Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Quién es el hijo de Miyerlander Barreto o el de Carmen Cecilia Torres? ¿Cuáles eran los sueños de Bertha Carvajal, la hermana de Luis Fernando? ¿A quiénes amaron? ¿Cómo vivieron la última mañana o la última tarde que precedió a su desaparición?
En Colombia hay millones de preguntas sin respuestas por los más de 80.000 desaparecidos que ha puesto el conflicto armado en 60 años, según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica. Pero sus familiares no quieren que sean solo cifras o archivos acumulados en cuartos de la Fiscalía. Quieren hablar por ellos, recordar sus nombres, que el país comprenda que todas las vidas valen, que sus seres queridos vivían su propia historia antes de que los desaparecieran.
Perfiles de la desaparición en Norte de Santander es un libro hecho con 97 familias de Cúcuta y Tibú, y parte de los recuerdos de la infancia, los gustos y las alegrías de quienes desaparecieron.
“Nosotros vivimos en un territorio en donde a la sociedad no le importan los desaparecidos. Aquí han normalizado y naturalizado todo, no solamente del tema de desaparición, sino también el crimen y el delito”, asegura Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar.
También lea: Las trabas que no permiten esclarecer la desaparición forzada en la Comuna 13
“A las familias les preocupa mucho sentir que no se habla del tema, que se vuelva invisible, que pasen los días y no ocurra nada, por eso tienen claro que difundiendo y visibilizando hay posibilidades de que pase algo”, agrega.
Bajo esta idea nació el libro. Los cien relatos fueron escritos por las familias a lo largo de un año con el acompañamiento de la Fundación Progresar y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que financió el diseño y la publicación. Algunas de las personas se tomaron la escritura del relato como un ejercicio íntimo con sus familias, un momento de integración para recordar y reivindicar la memoria de su ser querido.
En este departamento, cuenta Wilfredo, la desaparición forzada no para. “En el 2018 desaparecieron a una persona cada tres días. No cesa este crimen ni tampoco la falta de respuesta de las autoridades. De los 600 casos que lleva la Fundación, el 99,4 % está en la impunidad. Solo en el 0,6 % ha habido algún tipo de respuesta de la Fiscalía”.
Tibú y Cúcuta son los casos más alarmantes de desaparición en el departamento. Según Medicina Legal, el año pasado se denunciaron 29 desaparecidos en Tibú y 159 en Cúcuta.
A lo largo de la frontera con Venezuela hay presencia de bandas criminales como la Línea y la Frontera, reductos del paramilitarismo como los Rastrojos y grupos armados como el Eln, el Epl y las disidencias de las Farc.
Varias de las personas que protagonizan las historias de este libro fueron desaparecidas hace menos de dos años, después de firmado el Acuerdo de Paz con las Farc. Muchos de los casos ocurrieron en las trochas ilegales que comunican a los dos países tras el cierre de la frontera, como la Isla del Escobal, o los que conducen a las ciudades venezolanas de San Antonio y Ureña, por ejemplo.
El martes 9 de julio, las familias se reunieron en la biblioteca pública Julio Pérez Ferrero de Cúcuta para recibir el libro en un evento organizado por la Fundación Progresar y el PNUD. Asistieron más de 200 personas, todas con camisas o pancartas con la foto de su familiar.
Algunos aprovecharon para exigir que no haya más impunidad. Fue el caso de Diego Arévalo, quien tenía ocho años cuando las Farc desaparecieron a su padre, Efraín, en el 2001; Doris Martínez, hermana de Nelly, desaparecida en octubre de 2018; Natalia Barragán, hija de Sergio, quien desapareció en el 2017 después de que dos hombres abordaran el taxi que manejaba, y Carmen Cecilia Torres, quien lleva nueve años buscando a su único hijo, Sergio Abril.
Colombia 2020 recoge dos de las cien historias del libro.
El “padre” de los campesinos de La Gabarra
Elibeth se paró frente a la foto de su esposo Henry Pérez, que colgaba en uno de los salones de la biblioteca. Se quedó algunos minutos en silencio y de nuevo las lágrimas bajaron por sus mejillas. ¿Cuántas veces se ha preguntado qué pasó con él? ¿Dónde está? ¿Por qué lo desaparecieron?
Dio media vuelta hacia el grupo de personas. Tomó aliento y exclamó: “¡Queremos que todos regresen al seno del hogar, vivos o muertos, pero deben regresar!”. Y de nuevo recordó a su esposo.
“Él desapareció el 26 de enero de 2016, en la vereda Trocha Ganadera en el corregimiento de La Gabarra (Tibú). Hasta el momento no se sabe nada de su paradero. Lo llamaban el padre de los campesinos porque desde que tiene conciencia ha sido presidente de Junta de Acción Comunal y siempre se destacó por su liderazgo comunal. Le gustaba trabajar por La Gabarra, una zona azotada por la violencia y olvidada por el Estado, donde no hay otra forma de empleo que sembrar coca. Nunca estuvo en contra de la erradicación de esta mata, pero exigía que si el Gobierno la erradicaba, entonces que también instalara proyectos alternativos para que la gente pudiera trabajar.
En ningún momento me imaginé que a Henry le pasara algo. Era una persona trabajadora, que respetaba las opiniones de los demás y que pensaba en el bien común por encima del propio. Haré lo que pueda y hasta donde Dios me lo permita para encontrarlo”.
Elibeth ahora vive en Cúcuta con sus dos hijos y trabaja como enfermera. No tuvo hijos con Henry, pero él adoptó a los dos niños como si fueran suyos. Su lucha, además de indagar con la Fiscalía constantemente por el paradero de Henry y por los responsables, es reconstruir a su familia. “Su desaparición causó un daño físico y emocional tan grande que nos desintegramos”, cuenta ella.
Ha escuchado muchos rumores sobre lo que pasó con su esposo: que fueron las Farc o el Eln, pero a la hora de enfrentar la verdad, de indagar, nadie le confirma nada. Aun no puede creer cómo desapareció una figura tan conocida en la región y nadie sabe nada.
El libro se lo entregó Wilfredo Cañizares. Allí están la foto de Henry y el corto relato de su vida que ella reconstruyó junto a su hija. En esa página cuenta, por ejemplo, que dos días después de la desaparición, ella recibió una llamada en la cual le decían que uno de los proyectos productivos, una máquina extractora de pulpa, había sido aprobado y que Henry tenía que presentarse personalmente en Bogotá. Esa fue la última llamada del Estado.
Escribir este relato y ver el libro en sus manos le dio un poco de tranquilidad y esperanza: “Uno sabe que estamos haciendo lo máximo, porque quieren silenciar su voz, ocultar sus pasos, pero acá seguimos todos nosotros hablando por ellos”.
Sumergidos en un mundo de preguntas
Desde el momento en que supo de la desaparición de su hermano, Juan Carlos Churio, Yezenia recorrió los hospitales de Cúcuta, fue a la morgue a preguntar por él, habló con la Sijín, el procurador regional y el defensor del Pueblo de Norte de Santander. Dio a conocer a través de medios de comunicación locales que su hermano había desaparecido. Lo preguntó por todos lados, pero solo consiguió que el dolor y la ansiedad se apoderaran de ella y su familia.
“El 19 de febrero de 2018 vivimos una tragedia de la que nunca nos imaginamos ser protagonistas: que mi hermano, al ir a buscar un empleo, terminara como víctima de desaparición forzada. Ya son 17 meses de su desaparición y nos sumergimos en un mundo de preguntas sin obtener respuestas.
Lo único que sabemos es que la última vez que lo vieron fue a las 11 de la mañana. Iba por la vía que de Cúcuta conduce a San Faustino, a presentarse a una oferta laboral. Trabajó siempre como químico en procesamiento de textiles, por eso había frecuentado la zona, donde hay muchas lavanderías industriales. Fue con dos amigos más y a los tres los desaparecieron en una vía pública. Me resisto a creer que nadie haya visto nada”.
Yezenia es abogada y asumió en su familia la tarea de insistir por el caso de su hermano en la Fiscalía 12 Especializada de Cúcuta. Sabe con certeza que las investigaciones por desaparición forzada no pueden prescribir por ser delitos de lesa humanidad y por eso se ha encargado de presionar a las entidades estatales para que activen la búsqueda de su hermano.
Escuche: (Pódcast) Los hornos crematorios donde desaparecieron 560 colombianos
“En la Fiscalía hay testimonios de que el mismo día fue ultimado, que fue picado y enterrado en la orilla del río. Pero para mí son testimonios sin ningún piso, de personas que vienen de lugares donde opera la delincuencia. Este sector donde desapareció mi hermano es un corredor peleado por las bandas criminales.
Con un testimonio que a mí me parece muy vago, la Fiscalía no puede dar por fallecida a una persona. En eso se acogen ellos para no hacer las actuaciones inmediatas. Juan Carlos es un hombre joven, alto, fornido, que sabe de químicos. Yo creo que algún grupo lo tiene secuestrado procesando en las cocinas de cocaína que hay en la frontera. Alguien me contó que lo detuvo el Eln”.
El relato de Juan Carlos lo escribieron entre ella y su mamá, Beatriz. Pensaron en su niñez, en los momentos de felicidad y la unión que caracterizaba a su familia.
“Escribimos cosas muy sencillas que hoy son lo más valioso: sus sueños y lo que lo motivaba. Tenía un hogar hermoso. Compró un lote y estaba construyendo su casa, buscaba un empleo que le diera las garantías para que su esposa y su hija tuvieran la mejor calidad de vida.
Su bebita tenía al momento de su desaparición nueve meses. Mariángel, ahora con dos años, tiene la misma cara de mi hermano. Lo que nos da fuerzas es el amor por ella, por eso seguimos en esta búsqueda”.
Este libro es un homenaje a Juan Carlos, como cuenta Yezenia: “Es saber que no estamos solos en esta lucha y nos anima a seguir tocando puertas para llegar a la verdad de lo que ocurrió con él”.