro engalanan la ciudad con sus blancos edificios, mientras en el municipio de Barranco plazuelas coloniales y casonas llenan de colores y bohemia las noches limeñas. Pero la capital no es ajena a los vestigios incas. Al sur, el santuario arqueológico de Pachacámac, centro ceremonial del dios “soberano del mundo”, fue uno de los oráculos más grandes del continente. Cuenta con pirámides de barro y templos que distintas culturas ocuparon hasta el asentamiento inca en el año 1500 d.C.

A 3.350 metros sobre el nivel del mar, el impecable diseño arquitectónico de Cusco se convierte en uno de los mayores atractivos de Perú, segunda estación del recorrido. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la llamada “Roma de América” se convierte cada 24 de junio, día en el que el Sol se encuentra en el punto más distante de la Tierra, en el escenario del Inti Raymi, o la Fiesta del Sol. Cerca de 600 actores se apoderan de la plaza principal y del Parque Arqueológico de Sacsayhuamán para representar una ceremonia religiosa inca en la que Pachacútec (noveno gobernante del imperio) pide al dios sol que favorezca la fecundación de la tierra, al compás de cánticos en el idioma de sus antecesores: el quechua. Fuera de este evento, las calles coloniales, las iglesias y las artesanías son otros de los atractivos de la ciudad.

Camino al Valle Sagrado de los incas el paisaje protagoniza un cuadro impecable. Cordilleras, nevados y grandes extensiones de tierra donde se cosecha el maíz más grande del mundo se mezclan con monumentos arqueológicos y pintorescos pueblos como Písac, adornado de telares y piezas de plata. Luego, desde Ollantaytambo se observan grandes palacios incas y las huellas de un importante observatorio astronómico.

El río Urubamba revela el pasaje a Machu Picchu, la ciudad eterna y estación obligatoria de todo viajero. Allí la naturaleza esconde las huellas de un imponente santuario inca rodeado de casas apiñadas, estrechas escaleras, callejones y espacios llanos para el uso agrícola. La belleza de la ciudadela se robustece con un telón de fondo conformado por montes, crestas y lomas que delatan la grandeza de los Andes. El misticismo del entorno es perfecto para la meditación y la relajación. Llamas y alpacas hacen parte del ecosistema.

La última parada, Puno, es quizás las más sorprendente. Al sur de Perú, este departamento es dueño del lago navegable más alto del planeta (3.808 msnm). Las aguas del Titicaca son mansas e inagotables. Cuando sale el sol, cuyes y conejos silvestres se escabullen por entre las rocas y el lago sagrado de los incas muestra su esplendor en medio de totoras, yanavicos, gaviotas y patos. Navegar por sus aguas heladas es sumergirse en la aventura de conocer sus joyas más preciadas: las islas flotantes de los uros, hechas a base de totoras que brotan en lo profundo del lago y que sirven de materia prima para la construcción de viviendas y balsas. El pueblo de los uros conserva sus tradiciones ancestrales bajo el idioma aimara y es de expertos artesanos.

A una hora de este paraje, la isla de Taquile es el hogar de hombres y mujeres que viven bajo el código moral inca Ama sua, ama llulla, ama quella, en español, no robarás, no mentirás y no serás perezoso. Desde lo más alto de sus montañas es posible observar la grandeza de la cordillera y los nevados bolivianos, un espectáculo que se funde con los bailes y los finos tejidos de sus pobladores.

Heredera de una cultura que se reinventa cada día, Perú sigue en la mira de turistas de todas partes del mundo que buscan contagiarse de su pasión, aprender de su legado y enamorarse de su auténtica belleza natural, que lo convierten en una verdadera obra de arte que se puede ver, tocar y vivir.

 

 

* Este artículo fue posible gracias a una invitación de Promperú y LAN.

Por Jahel Mahecha Castro

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