El niño de Bojayá al que ningún familiar lloró
Mientras todos los cofres en los que iban los cuerpos de la masacre de Bojayá eran llevados en medio de llantos, alabaos y gualíes, uno de ellos, de un niño entre los 4 y 8 años, no tenía doliente. Ningún familiar lo reclamó y la comunidad decidió acogerlo para darle el último adiós.
Diego Monroy*
Desde el 11 de noviembre, cuando los cofres llegaron al aeropuerto de Vigía del Fuerte, en Antioquia, para iniciar los actos y ritos en los que fueron despedidas las víctimas de la masacre ocurrida el 2 de mayo de 2002, cada uno de los familiares tomó y resguardó los cajones en los que iban los cuerpos de sus seres queridos.
Esos cajones, durante 8 días, nunca se separaron de sus abuelos, madres, padres, hermano, tíos, primos, amigos y conocidos. En cada uno de los rituales y actos, ellos se preocupaban por mover, llevar y mantener eso cofres de la mejor manera.
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Algo particular sucedió con uno de estos cajones de madera, uno blanco, sin nombre. En su descripción solo se leía “niño de 4 a 8 años de edad”. Según el Instituto de Medicina Legal, pese a que este cuerpo fue plenamente identificado, su perfil genético no concuerda con el de las víctimas que también murieron en esta masacre, ni tampoco con el de algún bojayaseño. Este pequeño no tuvo familiares que lo lloraran o despidieran, pero sí una comunidad que estuvo atenta a lo que pasara con este angelito, como llaman a los niños que ha fallecido.
El último adiós
Varios actos ecuménicos, marcados por la solemnidad de alabaos y palabras sentidas, dieron inicio a la procesión final que llevaría a estos cuerpos al mausoleo en el que, 17 años después, descasarían en paz.
Con lista en mano dieron los nombres de las víctimas de esa masacre, allí los familiares pasaban a recibir el cuerpo de su ser querido y salían del coliseo en fila, guiados por el Cristo mutilado de Bojayá. Cuando llegaron al cofre número 74, a través del micrófono, le pidieron a alguien de la comunidad que se acercara. “Invitamos a alguien de la comunidad o a alguien de la guardia… algún voluntario de la comunidad”, decía la persona encargada de leer el listado.
En ese instante, los funcionarios de la Fiscalía General de la Nación tomaron del altar, en el que reposaban los 101 cofres, el cajón blanco con la placa que rezaba: “Niño de 4 a 8 años. Bojayá – Chocó. Noviembre 17 y 18 de 2019”.
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Un integrante de la guardia negra, un hombre mayor que tenía el pelo marcado por las canas, tomó el cajón. Un cofre con una cinta verde, flores y una imagen de un ángel. Salió del polideportivo y, lentamente, comenzó a avanzar hacia el mausoleo, junto al cuerpo del niño.
Un hombre poco expresivo y con mirada perdida, guiado por ese Cristo mutilado en la masacre, hizo su recorrido. Pasó por el frente de la iglesia del municipio Bellavista, luego por el centro de salud y por cada una de las calles escogidas en el recorrido para llegar al mausoleo, que, por momentos, se hacían estrechas por la multitud de personas que querían darles el último adiós a sus familiares. Ese último adiós, como lo dijo el padre Antún Ramos, cierra un ciclo: “Si descansan los muertos, también descansaremos los vivos”.
Al terminar la procesión, el guardia negro colocó el cajón en una mesa, allí esperó su turno para que fuera depositado en una de las bóvedas del mausoleo que fue construido para guardar la memoria de las víctimas de la masacre.
Lea más: Comunidad de Bojayá denuncia inminente riesgo de otra masacre
Cuando fue llamado el “niño de 4 a 8 años”, los integrantes del Comité por la Defensa de los Derechos de las Víctimas de la masacre de Bojayá le pidieron a la comunidad que quedaba en el lugar que lo acogiera, las cantaoras entonaron un gualí (ritual mortuorio para niñas y niños menores de 7 años y se ambienta con bailes o danzas ceremoniales específicas) y una de las religiosas de la comunidad Agustinas invitó a las personas que estaban presentes en ese momento a que se elevara una oración para que Dios recibiera a este angelito en el cielo. En la placa que se instaló en la bóveda se lee la inscripción: “Una mano cobarde y una mente insensata acabó tu ilusión de vivir”.
Fue un momento emotivo, sentido y triste. Sobre las 7 de la noche, eran pocas las personas que quedaban en este lugar. Sabedoras, cantaoras, hermanas de la comunidad Agustina y funcionarios de las diferentes entidades fueron los encargados de despedir a este niño que, pese a que no tiene familia, fue acogido de una manera especial, como a las demás víctimas de la masacre del 2 de mayo.
Este angelito de 4 a 8 años que descansa en el mausoleo del municipio de Bellavista, de Bojayá, ya se encuentra en el cielo esperando a que algún día un familiar o ser querido lo llore y le cante un chigualo.
*Periodista de la Unidad para las Víctimas
Desde el 11 de noviembre, cuando los cofres llegaron al aeropuerto de Vigía del Fuerte, en Antioquia, para iniciar los actos y ritos en los que fueron despedidas las víctimas de la masacre ocurrida el 2 de mayo de 2002, cada uno de los familiares tomó y resguardó los cajones en los que iban los cuerpos de sus seres queridos.
Esos cajones, durante 8 días, nunca se separaron de sus abuelos, madres, padres, hermano, tíos, primos, amigos y conocidos. En cada uno de los rituales y actos, ellos se preocupaban por mover, llevar y mantener eso cofres de la mejor manera.
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Algo particular sucedió con uno de estos cajones de madera, uno blanco, sin nombre. En su descripción solo se leía “niño de 4 a 8 años de edad”. Según el Instituto de Medicina Legal, pese a que este cuerpo fue plenamente identificado, su perfil genético no concuerda con el de las víctimas que también murieron en esta masacre, ni tampoco con el de algún bojayaseño. Este pequeño no tuvo familiares que lo lloraran o despidieran, pero sí una comunidad que estuvo atenta a lo que pasara con este angelito, como llaman a los niños que ha fallecido.
El último adiós
Varios actos ecuménicos, marcados por la solemnidad de alabaos y palabras sentidas, dieron inicio a la procesión final que llevaría a estos cuerpos al mausoleo en el que, 17 años después, descasarían en paz.
Con lista en mano dieron los nombres de las víctimas de esa masacre, allí los familiares pasaban a recibir el cuerpo de su ser querido y salían del coliseo en fila, guiados por el Cristo mutilado de Bojayá. Cuando llegaron al cofre número 74, a través del micrófono, le pidieron a alguien de la comunidad que se acercara. “Invitamos a alguien de la comunidad o a alguien de la guardia… algún voluntario de la comunidad”, decía la persona encargada de leer el listado.
En ese instante, los funcionarios de la Fiscalía General de la Nación tomaron del altar, en el que reposaban los 101 cofres, el cajón blanco con la placa que rezaba: “Niño de 4 a 8 años. Bojayá – Chocó. Noviembre 17 y 18 de 2019”.
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Un integrante de la guardia negra, un hombre mayor que tenía el pelo marcado por las canas, tomó el cajón. Un cofre con una cinta verde, flores y una imagen de un ángel. Salió del polideportivo y, lentamente, comenzó a avanzar hacia el mausoleo, junto al cuerpo del niño.
Un hombre poco expresivo y con mirada perdida, guiado por ese Cristo mutilado en la masacre, hizo su recorrido. Pasó por el frente de la iglesia del municipio Bellavista, luego por el centro de salud y por cada una de las calles escogidas en el recorrido para llegar al mausoleo, que, por momentos, se hacían estrechas por la multitud de personas que querían darles el último adiós a sus familiares. Ese último adiós, como lo dijo el padre Antún Ramos, cierra un ciclo: “Si descansan los muertos, también descansaremos los vivos”.
Al terminar la procesión, el guardia negro colocó el cajón en una mesa, allí esperó su turno para que fuera depositado en una de las bóvedas del mausoleo que fue construido para guardar la memoria de las víctimas de la masacre.
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Cuando fue llamado el “niño de 4 a 8 años”, los integrantes del Comité por la Defensa de los Derechos de las Víctimas de la masacre de Bojayá le pidieron a la comunidad que quedaba en el lugar que lo acogiera, las cantaoras entonaron un gualí (ritual mortuorio para niñas y niños menores de 7 años y se ambienta con bailes o danzas ceremoniales específicas) y una de las religiosas de la comunidad Agustinas invitó a las personas que estaban presentes en ese momento a que se elevara una oración para que Dios recibiera a este angelito en el cielo. En la placa que se instaló en la bóveda se lee la inscripción: “Una mano cobarde y una mente insensata acabó tu ilusión de vivir”.
Fue un momento emotivo, sentido y triste. Sobre las 7 de la noche, eran pocas las personas que quedaban en este lugar. Sabedoras, cantaoras, hermanas de la comunidad Agustina y funcionarios de las diferentes entidades fueron los encargados de despedir a este niño que, pese a que no tiene familia, fue acogido de una manera especial, como a las demás víctimas de la masacre del 2 de mayo.
Este angelito de 4 a 8 años que descansa en el mausoleo del municipio de Bellavista, de Bojayá, ya se encuentra en el cielo esperando a que algún día un familiar o ser querido lo llore y le cante un chigualo.
*Periodista de la Unidad para las Víctimas