El canal de Youtube de las mujeres víctimas del Meta
Un grupo de al menos 60 mujeres indígenas, negras, campesinas, urbanas y rurales se reunieron para hablar de sus dolores y sanar. Como resultado de su empoderamiento, se lanzaron a ser "Youtubers" con su canal PAZororidad.
Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
¿Qué nos separa a unas mujeres de otras? ¿Tenemos una etiqueta en la frente que dice que no podemos ser amigas? ¿Qué juicios hacemos sobre otra cuando nos enfrentamos a su apariencia o manera de expresarse? ¿Hay maneras de ser mujeres, distintas a la mía, que están mal? Un grupo de 60 mujeres del Meta se enfrentó a esas preguntas. Ellas sí tenían una etiqueta en la frente. Unas decían blanca, negra, indígena, campesina, otras decían transgénero o guerrillera. ¿Cuál te genera desconfianza? ¿De cuál te alejarías? Ellas se apartaron de las ultimas dos, siguiendo la orden de retirarse de quienes despertaban suspicacias. Y ahí aparecieron los estigmas. Y ahí pudieron empezar a trabajar en sacárselos de adentro.
Las mujeres que se miraban en ese momento eran indígenas, campesinas, negras, rurales, urbanas, desplazadas, víctimas de violencia de género y que también sufrieron de la guerra. Venían de cuatro grupos distintos: unas de La Madrid, un proyecto de vivienda de interés prioritario en la periferia de Villavicencio, la mayoría desplazadas indígenas de varios pueblos del Vaupés; otras, de San Antonio, un barrio similar de las afueras de la capital del Meta; también estaban las mujeres rurales del municipio de Uribe (Meta); y las últimas eran mujeres indígenas del pueblo embera chamí, del resguardo El Placer, en el corregimiento de La Julia, jurisdicción de Uribe.
Llegaron ahí porque un grupo de cinco mujeres urbanas, amigas, feministas, organizaron un proyecto llamado PAZororidad, que buscaba reconciliar mujeres consigo mismas y lograr que se encontraran con otras y abrazaran lo que significa la sororidad: amistad, solidaridad y apoyo entre mujeres. Este proyecto lo financió la agencia de cooperación alemana GIZ y lo implementaron con el Centro de Estudios Territorio y Ciudad.
De este proceso nacería el grupo de mujeres con conciencia de género para poner a su servicio las herramientas digitales. Este viernes 10 de mayo mostraron qué hicieron, lanzaron su canal de Youtube PAZororidad Mujeres, a través del cual se darán a conocer los videos que ellas grabaron, presentaron y editaron, hablando de los temas que les interesa.
"Nos enseñaron a ser enemigas, pero decidimos ser aliadas", repitieron todo el tiempo en sus talleres. “Todo el tiempo trabajamos solo mujeres y eso se nota. Hablamos con más tranquilidad. También tocamos los temas de qué significó ser una mujer en la guerra. Salieron los hechos victimizantes, algunas los tramitaron en grupo, que es el primer paso para sanar las heridas”, cuenta Rodríguez.
Lea: “¿Por qué nos matan?”, el reclamo de las mujeres de Putumayo
Durante el encuentro, Julieth Daza, una mujer urbana de 25 años, pudo soltarse, porque era muy tímida. “Tenía miedo a comunicar lo que yo decía y que la gente rechazara mis pensamientos. Durante el proyecto aprendí que nosotras tenemos voz y mando y que, esté bien o mal lo que digamos, es nuestro punto de vista y es respetable. Me siento más segura, llena de fuerza interior, sin tantos miedos, que es lo que mi corazón y mi cuerpo tenía”, asegura.
En las jornadas de conversación y, sobre todo, de juego, hablaron de temas como la violencia psicológica, física, económica y de las herramientas que tenían las mujeres para salir de ahí. Julieth Daza, por ejemplo, dice que lo que más la sorprendió fue la economía de cuidado. “Siempre nos han dicho que es un deber de la mujer hacer las tareas del hogar y nunca lo tomé como un trabajo que se puede pagar y que aporta a la casa. Me sorprendió ver las cifras y saber que aporto mucho en mi casa. Era terrible que yo nunca hubiera visto eso”.
Finalmente, tras el proceso psicosocial, empezó la tarea de hacer videos para Youtube. Al ver una cámara, un celular y un selfie-stick (palito para selfies), las mujeres se emocionaron. “Inicialmente fue un proceso arduo de alfabetización digital porque muchas no habían cogido nunca un computador en su vida”, cuenta Rodríguez. Entonces empezaron las propuestas. Las indígenas, con su forma colectiva de pensar, decidieron hacer un solo video entre todas, reconstruyendo la historia de su resguardo con entrevistas a sus abuelas y madres, y narraron historias que no conocían. Otras hicieron videos sobre lo que saben: cuidar el pelo, cocinar o hacer manualidades. Unas más describieron su territorio, mostraron cómo vivían y las problemáticas de sus entornos. Y también hubo espacio para hacer denuncias de violencia de género, incluso decidieron explicar qué debe hacer una víctima de esta violencia.
El resultado lo puede describir Julieth Daza claramente. “Durante el proyecto siempre hablamos sobre el respeto a la otra. Yo criticaba a las mujeres que mostraban los senos o la cola y hoy en día me pongo a analizar y me doy cuenta de que son mujeres seguras, que aman su cuerpo y es respetable, aunque yo no lo haría. Lo segundo es que aprendí a aprendí a hacerme notar. Mi esposo es supermachista y luego del taller he podido decirle “hágalo usted”, hablando de las cosas de la casa que él también puede hacer. Él odió el taller, dice que esas viejas me han metido cucarachas en la cabeza, pero ha cambiado, aunque fue un proceso terrible. Me decía que ya me iba donde esas locas, y yo le decía que sí, que me iba donde las locas y sí, yo me iba. Me he dado cuenta de que yo valgo”.
¿Qué nos separa a unas mujeres de otras? ¿Tenemos una etiqueta en la frente que dice que no podemos ser amigas? ¿Qué juicios hacemos sobre otra cuando nos enfrentamos a su apariencia o manera de expresarse? ¿Hay maneras de ser mujeres, distintas a la mía, que están mal? Un grupo de 60 mujeres del Meta se enfrentó a esas preguntas. Ellas sí tenían una etiqueta en la frente. Unas decían blanca, negra, indígena, campesina, otras decían transgénero o guerrillera. ¿Cuál te genera desconfianza? ¿De cuál te alejarías? Ellas se apartaron de las ultimas dos, siguiendo la orden de retirarse de quienes despertaban suspicacias. Y ahí aparecieron los estigmas. Y ahí pudieron empezar a trabajar en sacárselos de adentro.
Las mujeres que se miraban en ese momento eran indígenas, campesinas, negras, rurales, urbanas, desplazadas, víctimas de violencia de género y que también sufrieron de la guerra. Venían de cuatro grupos distintos: unas de La Madrid, un proyecto de vivienda de interés prioritario en la periferia de Villavicencio, la mayoría desplazadas indígenas de varios pueblos del Vaupés; otras, de San Antonio, un barrio similar de las afueras de la capital del Meta; también estaban las mujeres rurales del municipio de Uribe (Meta); y las últimas eran mujeres indígenas del pueblo embera chamí, del resguardo El Placer, en el corregimiento de La Julia, jurisdicción de Uribe.
Llegaron ahí porque un grupo de cinco mujeres urbanas, amigas, feministas, organizaron un proyecto llamado PAZororidad, que buscaba reconciliar mujeres consigo mismas y lograr que se encontraran con otras y abrazaran lo que significa la sororidad: amistad, solidaridad y apoyo entre mujeres. Este proyecto lo financió la agencia de cooperación alemana GIZ y lo implementaron con el Centro de Estudios Territorio y Ciudad.
De este proceso nacería el grupo de mujeres con conciencia de género para poner a su servicio las herramientas digitales. Este viernes 10 de mayo mostraron qué hicieron, lanzaron su canal de Youtube PAZororidad Mujeres, a través del cual se darán a conocer los videos que ellas grabaron, presentaron y editaron, hablando de los temas que les interesa.
"Nos enseñaron a ser enemigas, pero decidimos ser aliadas", repitieron todo el tiempo en sus talleres. “Todo el tiempo trabajamos solo mujeres y eso se nota. Hablamos con más tranquilidad. También tocamos los temas de qué significó ser una mujer en la guerra. Salieron los hechos victimizantes, algunas los tramitaron en grupo, que es el primer paso para sanar las heridas”, cuenta Rodríguez.
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Durante el encuentro, Julieth Daza, una mujer urbana de 25 años, pudo soltarse, porque era muy tímida. “Tenía miedo a comunicar lo que yo decía y que la gente rechazara mis pensamientos. Durante el proyecto aprendí que nosotras tenemos voz y mando y que, esté bien o mal lo que digamos, es nuestro punto de vista y es respetable. Me siento más segura, llena de fuerza interior, sin tantos miedos, que es lo que mi corazón y mi cuerpo tenía”, asegura.
En las jornadas de conversación y, sobre todo, de juego, hablaron de temas como la violencia psicológica, física, económica y de las herramientas que tenían las mujeres para salir de ahí. Julieth Daza, por ejemplo, dice que lo que más la sorprendió fue la economía de cuidado. “Siempre nos han dicho que es un deber de la mujer hacer las tareas del hogar y nunca lo tomé como un trabajo que se puede pagar y que aporta a la casa. Me sorprendió ver las cifras y saber que aporto mucho en mi casa. Era terrible que yo nunca hubiera visto eso”.
Finalmente, tras el proceso psicosocial, empezó la tarea de hacer videos para Youtube. Al ver una cámara, un celular y un selfie-stick (palito para selfies), las mujeres se emocionaron. “Inicialmente fue un proceso arduo de alfabetización digital porque muchas no habían cogido nunca un computador en su vida”, cuenta Rodríguez. Entonces empezaron las propuestas. Las indígenas, con su forma colectiva de pensar, decidieron hacer un solo video entre todas, reconstruyendo la historia de su resguardo con entrevistas a sus abuelas y madres, y narraron historias que no conocían. Otras hicieron videos sobre lo que saben: cuidar el pelo, cocinar o hacer manualidades. Unas más describieron su territorio, mostraron cómo vivían y las problemáticas de sus entornos. Y también hubo espacio para hacer denuncias de violencia de género, incluso decidieron explicar qué debe hacer una víctima de esta violencia.
El resultado lo puede describir Julieth Daza claramente. “Durante el proyecto siempre hablamos sobre el respeto a la otra. Yo criticaba a las mujeres que mostraban los senos o la cola y hoy en día me pongo a analizar y me doy cuenta de que son mujeres seguras, que aman su cuerpo y es respetable, aunque yo no lo haría. Lo segundo es que aprendí a aprendí a hacerme notar. Mi esposo es supermachista y luego del taller he podido decirle “hágalo usted”, hablando de las cosas de la casa que él también puede hacer. Él odió el taller, dice que esas viejas me han metido cucarachas en la cabeza, pero ha cambiado, aunque fue un proceso terrible. Me decía que ya me iba donde esas locas, y yo le decía que sí, que me iba donde las locas y sí, yo me iba. Me he dado cuenta de que yo valgo”.