Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Llamado el “Mykonos español” por su semejanza con la famosa isla griega, esta localidad de casas blancas decoradas con flores se ha convertido en una de las principales atracciones del archipiélago de Baleares, punto clave del turismo en el Mediterráneo.
Una bendición para los operadores turísticos, que destacan el aire “encantador” de este poblado nacido de la imaginación del arquitecto catalán Francisco Barba Corsini, pero una fuente de preocupación para parte de los residentes, que luchan contra problemas de incivilidad.
“Todo el mundo quiere hacerse una foto aquí”, cuenta Monge, presidente de la asociación de propietarios de esta urbanización privada construida en 1972. “Nosotros no decimos no al turismo”, pero “parece a veces que somos como Disneylandia en París”, lamenta.
Detrás de él, un cartel pide a los visitantes “respeto” y “silencio”. “Los hemos puesto por todas partes”, porque “algunos turistas ponen los pies en las paredes, se suben a las terrazas” o incluso “abren las puertas para ver quién vive” en las casas, relata.
“Malestar”
Para reducir las molestias, los copropietarios decidieron recientemente limitar el acceso a sus pintorescas callejuelas de 11:00 .m. a 8:00 p.m. Pero el 15 de agosto votarán si van más allá y toman una decisión todavía más radical: cerrar la urbanización a los visitantes.
La iniciativa, sin embargo, ha despertado debate. “Está bien que restrinjan las visitas de noche. Pero si cierran totalmente el pueblo, tendrá una repercusión negativa para los comercios”, opina María Neyla Ramírez, gerente del restaurante El Patio, que pide “ser un poco flexibles”.
Una opinión que comparten numerosos turistas. Para “la gente que vive aquí, entiendo que es particular. Pero así es el turismo (...). Nos gusta ver cosas bonitas”, indica Jean-Marie Bassut, de 66 años, llegado desde el suroeste de Francia.
Óscar Monge considera legítimas estas opiniones, aunque ve que hay que plantearse acciones. No podemos tener “autocares y autocares” de turistas llegando “sin ningún tipo de regulación”, insiste el responsable de la urbanización.
Binibeca Vell no es el único lugar afectado por la masificación turística en el archipiélago. Las islas Baleares recibieron el año pasado 17,8 millones de turistas extranjeros o españoles, un récord. Y la afluencia debería aumentar este año.
“Baleares ha llegado a su límite”, reconoció a finales de mayo la presidenta de la región, la conservadora Marga Prohens, que juzgó necesario tomar en cuenta el “malestar social” para hacer el turismo “compatible con la vida de los residentes”.
“No se venden”
Hace unos días, varios miles de personas se manifestaron en las tres principales islas del archipiélago, Mallorca, Menorca e Ibiza, para reclamar medidas más eficaces contra el exceso de turismo, bajo el lema “Nuestras islas no se venden”.
Molestan la contaminación acústica, la congestión de las carreteras, la contaminación, pero principalmente el fuerte encarecimiento del precio de las viviendas en los últimos años, mientras muchos apartamentos se transformaban en alojamientos turísticos.
Frente a esta ola de descontento, las autoridades anunciaron varias medidas, como prohibir la venta de alcohol a partir de las 21H30 y su consumo en la calle (fuera de las terrazas de los bares) en varias localidades de Mallorca e Ibiza.
En Palma de Mallorca, el ayuntamiento se plantea prohibir nuevos alquileres vacacionales o limitar la llegada de determinados cruceros. Y en Ibiza las reglas que rigen los “party boats” (barcos para realizar fiestas) podrían endurecerse.
Con la vista a largo plazo, el gobierno regional creó un comité de expertos encargado de elaborar una “hoja de ruta” para el archipiélago.
Es un ejercicio delicado en una región que vive del turismo en un 45%, pero que muchos legisladores y habitantes consideran necesario.
“Nosotros queremos (...) que vengan todos los turistas” y puedan “disfrutar los paraísos naturales que tenemos aquí”, explica Joaquín Quintana, un menorquín de 51 años, contemplando las aguas tranquilas de Binibeca.
Pero “es importante encontrar un equilibrio”.