Desdichado el país que necesita héroes, por Alejandro Buenaventura

Si la organización social hubiese estado apoyada en las tres bases sólidas del trabajo, la educación y la salud los médicos no tendrían que ser héroes, dice.

Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador
10 de abril de 2020 - 03:59 p. m.
Reciente imagen de Alejandro Buenaventura en entrevista con el Canal Caracol. En 1955 junto a su hermano, Enrique Buenaventura, fundó el Teatro Experimental de Cali. / Cortesía
Reciente imagen de Alejandro Buenaventura en entrevista con el Canal Caracol. En 1955 junto a su hermano, Enrique Buenaventura, fundó el Teatro Experimental de Cali. / Cortesía
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En un diálogo entre Andrea y Galileo, de la fantástica obra: Galileo Galilei de Bertold Brecht, después que Galileo le confirma a su pupilo que ha consentido en claudicar de sus teorías frente al tétrico tribunal de la inquisición, el muchacho, inmenso admirador de su maestro y crédulo apasionado de su posición científica frente al fanatismo retardatario de la iglesia, se enfurece, lo enfrenta y le replica:

¡Desdichado el país que no tiene héroes!

Y Galileo le responde con absoluta certeza:

“No, desdichado el país que necesita de héroes”.

En tiempos remotos y menos remotos, la humanidad era arrasada por las pestes que llegaban en oleadas desde desconocidos confines porque no existía la medicina. Eran tiempos remotos, casi olvidados, sin retorno, porque la humanidad ha progresado siglos, vivimos en la era de la ciencia, de la técnica, de la sabiduría. (Recomendamos el perfil del recientemente fallecido maestro del teatro colombiano, Santiago García).

O, mejor dicho, vivíamos, porque de pronto, en un segundo de muerte, todo se desploma. Aparece de la nada un ciclón que arrasa sin piedad seres, historias, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, que amenaza y aterroriza y nos devuelve al pasado y descubrimos que en realidad, tampoco ahora existe la medicina o, para ser más claros, descubrimos que solo existe a medias y apenas para unos cuantos.

La medicina se ha convertido en el negocio más despiadado de este sistema de negocios que nos rige a los seres humanos, porque negocia con la salud, con la vida. Entonces no existe, porque no previene, no prepara y no puede actuar a tiempo y hace que lo que hoy en día podría ser nada más que una  infección controlable, se convierta en terror, en elemento de represión, en un encierro insoportable e interminable.

La desigualdad, el poder del dinero y de la fuerza, la insolidaridad, la corrupción, la avaricia, el interés individual y demás espantos, hacen que la aparición de un elemento fortuito, desencadene de pronto una tragedia que estaba allí, que convivía con el mundo, pero no queríamos, o no podíamos ver,  en la sagrada creencia de que “Dios aprieta pero no ahorca” y que la salud estaba organizada, programada, financiada y llegaba a todos los pobladores sin distingo de clase o de color o de poder económico. Era solo cuestión de hacer la fila, esperar eternamente el turno y sortear dificultades sin pagar nada después de haber pagado por meses y años sin exigir nada, sin poder remediar nada. Nos habíamos acostumbrado a que cualquier plaga, como el hambre o la enfermedad, solo mata al que no puede pagar la cura.

Y no solo era una costumbre arraigada entre los que cuentan con el pedazo de medicina que se reparte como caridad pagada, sino en toda la concurrencia de los seres humanos, en el desarrollo y en el subdesarrollo, aunque, claro, mucho más en este último.

Y llegó el rayo y partió la roca, levantó le terrible tempestad del confinamiento, el silencio, el miedo y empezamos a entender que el progreso de la humanidad no era del todo cierto, que ciertas reglas macabras que lo rigen también lo frenan, lo detienen cuando desafía los intereses de su directivos.

Nos aniquiló la idea de que la medicina no había avanzado al mismo ritmo de la Historia porque no era de todos, porque no estaba al servicio de todos, porque se trataba también de un negocio y estaba sujeta no al juramento hipocrático si no a las leyes de oferta y demanda del sistema en que vivimos.

Si la organización social hubiese estado apoyada en las tres bases sólidas del trabajo, la educación y la salud los médicos no tendrían que ser héroes, nadie tendría que ser héroe o tal vez todos lo seríamos.

Pero no queda más, ha llegado la hora en que hay que rogar y reprimir para que la gente se asegure, piense, tenga consciencia, porque ya ha sido aniquilado el pensamiento, destrozada la seguridad y pervertida la conciencia.

* Toda una vida dedicada al arte y más específicamente al arte escénico en todas sus manifestaciones, el teatro, el cine, la televisión. Como dramaturgo, libretista, guionista, director de actores y director de puesta en escena, actor y hasta tramoyista. Con algo de novelista, cuentista y poeta.

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Por Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador

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