Travesía por el Amazonas en un barco de carga
Desde Manaos, en Brasil, hasta Leticia, en Colombia, recorriendo los majestuosos paisajes del río más largo del mundo. Cuatro noches y cinco días con atardeceres de colores y delfines rosados, un camino mágico, místico e imponente.
María Alejandra Castaño C. - @Malecc1
Luego de una intensa y emocionante travesía por Suramérica, el último trayecto no podía ser menor. A pesar de que sería difícil superar la majestuosidad de los paisajes naturales recorridos y la emoción de otros construidos, hicimos una apuesta por vivir un tramo del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo. Además de lo llamativo que parecía, también era la opción más económica para volver a Colombia, serían días y noches en un barco de carga, no sabíamos que nos encontraríamos, nos queríamos sorprender.
Ya habíamos visitado la Mitad del Mundo y las míticas playas oleadas de Montañita, en Ecuador; Machu Picchu y Chan Chan, una ciudad precolombina, la más grande de América y la segunda del mundo, construida en adobe, en Perú; el majestuoso Salar de Uyuni, en Bolivia; el imponente desierto de Atacama, en Chile; las maravillosas Cataratas de Iguazú, en Argentina; y el palpitante estadio Maracaná en plena final del Mundial de Brasil 2014, solo por mencionar algunas de las emocionantes paradas. Con el corazón en Latinoamérica, era momento de volver a casa.
Manaos, la última ciudad de nuestro recorrido por Brasil y el último destino internacional que viviríamos, es la capital del estado de Amazonas y está ubicada en el centro de la selva tropical más grande del mundo. Los jugos de arazá, camu - camu, copoazú, açaí, solo por mencionar algunas, recién cogidas de los árboles; el pescado fresco del río y las artesanías, en el mercado municipal, que es patrimonio nacional; el Teatro Amazonas, los museos, parques y la sabrosura y calidez de los manauaras, permiten que los sentidos empiecen a despertarse.
Nunca supimos el valor exacto del trayecto entre Manaos y Tabatinga, (esta ciudad brasileña es donde finaliza el trayecto, desde ahí se cruza por tierra a Leticia), cuando uno llega al puerto, ubicado en el centro histórico de la ciudad, y a pesar de que hay taquillas y algunos precios en un tablero, hay personas que se agrupan para ofrecer trayectos largos, cortos, en lancha rápida o en el tradicional barco de carga.
A algunos extranjeros también les ofrecen este tramo como un “cómodo crucero por el Amazonas”, con tres comidas incluidas y así suben los precios, pero no se deje engañar, si bien, las tres comidas están incluidas y los paisajes son tan lindos como los que se podrían ver en cualquier crucero de lujo, las comodidades disminuyen al hacer el trayecto en un barco de carga, que su principal función es transportar comida, bebidas, electrodomésticos y hasta motos, y no turistas.
Un día antes de que el barco saliera fuimos a comprar los tiquetes y nos dijeron que desde esa misma noche nos podíamos quedar en la embarcación, nos ahorraríamos el hostal, cualquiera puede hacerlo si ya ha comprado su pasaje y sabe cuál es su barco. De saberlo antes hubiéramos llegado con unos reales de más a Colombia. Empezaba la aventura.
La dormida en el barco es en hamacas, cada pasajero debe llevar la suya y colgarla en el segundo o tercer piso (el primero está lleno de carga), es fácil conseguirla, a las afueras del puerto, o en el mercado hay muchas opciones. También nos aconsejaron llevar agua, paquetes de galletas o de papas, y hasta de pronto algunos enlatados.
Si bien el trayecto incluye tres comidas, los horarios son estrictos, y extremos. El desayuno se sirve a las 6:00 a.m., el almuerzo a las 11:00 a.m., y la cena a las 5:00 p.m., el menú no es muy variado, pero nutritivo. Por las mañanas suelen dar café con leche, algo de fruta y panes con mantequilla. Las comidas y las cenas siempre son arroz, espagueti, frijol, farofa (harina de mandioca, muy tradicional de Brasil) y a veces, pollo.
Durante todo el viaje hay agua potable, fría y caliente, y café. Aunque recomiendan no consumirla, porque no es totalmente potable. A nosotros nunca nos pasó nada, pero mejor prevenir.
La rutina en el barco tampoco cambia mucho. Algunas horas dormimos, otras leemos, cantamos, jugamos cartas, tomamos cachaza y conversamos con la gente. A veces también da tiempo de bajarse en algunos de los pequeños puertos por los que pasa el barco y donde desembarcan algunos productos.
La travesía por Suramérica no pudo tener un mejor final. La monotonía de la comida y algunas incomodidades con los baños se olvidan, al ver, cada tarde en silencio, como cae el sol. Nunca vimos atardecer más lindos, todas las tonalidades de rojos, naranjas, amarillos y hasta morados, generaban una infinita plenitud. Además, como si fuera común, como si soñáramos despiertos, mientras llegaba la noche salían delfines rosados a rodear el barco. Es como un gran show de bailarinas de ballet, con sus tutús rosados, que saltan con tal delicadeza y elegancia, que pareciera que quedaran elevadas en el aire. Los delfines del Amazonas llenan de magia cualquier corazón.
Gabriel García Márquez no lo pudo describir mejor. Dicha inspiración fue la descripción del barco en que Florentino Ariza intentó olvidar a Fermina Daza en ‘El Amor en los tiempos del Cólera’: “y en la proa una sala de estar abierta sobre el río con barandales de madera bordada y pilares de hierro, donde colgaban de noche sus hamacas los pasajeros del montón”.
Los colores del universo, mágicos y naturales. El sol da paso a la luna, como cada día espera la noche, soñando siempre con que el sol vuelva a salir. ¡Seamos felices, viajeros, esto va muy rápido!
Luego de una intensa y emocionante travesía por Suramérica, el último trayecto no podía ser menor. A pesar de que sería difícil superar la majestuosidad de los paisajes naturales recorridos y la emoción de otros construidos, hicimos una apuesta por vivir un tramo del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo. Además de lo llamativo que parecía, también era la opción más económica para volver a Colombia, serían días y noches en un barco de carga, no sabíamos que nos encontraríamos, nos queríamos sorprender.
Ya habíamos visitado la Mitad del Mundo y las míticas playas oleadas de Montañita, en Ecuador; Machu Picchu y Chan Chan, una ciudad precolombina, la más grande de América y la segunda del mundo, construida en adobe, en Perú; el majestuoso Salar de Uyuni, en Bolivia; el imponente desierto de Atacama, en Chile; las maravillosas Cataratas de Iguazú, en Argentina; y el palpitante estadio Maracaná en plena final del Mundial de Brasil 2014, solo por mencionar algunas de las emocionantes paradas. Con el corazón en Latinoamérica, era momento de volver a casa.
Manaos, la última ciudad de nuestro recorrido por Brasil y el último destino internacional que viviríamos, es la capital del estado de Amazonas y está ubicada en el centro de la selva tropical más grande del mundo. Los jugos de arazá, camu - camu, copoazú, açaí, solo por mencionar algunas, recién cogidas de los árboles; el pescado fresco del río y las artesanías, en el mercado municipal, que es patrimonio nacional; el Teatro Amazonas, los museos, parques y la sabrosura y calidez de los manauaras, permiten que los sentidos empiecen a despertarse.
Nunca supimos el valor exacto del trayecto entre Manaos y Tabatinga, (esta ciudad brasileña es donde finaliza el trayecto, desde ahí se cruza por tierra a Leticia), cuando uno llega al puerto, ubicado en el centro histórico de la ciudad, y a pesar de que hay taquillas y algunos precios en un tablero, hay personas que se agrupan para ofrecer trayectos largos, cortos, en lancha rápida o en el tradicional barco de carga.
A algunos extranjeros también les ofrecen este tramo como un “cómodo crucero por el Amazonas”, con tres comidas incluidas y así suben los precios, pero no se deje engañar, si bien, las tres comidas están incluidas y los paisajes son tan lindos como los que se podrían ver en cualquier crucero de lujo, las comodidades disminuyen al hacer el trayecto en un barco de carga, que su principal función es transportar comida, bebidas, electrodomésticos y hasta motos, y no turistas.
Un día antes de que el barco saliera fuimos a comprar los tiquetes y nos dijeron que desde esa misma noche nos podíamos quedar en la embarcación, nos ahorraríamos el hostal, cualquiera puede hacerlo si ya ha comprado su pasaje y sabe cuál es su barco. De saberlo antes hubiéramos llegado con unos reales de más a Colombia. Empezaba la aventura.
La dormida en el barco es en hamacas, cada pasajero debe llevar la suya y colgarla en el segundo o tercer piso (el primero está lleno de carga), es fácil conseguirla, a las afueras del puerto, o en el mercado hay muchas opciones. También nos aconsejaron llevar agua, paquetes de galletas o de papas, y hasta de pronto algunos enlatados.
Si bien el trayecto incluye tres comidas, los horarios son estrictos, y extremos. El desayuno se sirve a las 6:00 a.m., el almuerzo a las 11:00 a.m., y la cena a las 5:00 p.m., el menú no es muy variado, pero nutritivo. Por las mañanas suelen dar café con leche, algo de fruta y panes con mantequilla. Las comidas y las cenas siempre son arroz, espagueti, frijol, farofa (harina de mandioca, muy tradicional de Brasil) y a veces, pollo.
Durante todo el viaje hay agua potable, fría y caliente, y café. Aunque recomiendan no consumirla, porque no es totalmente potable. A nosotros nunca nos pasó nada, pero mejor prevenir.
La rutina en el barco tampoco cambia mucho. Algunas horas dormimos, otras leemos, cantamos, jugamos cartas, tomamos cachaza y conversamos con la gente. A veces también da tiempo de bajarse en algunos de los pequeños puertos por los que pasa el barco y donde desembarcan algunos productos.
La travesía por Suramérica no pudo tener un mejor final. La monotonía de la comida y algunas incomodidades con los baños se olvidan, al ver, cada tarde en silencio, como cae el sol. Nunca vimos atardecer más lindos, todas las tonalidades de rojos, naranjas, amarillos y hasta morados, generaban una infinita plenitud. Además, como si fuera común, como si soñáramos despiertos, mientras llegaba la noche salían delfines rosados a rodear el barco. Es como un gran show de bailarinas de ballet, con sus tutús rosados, que saltan con tal delicadeza y elegancia, que pareciera que quedaran elevadas en el aire. Los delfines del Amazonas llenan de magia cualquier corazón.
Gabriel García Márquez no lo pudo describir mejor. Dicha inspiración fue la descripción del barco en que Florentino Ariza intentó olvidar a Fermina Daza en ‘El Amor en los tiempos del Cólera’: “y en la proa una sala de estar abierta sobre el río con barandales de madera bordada y pilares de hierro, donde colgaban de noche sus hamacas los pasajeros del montón”.
Los colores del universo, mágicos y naturales. El sol da paso a la luna, como cada día espera la noche, soñando siempre con que el sol vuelva a salir. ¡Seamos felices, viajeros, esto va muy rápido!