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Estos conceptos no faltan en todo discurso, en toda política y en toda estrategia, lo que no quiere decir que necesariamente se apliquen. Se trata de desarrollar una actividad turística que mantenga los recursos, que no los agote, que no se devore a sí misma. La sostenibilidad no es una cualidad del turismo, es una condición “sine qua non”, intrínseca, no se entendería lo contrario, por eso sobra el apelativo, el turismo tiene que ser sostenible, como el trabajo tiene que ser honrado.
Es la sostenibilidad ambiental a la que siempre se recurre, pero hay otras dos que siguen en importancia, que no son tan obvias, pero que cada vez adquieren más valor: la social y la cultural. ¿De qué sirve el turismo como actividad económica si no contribuye a mejorar el nivel de vida de la comunidad y de su entorno?
El turismo es víctima y victimario, interdependientes, doble responsabilidad. El turismo contribuye con el 8 % de la emisión de gases efecto invernadero, dióxido de carbono, principalmente, y mayoritariamente por el transporte. Como meta, hacia donde deberían conducir nuestros esfuerzos, ONU Turismo ha propuesto carbono cero en 2050, pero lo que está sucediendo es todo lo contrario, porque como vamos, en 2030, ya nuestra “contribución” será no del 8 %, sino del 10 %, por eso se impone, más allá de los debates, foros y ponencias tomar medidas efectivas, que los destinos adopten como religión la sostenibilidad ambiental y se fijen con los prestadores de servicios turísticos metas verificables de ahorro de energía, procesos de electrificación que conduzcan a la sustitución de fuentes de energía como carbón, petróleo o gas por renovables como solar, eólica o geotérmica, así como manejo ambiental de residuos sólidos, de aguas lluvias y residuales, prohibición de plástico de un solo uso, o plástico cero en las playas.
Para este propósito se debe trabajar con los gremios en programas de certificaciones de sostenibilidad con incentivos y plazos precisos. Hay que anotar que hasta ahora estos programas voluntarios no han tenido éxito y que el porcentaje de establecimientos certificados es bajísimo. Para remontar esos índices las exigencias deben ser cumplibles y deben buscarse maneras de rebajar los altos costos administrativos de estos procesos y formas de certificación o validación alternativos y eficaces.
Pero no toda la carga debe estar en la oferta. Sin un viajero consciente del daño que puede causar, o mejor que puede evitar, no se logrará, en lo que al turismo compete, ganar la lucha contra el cambio climático. La tarea de la gobernanza turística debe estar también enfocada en trabajar mediante la promoción y la educación en la cultura y mentalidad de un nuevo turista responsable, el que no desperdicia comida en el todo incluido, porque “ya está todo pago”, ni el que exige lo que no hace en su casa, que le cambien toallas y sábanas todos los días, y por el contrario, se debe crear un nuevo turista que se preocupa, como lo hace en su hogar, de apagar la luz o el aire acondicionado cuando no se requiere, que no arroja basura en la calle, que desecha adecuadamente el plástico o el icopor, si es que debe usarlo, y claro, no lo lleva a la playa, ni al río, ni al parque natural, ni se derrite en la ducha o agua caliente a todo vapor, que prefiere los establecimientos certificados en sostenibilidad, que sabe que toda acción suya, por mínima que sea, contribuye a detener el deterioro de la naturaleza y que no se limita a no dejar huella de carbono, sino que con su conducta logra dejar el lugar mejor que antes de visitarlo, lo que llaman ahora turismo regenerativo.
*Director de Turismo Sostenible del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF).
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