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¿Por qué visitar Palenque? Un destino donde se come la alegría

La primera estación es en un patio donde el llamado de los tambores invitan a la fiesta de la danza. Entran varios grupos de turistas, la gran mayoría extranjeros. Los ritmos de la cumbia y el mapalé se mezclan con los danzantes que terminan invitando a los asistentes al baile. Cuando terminan colocan al revés un “alegre“ o tambor mayor. Allí los asistentes dejan el dinero como agradecimiento a bailarines y músicos. El sudor se ha vuelto parte de lo cotidiano, no incómoda.

Pedro Mendoza
10 de junio de 2024 - 03:00 p. m.
La autenticidad de un destino se muestra mejor a través de las vivencias de sus habitantes.
La autenticidad de un destino se muestra mejor a través de las vivencias de sus habitantes.
Foto: Pedro Mendoza
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Son las ocho de la mañana en Cartagena, el sol es muy brillante. El transporte está ya listo. Suben una joven mujer de El Salvador, otra de Nicaragua y una estudiante de periodismo cartagenera.

“Bienvenidos. Tendremos tres horas para llegar a Palenque, disfruten del viaje y lo que será el encuentro con una cultura y tradición única y algo histórico, hace unos días dejó de ser corregimiento para convertirse en municipio”, dice la representante de la empresa que hará el transporte y la logística.

San Basilio de Palenque está en el departamento de Bolívar, camino cercano a los Montes de María y 100 metros sobre el nivel del mar. La página “Marca País”, habla de su esencia, es el primer pueblo libre de América, fundado por cimarrones que huyeron de la esclavitud en la época colonial. Detenido en el tiempo, lo hace único en el mundo.

“Más de 200 años antes de que Colombia se independizara de España, se fundaron las tierras libres de San Basilio de Palenque. En 1603 se firmó la capitulación de paz entre cimarrones y españoles. Años más tarde, en 1713, la Corona de España emitió el Decreto Real declarando aquel palenque libre de esclavitud”.

Y la historia en Palenque continua. Una lengua propia, como su música, cultura, medicina, el dolor de la muerte, la celebración de la vida. En el 2005, fue declarado Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Sus tradiciones africanas se han preservado intactas.

Al llegar todo se vuelve de otro color, de otro sabor. Víctor se acerca al grupo, será el guía durante las horas de visita. Los saluda en lengua palenquera, como una muestra de afecto y confianza, les enseña algunas frases. “Ngongorokó es amor. Kuagro, organización. Suto, nosotros”.

Les dice que su manera de hablar es algo muy importante, sus ancestros llegaron en barcos de África, se unieron y como si fuera una torre de babel juntaron lenguas africanas, castellano, portugués, inglés, francés y crearon su lengua nativa, una de las 69 que actualmente existen en Colombia. Por ella se protegieron. Solo ellos entendían aquel complejo sistema que aún hoy persiste.

Atentas están Kiara Padilla, cartagenera; Andrea Pineda, de Guatemala y Madelyn Vindel, de El Salvador. La expectativa es amplia por lo que han leído, ahora solo lo quieren vivir. Han seguido las instrucciones. Protección solar e hidratación.

La primera estación es en un patio donde el llamado de los tambores invitan a la fiesta de la danza. Entran varios grupos de turistas, la gran mayoría extranjeros. Los ritmos de la cumbia y el mapalé se mezclan con los danzantes que terminan invitando a los asistentes al baile. Cuando terminan colocan al revés un “alegre” o tambor mayor. Allí los asistentes dejan el dinero como agradecimiento a bailarines y músicos. El sudor se ha vuelto ya parte de lo cotidiano, no incómoda.

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Tener estas vivencias para un turista es algo muy importante y sucede todo el tiempo en Palenque. Se cambian los paradigmas y el visitante se integra a lo que sucede, ya no está en un tour.

“Este es el caso del turismo comunitario como el que se vive en San Basilio de Palenque, está captando la atención de viajeros tanto nacionales como internacionales. Este lugar cuenta con un contexto rico en historia, donde los residentes son los únicos capacitados para transmitir su herencia cultural, por medio de los relatos, música y gastronomía”, le dice a El Espectador María Carolina Padilla, Country Manager de Civitatis. Sostiene que ellos no crean tours, realizan turismo de experiencia que cada vez tiene más fuerza en el país.

La autenticidad de un destino se muestra mejor a través de las vivencias de sus habitantes. “Mostrarles a los viajeros del mundo la gran variedad de actividades que se encuentran en Colombia”, concluye María Carolina Padilla.

La experiencia continua se hace medio día. Víctor está con los turistas al frente a una pared donde están escritas palabras palenqueras. Como si se tratará de una clase en un gran tablero de colores, todos las repiten. “Negro, prieto. Casa, posa. Papá, tata”. Hay risas que comparten con Víctor, son más de 30 años viviendo en el territorio.

Es el momento del almuerzo. El guía les recuerda a los comensales la importancia de la gastronomía. Mientras caminan les cuenta de un libro. “Pero no es un libro cualquiera, Kumina ri Palenge pa tó paraje, ese es el título en su lengua y quiere decir Cocina palenquera para el mundo. Fue seleccionado como el mejor libro de cocina del mundo en los Gourmand World Cookbook Awards en el 2014.

El restaurante es una casa típica. Lo atienden personas amables vestidas de colores rojo, azul, verde. Pescado frito con zumo de coco, era el plato fuerte acompañado con arroz con coco. Faltaba algo muy importante, el dulce.

Aquí todos los caminos son cortos. Cerca del restaurante, en la parte de atrás de su casa, María Márquez Reyes se dedica a preparar los dulces típicos en un fogón. Cocadas, caballito de mar y el enyucado, una torta a base de yuca criolla y azúcar en el punto exacto tiene sobre una mesa.

“Soy una mujer que aprendió mucho de mi mamá, de mi abuela, estoy haciendo cocadas de coco, algunas tienen piña, otra guayaba y banano”. Está orgullosa de Palenque, le ofrece a los turistas un dulce que es una insignia. La Alegría.

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“Este es el único sitio del mundo donde la alegría se come”, le dice a El Espectador Maria.

Sonríe y dice que cuesta trabajo hacerla. “Lleva Millo, miel, panela y coco, lógico hay secretos, así es la alegría, la misma que da vivir aquí”.

El transporte llega, allí está nuevamente Vannesa Martínez, su empresa se dedica a estos viajes con turistas. Recuerda que los están esperando en el parque las palanqueras. Medelyn saca su cámara fotográfica y hace tres fotos, Kiara y Andrea tratan de repetir algunas de las palabras aprendidas.

En la plaza principal está la estatua de Benkjois Biohó, la memoria hecha presente. Se conoce como el fundador de Palenque. Vestidas de colores, seis palanqueras reciben a los turistas. Sonríen y en sus ojos es como si la felicidad nunca se hubiera ido. Algunas sobre su cabeza tienen la tradicional palangana con frutas y recitan sus pregones.

“Cuando el turista llega acá les gustan los colores de nuestros vestidos, pero deben aprender. El verde es por las montañas que nos rodean, el amarillo el sol y las energías que tienen, igual que el rojo”, dice Geralyn Cáceres. Mira con algo de nostalgia. “Los colores pueden cambiar, por ejemplo, el morado, cuando la muerte se lleva a alguien, es el luto”.

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Los secretos de vida de Palenque pertenecen solo entre ellos, conservan su identidad. Uno de ellos es la muerte que se conoce como el lumbalú. Dice la tradición que cuando alguien fallece el tamborero, el jefe del cabildo lo anuncia. Cuando un palenquero no va al África en vida, ira cuando muera.

En la casa museo musical nos recibe Andrew Padilla Julio. Le pregunto por la muerte. Hace silencio, es un hombre de música. Habla con mucho respeto del Lumbalu.

“Es un dolor colectivo, el alma del difunto va para el más allá, que para nosotros es África. Aquí en Palenque se entierra el cuerpo, pero no el alma, ella viaja con el sonido de la música, se le guía a través de cantos, lamentos para que no se quede vagando en los espacios que frecuentaba, sino que vaya a descansar a África”.

Desde la academia las visitas a referentes culturales “son muy importantes en el proceso de aprendizaje”, me dice el profesor Germán Barrios de la fundación universitaria Antonio de Arévalo. Estuvo en Palenque con sus estudiantes de géneros periodísticos. “Como dato curioso muchos de ellos, aunque viven en Cartagena no han ido a ese corazón de África”.

Sus alumnos se dedicaron al registro visual, casas, colores, calles paredes. Unos pocos escribieron. Miramos un texto de Juan Esteban Verhelst Puello, habla del turismo con base en su experiencia.

“Los palenqueros siguen luchando por mejorar sus condiciones de vida sin perder su identidad. El turismo cultural ha emergido como una posible solución, ofreciendo una fuente de ingresos mientras se promueve la cultura local”.

Habla de la atención en los procesos. “Esto debe manejarse con cuidado para evitar la explotación y la distorsión de las tradiciones auténticas. El equilibrio entre el desarrollo económico y la preservación cultural es delicado, pero los palenqueros están decididos a encontrar una manera de avanzar sin sacrificar su legado”.

Ya es hora de volver a Cartagena. Andrea dice que hablará en Guatemala del baile, las costumbres y la cultura. “Siento que debo volver a repetir, es como que algo se hubiera apoderado de mí un lenguaje universal”.

Mientras guarda su cámara fotográfica, la salvadoreña Madelyn dice. “Lo que llevan mis fotos de este día, son los colores de Palenque, representan su tierra, las casas, sus murales que hablan por sí solos y su gente. Tengo los rostros de las personas alegres, María haciendo dulces, eso no se olvida, así como la sonrisa de los bailarines”.

Kiara se despide de dos niños que tienen unas tamboras, “creo que la tradición se mantiene y seguirá viva por muchos años mas”.

Son las 4 de la tarde y el sol ha bajado, es hora de regresar. Víctor les dice. “I tan bae uto bega a Palenqe tiela ngande ri jende prieto ku kutu. Espero que vuelvan a Palenque, donde la alegría se come”.

👀🌎📄 ¿Ya está enterado de las últimas noticias del turismo en Colombia y en el mundo? Lo invitamos a verlas en El Espectador.

Por Pedro Mendoza

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