Doña Juana: 20 años de una tragedia que no se supera
El 27 de septiembre de 1997 se registró la más grande emergencia sanitaria de la ciudad, tras el derrumbe de un millón 200 mil toneladas de basuras del relleno sanitario. Al menos tres localidades del sur de Bogotá resultaron afectadas por la exposición de desechos orgánicos, químicos e industriales.
Juan David Moreno Barreto
Como si se tratara de un volcán en erupción, un millón 200 mil toneladas de basura del relleno Doña Juana se precipitaron en cuestión de minutos sobre el cauce del río Tunjuelo. Eran las 4:00 p.m. del sábado 27 de septiembre de 1997, hace exactamente 20 años, cuando la emergencia sanitaria puso en alerta al menos 20 barrios de Ciudad Bolívar, Usme y Tunjuelito. (LEA: El drama de vivir a 200 metros del relleno)
La basura de la Zona II del relleno arrastró con árboles, piedras, una retroexcavadora que se encontraba parqueada cerca de la zona de descargue. En ese momento, una decena de trabajadores y dos carros del consorcio de Aseo Capital estaban sobre la plataforma. Por fortuna, no lograron ser alcanzados por los escombros. “Cuando comenzó a caer la basura, salió un líquido oscuro, como agua sucia. No sé qué era, pero ayudaba a que los desechos bajaran más rápido”, dijo entonces Juan Aguirre, habitante del barrio Monteblanco (Usme). (Galería: Así fue el derrumbe registrado hace 20 años)
En 1997, en el relleno sanitario se depositaban a diario entre 4.500 y 5.000 toneladas de basura, correspondientes a una población que se acercaba a los 6 millones de habitantes. Eso quiere decir que el derrumbe representaba la mitad de la cantidad de desechos que se producían en un año en Bogotá. De acuerdo con la denuncia que interpusieron 1.472 personas en contra del Distrito y el operador Proactiva, quedaron expuestos al aire libre toda clase de residuos tóxicos: orgánicos, como tejidos de piel, sangre y órganos; químicos (material radioactivo y medicamentos), e industriales provenientes de curtiembres, como plomo o mercurio. (LEA: 631.000 personas esperan indemnización tras el derrumbe en Doña Juana)
Los afectados denunciaron enfermedades respiratorias, gastrointestinales, dolores abdominales y de cabeza, afectación en los bronquios, así como sangrado por boca y nariz. El médico Francisco Martínez, quien entonces trabajaba en el hospital de Usme, dijo dentro del proceso que por este tipo de dolencias se disparó la atención de pacientes, debido a que cada galeno recibía a diario entre 35 y 40 personas de todas las edades y todos los géneros. La Secretaría de Salud informó que entre el día de la emergencia y el 15 de diciembre de ese año realizaron 24.324 consultas en 37 barrios de la zona de influencia.
Los habitantes de la zona impactada, que se manifestaron frente a Doña Juana, atribuyeron estos problemas a las emanaciones de gas sulfhídrico, gas metano, amoniaco y vapores de azufre, y a la presencia de plagas, que produjeron las basuras que permanecían a la intemperie. “Esa noche no pude dormir por el olor; hicimos sahumerios para mitigarlo, pero era insoportable. Después empezó a causar escozor en la garganta, hubo personas a quienes les produjo náuseas y fuertes dolores de cabeza, constantes. Esa situación se prolongó por seis meses. Aunque algunas noches aumentaba, ese olor era fastidioso, más picante que el que se sentimos por primera vez”, dijo Enrique Cañón, vecino del sector. (LEA: ¿Qué hacer con el relleno Doña Juana)
Los habitantes de la zona de influencia del relleno les atribuyeron problemas de salud a las emanaciones de gas sulfhídrico, gas metano, amoniaco y vapores de azufre. Archivo-El Espectador.
Cinco años antes, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo advirtió que no se previnieron problemáticas como la conducción de lixiviados y que el área adquirida para Doña Juana fue “técnicamente inferior”, debido a las condiciones hidrológicas desfavorables, la escarpada topografía y la inestabilidad.
La avalancha no sólo les dió la razón, sino que exacerbó la incertidumbre frente a la situación del medio ambiente, el suelo, los recursos hídricos, el aire y la salud pública. Tras el derrumbe, se habló entonces de “consecuencias inimaginables durante los próximos 25 años”.
El 18 de diciembre de 1997, el Distrito canceló el contrato con Prosantana –encargada de administrar y operar el relleno–, al considerar que no cumplió con los diseños acordados en la firma del convenio; permitió que se depositara más basura de la capacidad; aumentó el tamaño de las celdas, y no homogeneizó los desechos. Entre tanto, se realizaron labores de readecuación del terreno y la basura que reposaba sobre el cauce del Tunjuelo fue empezada a subir de nuevo.
Mientras para la ciudad esta decisión fue el cierre de un capítulo de una emergencia sin precedentes, para los habitantes del área de influencia del relleno sanitario Doña Juana las problemáticas que entonces denunciaron aún no han perdido vigencia.
Retorne aquí al especial Doña Juana 20 años de la catástrofe ambiental
Como si se tratara de un volcán en erupción, un millón 200 mil toneladas de basura del relleno Doña Juana se precipitaron en cuestión de minutos sobre el cauce del río Tunjuelo. Eran las 4:00 p.m. del sábado 27 de septiembre de 1997, hace exactamente 20 años, cuando la emergencia sanitaria puso en alerta al menos 20 barrios de Ciudad Bolívar, Usme y Tunjuelito. (LEA: El drama de vivir a 200 metros del relleno)
La basura de la Zona II del relleno arrastró con árboles, piedras, una retroexcavadora que se encontraba parqueada cerca de la zona de descargue. En ese momento, una decena de trabajadores y dos carros del consorcio de Aseo Capital estaban sobre la plataforma. Por fortuna, no lograron ser alcanzados por los escombros. “Cuando comenzó a caer la basura, salió un líquido oscuro, como agua sucia. No sé qué era, pero ayudaba a que los desechos bajaran más rápido”, dijo entonces Juan Aguirre, habitante del barrio Monteblanco (Usme). (Galería: Así fue el derrumbe registrado hace 20 años)
En 1997, en el relleno sanitario se depositaban a diario entre 4.500 y 5.000 toneladas de basura, correspondientes a una población que se acercaba a los 6 millones de habitantes. Eso quiere decir que el derrumbe representaba la mitad de la cantidad de desechos que se producían en un año en Bogotá. De acuerdo con la denuncia que interpusieron 1.472 personas en contra del Distrito y el operador Proactiva, quedaron expuestos al aire libre toda clase de residuos tóxicos: orgánicos, como tejidos de piel, sangre y órganos; químicos (material radioactivo y medicamentos), e industriales provenientes de curtiembres, como plomo o mercurio. (LEA: 631.000 personas esperan indemnización tras el derrumbe en Doña Juana)
Los afectados denunciaron enfermedades respiratorias, gastrointestinales, dolores abdominales y de cabeza, afectación en los bronquios, así como sangrado por boca y nariz. El médico Francisco Martínez, quien entonces trabajaba en el hospital de Usme, dijo dentro del proceso que por este tipo de dolencias se disparó la atención de pacientes, debido a que cada galeno recibía a diario entre 35 y 40 personas de todas las edades y todos los géneros. La Secretaría de Salud informó que entre el día de la emergencia y el 15 de diciembre de ese año realizaron 24.324 consultas en 37 barrios de la zona de influencia.
Los habitantes de la zona impactada, que se manifestaron frente a Doña Juana, atribuyeron estos problemas a las emanaciones de gas sulfhídrico, gas metano, amoniaco y vapores de azufre, y a la presencia de plagas, que produjeron las basuras que permanecían a la intemperie. “Esa noche no pude dormir por el olor; hicimos sahumerios para mitigarlo, pero era insoportable. Después empezó a causar escozor en la garganta, hubo personas a quienes les produjo náuseas y fuertes dolores de cabeza, constantes. Esa situación se prolongó por seis meses. Aunque algunas noches aumentaba, ese olor era fastidioso, más picante que el que se sentimos por primera vez”, dijo Enrique Cañón, vecino del sector. (LEA: ¿Qué hacer con el relleno Doña Juana)
Los habitantes de la zona de influencia del relleno les atribuyeron problemas de salud a las emanaciones de gas sulfhídrico, gas metano, amoniaco y vapores de azufre. Archivo-El Espectador.
Cinco años antes, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo advirtió que no se previnieron problemáticas como la conducción de lixiviados y que el área adquirida para Doña Juana fue “técnicamente inferior”, debido a las condiciones hidrológicas desfavorables, la escarpada topografía y la inestabilidad.
La avalancha no sólo les dió la razón, sino que exacerbó la incertidumbre frente a la situación del medio ambiente, el suelo, los recursos hídricos, el aire y la salud pública. Tras el derrumbe, se habló entonces de “consecuencias inimaginables durante los próximos 25 años”.
El 18 de diciembre de 1997, el Distrito canceló el contrato con Prosantana –encargada de administrar y operar el relleno–, al considerar que no cumplió con los diseños acordados en la firma del convenio; permitió que se depositara más basura de la capacidad; aumentó el tamaño de las celdas, y no homogeneizó los desechos. Entre tanto, se realizaron labores de readecuación del terreno y la basura que reposaba sobre el cauce del Tunjuelo fue empezada a subir de nuevo.
Mientras para la ciudad esta decisión fue el cierre de un capítulo de una emergencia sin precedentes, para los habitantes del área de influencia del relleno sanitario Doña Juana las problemáticas que entonces denunciaron aún no han perdido vigencia.
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