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Cuando su hijo tenía tan solo cuatro meses de vida, Catalina Sánchez tuvo que internarlo en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital en Cali. Era 2014 y el bebé tenía hasta 1.200 convulsiones diarias. Fue cuando Catalina descubrió que su pequeño hijo Andrés Garviño padecía una enfermedad de la que nunca había escuchado: Dravet tipo 6. El síndrome, también llamado Epilepsia Mioclónica Severa de la Infancia (SMEI), es una enfermedad huérfana, pues se estima que solo hay un caso cada 20 mil personas.
Con el acompañamiento de un equipo multidisciplinario empezó el tratamiento de su hijo, orientado a disminuir las convulsiones. Sin embargo, eran una constante. “Todos los médicos se encargaron —lo ven 18 doctores en la Fundación Valle del Lili— de que tuviera un tratamiento único”, dice Catalina. Aun así, cuenta que debido a los medicamentos que le suministraban su hijo permanecía inerte la mayor parte del tiempo.
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Un día, cuando se encontraba en la clínica con su hijo, Catalina escuchó a una mujer que peleaba con un médico para que le permitieran suministrar marihuana a su hijo. Decía que las fuertes convulsiones que sufría solo las apaciguaba un té de cannabis. Catalina, movida por la curiosidad, indagó en internet y después de leer mucho y documentarse, decidió que si bien la marihuana contra la epilepsia también tenía efectos dañinos —por ejemplo, en el riñón—, era un riesgo que valía la pena correr para que su hijo tuviera una vida digna.
Un día lo consultó con Santiago Cruz, neurólogo de la Fundación Valle del Lili. Le preguntó qué pasaba si trataba a Andrés con marihuana. “Se muere”, respondió el especialista. “¿Cómo así? ¿Y si no le doy?”, preguntó. “También se muere. Andrés está muy mal”, argumentó. La orden del médico fue clara: “si se va a morir porque no, démosela porque sí”.
Así empezó la búsqueda para dar con el tratamiento indicado para su hijo. En los primeros intentos las convulsiones disminuyeron, por lo que Cruz le indicó que buscara una cepa con mayor concentración de CBD (un componente no psicoactivo del cannabis). Así lo hizo durante meses en un proceso de ensayo y error, hasta que en noviembre de 2017 viajó a la Exposición Mundial de Marihuana (Medellín). Allí conoció a un neurólogo estadounidense con quien consiguió la mezcla ideal: 5 gramos de CBD con 237 ml de aceite de coco.
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Desde entonces, Andrés tiene convulsiones de 30 segundos, máximo un minuto, cuando “antes duraban horas— cuando está maluco. Pero ha pasado meses sin convulsiones”. Ahora el mayor reto es conseguir mes a mes el medicamento (cuesta 327 dólares más el envío), pero insiste en que esa ha sido la solución para que su hijo tenga mejor calidad de vida.
Cómo es la industria en Colombia
El caso de Catalina y de su hijo Andrés es uno en particular. Pero en Colombia, desde la publicación del decreto 2467 de 2015, se emprendió el camino para que la de la marihuana medicinal sea una industria formalizada y, por supuesto, vigilada (a cargo de los ministerios de Salud y Justicia, el Fondo Nacional de Estupefacientes, el Instituto Colombiano Agropecuario —ICA— y el Invima).
A ese decreto, lo siguió la ley 1787 de 2016, para crear el marco regulatorio para el acceso al cannabis con fines médicos y científicos, y el decreto 613 de 2017, que reglamenta la ley. Este último expone las disposiciones sobre las licencias de fabricación, uso de semillas para siembra, cultivo psicoactivo y no psicoactivo, reglamentación de cupos, y distribución.
La reglamentación es consecuente con lo que sucede en todo el mundo, pues en países como Canadá, Uruguay, Alemania, Italia y EEUU se ha despenalizado la marihuana con fines terapéuticos e, incluso, recreativos. Y es tal la expectativa causada por la industria en Colombia, que ya hay un gremio de empresas con licencias (se han expedido unas 150, según el FNE): la Asociación Colombiana de Industrias del Cannabis (Asocolcanna). Un indicador de ese optimismo es que 2018 empezó con cinco empresas afiliadas y ya hay 17.
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El arranque de esta industria ha sido difícil, pero igual hay optimismo, como en el caso de Bibiana Rojas, quien el 20 de abril del 2016 —Día Internacional de la Marihuana— fundó Colombian Cannabis. En enero pasado, obtuvo las licencias de los ministerios de Salud y de Justicia, pero como faltan los permisos del ICA y que el Invima defina los requerimientos para los registros, aún no están operando en forma. En julio se fusionó con la canadiense Cannopy Growth, cambiando su nombre a Spectrum Cannabis Colombia.
“El que entra a la industria de cannabis es un empresario extremo, dispuesto a abrir camino a punta de machete. Estás hablando de un producto que tiene estigma, que genera miedo, la regulación no es completa y todavía no se puede comercializar. Nosotros llevamos dos años invirtiendo en educación para entender bien todo el proceso”, dice Rojas, quien resalta la disposición de las autoridades.
Aun así, la empresaria es optimista, porque, afirma, Colombia es ideal para el desarrollo de esta industria por el marco legal que es “innovador”; las ventajas geográficas, expresadas en la variedad de pisos térmicos, la salida a dos océanos, la abundancia del sol y los suelos términos; la mano de obra “talentosa, profesional y, además, más económica”, y el hecho de que Colombia es el país con más zonas francas en Latinoamérica.
Un punto respaldado por el presidente de Asocolcanna, Rodrigo Arcila, quien señala que la industria del cannabis medicinal y científico en Colombia tiene una vocación exportadora, con atención al mercado local. “En la asociación trabajamos para que las empresas lleguen al momento de comercialización y atención a los pacientes con el terreno despejado. No podemos ser inferiores al momento histórico que nos tocó vivir”, señala.
La apuesta de las empresas y de Asocolcanna, explica Arcila, es que para el 2019 lleguen al mercado los primeros productos: aceites, extractos, “hasta aproximarnos a los medicamentos”. Aun así, Bibiana Rojas precisa que en la actualidad sí se puede acudir a las preparaciones —o fórmulas— magistrales: una receta, con porcentajes de THC y CBD específicos y que es de uso exclusivo de quien la encarga, realizada en un laboratorio.
Ambos coinciden en que el anuncio del presidente Iván Duque del decreto que permitirá que los policías decomisen cualquier cantidad de marihuana que lleven las personas, no los afecta, puesto que los productos de esta industria son derivados de la planta. O, en palabras de Rojas, “este otro tema es ajeno a nosotros, pues se refiere a las personas que usan flores, el moño del cannabis, el medicinal no se refiere a la flor, sino a derivados del cannabis”.