Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Miles de ellas bordean cada año la extensa costa brasileña durante el invierno austral, en su travesía desde la Antártida hasta las cálidas aguas del estado de Bahía, en el noreste de Brasil, donde se aparean.
"Es como ver un gran espectáculo de danza: la fluidez y la ligereza que tienen en cada movimiento es deslumbrante", dice emocionada Romina Fonseca, una médica brasileña, de 49 años, a pocos metros de tres ejemplares que nadan juntos.
Ella forma parte de una expedición de avistamiento de ballenas, una de las primeras que se realizan en el litoral de Niterói, en la región metropolitana de Río. Estar aquí es un “privilegio”, asegura.
Desde un pequeño barco, el grupo trata de captar con sus teléfonos los impresionantes lomos redondeados que dieron origen al mote de "jorobadas", las largas aletas pectorales y la especie de nudos en las cabezas que distinguen a estos colosales mamíferos, que pueden llegar a pesar 36 toneladas.
Conocidas también como ballenas yubartas, se encuentran en todos los océanos y mares del planeta, y recorren hasta 25.000 kilómetros cada año en sus migraciones.
En Brasil se les puede ver entre mayo y noviembre, antes de que retornen a la Antártida a alimentarse, explica Thiago Ferrari, de la ONG Amigos da Jubarte y quien organiza las expediciones en asociación con la alcaldía de Niteroi.
Además del disfrute, la idea es concienciar a los turistas sobre la protección de los océanos y la fauna marina.
El experto recuerda que la especie (Megaptera novaeangliae) casi se extingue a finales de la década de 1980 debido a la caza.
Pero gracias a la prohibición en varios países del mundo, incluido Brasil, y los esfuerzos de conservación de varias ONG, la población creció hasta 30.000 individuos y ahora está reocupando áreas de las que había desaparecido.
"Estos animales son importantes desde el punto de vista educativo, turístico y científico. Es una especie insignia o paraguas, porque es un animal sumamente carismático, a través del cual podemos realizar diversas acciones de conservación de otras especies que comparten el mismo ecosistema que él", explica Ferrari.
Pero este no es el único motivo de deleite por estos días en la ciudad de Rio: el mar, tradicionalmente azul, adquirió un espectacular color turquesa.
La ausencia simultánea de oleaje y de lluvias ha dejado ver aguas cristalinas que evocan las playas mansas del Caribe, algo inusual en las cariocas, donde es común ver plantada la bandera roja de alerta para los bañistas.