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Los 18 meses de Gabriel García Márquez como periodista de planta en El Espectador, no solo dejaron una amistad permanente entre el escritor y Guillermo Cano, sino que dejaron a El Espectador un legado importante de trabajos periodísticos. Muchos salieron sin firma porque hacían parte de la línea editorial del diario que trazaba el director y ayudaba a perfilar el escritor. Otros fueron reportajes claves de momentos fundamentales del país o de piezas excepcionales que se volvieron ejemplo de narración periodística. (Lea: El día en que Guillermo Cano convenció a Gabriel García Márquez para que trabajara en El Espectador)
Cuando el gobierno Rojas le declaró la guerra al comunismo, decretó el Estado de Sitio en el Sumapaz y arrancó la guerra de Villarrica (Tolima), a pesar de la censura de prensa acechante, García Márquez viajó a la zona en calidad de enviado especial, y fue testigo de cómo dejaron de publicarse muchas fotografías de su visita, aunque a través suyo El Espectador se la jugó para que el país conociera el drama de los desplazados de esta guerra en desarrollo, en especial los niños que terminaron conducidos a asilos. (Lea: Así narró Gabriel García Márquez su llegada a El Espectador)
De muchos temas escribió García Márquez, de un movimiento cívico en el Chocó que Gabo convirtió en una denuncia peculiar; del testimonio del sacerdote jesuita Pedro Arrupe, testigo presencial de la devastación causada en agosto de 1945 por la bomba atómica en Hiroshima (Japón); o de damnificados en una de las tradicionales tragedias ambientales del país. Pero definitivamente su texto mayor fue la aventura del marinero Luis Alejandro Velasco que pasó 10 días a la deriva en el mar, luego de que naufragara el destructor ARC Caldas en febrero de 1955. (Lea: Así comenzó Gabo en El Espectador)
Un texto que se publicó por entregas y que se convirtió en un rotundo éxito nacional que obligó a reeditarse en una sola edición, pero que nació a regañadientes porque a García Márquez le parecía “un pescado muerto y podrido cuya historia ya había sido publicado en todos los periódicos”, pero Guillermo Cano lo convenció en que iba a ser un acierto. Lo fue y hoy es un texto clásico del periodismo escrito. No faltó la carta de la Armada reclamando porque acusaba de falsedad al marinero y se trataba de “un folletín de cronistas neófitos en la materia”. (Lea: La tercera resignación, primer cuento de Gabo en El Espectador)
Por Redacción El Espectador
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