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Han pasado décadas, pero ellas aún esperan. El tiempo les preocupa porque los achaques cada vez son más frecuentes y afectan su búsqueda, pero la fuerza sigue intacta. Las ansias de encontrar los cuerpos de sus hijos e hijas no cesan, aunque a su alrededor digan que es mejor resignarse, que deben vivir con los buenos recuerdos. Y ellas lo hacen, se aferran a sus memorias para aguantar el dolor, pero encontrarlos y dignificar su memoria es una tarea inaplazable. Por fortuna, en esa búsqueda han encontrado aliados.
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Esa ha sido, en resumen, la historia de El Tente, un colectivo de ocho mujeres que han tenido que aguantar el peso insoportable de la desaparición forzada y también la indiferencia de un país que, a pesar de tener más de 120.000 personas desaparecidas, de acuerdo con la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, le da la espalda a este flagelo.
Desde hace ocho años, El Tente va a los todos los rincones del Meta con una obra de teatro. Las mujeres cuentan sus testimonios, llevan las fotos de sus hijos e hijas y le explican a su público el viacrucis que han vivido a partir de la desaparición forzada.
Aunque la obra es su herramienta principal para sensibilizar a las personas, El Tente acudió a otra estrategia para conmemorar la semana del detenido desaparecido: el museo “Ayúdanos a encontrarlos”. No lo hicieron solas. Con una suerte que no las abandona, dice Alicia León, una de las integrantes del Tente, contaron con el apoyo de un grupo de estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Minuto de Dios, quienes las ha acompañado en esa cruzada de visibilizar su tragedia. Juntas armaron un espacio que Alicia llama pedagógico, “en el que humanizaron una larga ausencia”.
Alejandra González, una de las estudiantes, señala que la intención del museo es contar una historia de los desaparecidos que ha sido olvidada. “Por eso pusimos al público a hacer una búsqueda itinerante por el espacio de un desaparecido. Una vez lo encontraban, debían hablar sobre esa persona. Ahí estaba una pequeña descripción de su nombre, qué hacía, sus sueños y el actor armado que lo desapareció”, asegura la estudiante.
El museo tiene vida. González explica que su objetivo es poner en los zapatos de estas mujeres a quienes no han padecido el conflicto armado. Por eso hacen actividades, les entregan información recolectada y analizada por organizaciones sociales y muestran los objetos que les recuerdan a sus hijos e hijas.
La intención, advierte León, a quien le desaparecieron a un primo hace 30 años, no es mostrar sólo su dolor, sino darle rostro a esa parte de la familia que tanto extrañan. Por eso muestran “sus prendas, zapatos, juguetes, sueños y proyectos inconclusos”. Por eso esperan volverlo itinerante, para que no haya un pedazo de tierra en el Meta que los olvide.
La respuesta, agrega Gonzñalez, ha sido emocionante: “El público se conmueve y terminan siendo estas mujeres quienes los alientan y les cuentan por qué es tan importante conocer más de este problema que hoy nos aqueja: no quieren que esto que les pasó a ellas vuelva a suceder”.
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Si bien el museo es una apuesta de las mujeres de El Tente, también ha sido producto de un trabajo en las aulas de esta universidad. Andrés Moreno, otro alumno que ha participado dentro de este proceso, señala que gracias a este trabajo, además de dignificar a los desaparecidos, en las aulas de clase se ha despertado sensibilidad con los hechos ocurridos en el conflicto armado: “En el Meta la desaparición forzada es una problemática frecuente. Es uno de los departamentos con altos índices. Pero pocos sienten compasión por quienes tienen que vivirla. Esto nos ha hecho cambiar la manera de ver los hechos, de apropiarnos y asumir nuestra responsabilidad en el conflicto armado: no ser indiferentes a él”.
Sebastián Fagua, el profesor que ha acompañado esta iniciativa, afirma que lo importante del trabajo ha sido intentar representar la ausencia. Que no estén no significa que no importen. Su vacío, al final, resulta ser una presencia dolorosa, principalmente, para sus madres y esposas, que hasta hoy no se cansan de buscar.
El académico insiste en que en Colombia debe haber un trabajo más pedagógico con la gente y, por esta razón, una de sus clases se ha enfocado en mostrar la problemática de la desaparición. Pero no lo hace de una manera convencional. A Fagua no le interesa que sus estudiantes le reciten cifras que no dimensionan. Por el contrario, trata de incentivar este tipo de proyectos para que los datos trasciendan a la emoción y que esta, a su vez, pase a la acción.
“El proceso con El Tente y las víctimas empiezan a despertar preocupación por lo que sucede en el país, pero también recuerdos. Muchos de los estudiantes son de clases populares, vienen de municipios afectados en el conflicto armado y tienen familiares desaparecidos. Con estos ejercicios reconocen que sin memoria no hay manera de fortalecer nuestra democracia. Asimismo, se dan cuenta del valor de que estos relatos trasciendan la esfera privada y tomen en espacios públicos y diálogos públicos”, dice Fagua.
Además de la obra y el museo, las madres y esposas de los desaparecidos decidieron abrir un espacio para que cada asistente expresara sus sentimientos en murales, a partir de lo que vivieron y escucharon. En el ejercicio, las mujeres mostraron un libro de memoria en el que, advierte León, “muestran sus diálogos con los seres amados que ya no están”. En esos cuadernos reposan fotos, palabras jamás dichas y un centenar de recuerdos que ellas esperan compartir.
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Luz Marina Monzón, directora de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, resalta este tipo de iniciativas y hace un reconocimiento a las víctimas por la persistencia por la dignidad, la búsqueda y la verdad de lo sucedido con sus seres queridos. “Ustedes han abierto un camino de consciencia que hace que el Estado tenga esta entidad. Es muy importante que se sepa que desde esta semana arranca el despliegue territorial con la que se espera asesorar y apoyar el proceso de búsqueda, en el que se han sentido solos”, agrega la directora.
Las mujeres de El Tente han sentido la ausencia del Estado, pero no por eso han cesado sus actividades. “¿Sabe por qué no nos llamamos El Tente?”- señala León- “es un ave del llano que está en vía de extinción. También es un ave protectora. Nosotras esperamos que con nuestro grupo podamos proteger la memoria de nuestros seres queridos y que su recuerdo no muera por la impunidad” .