"Realmente no me importa, ¿y a ti?", rezaba la frase impresa en mayúsculas blancas y en inglés sobre la gabardina caqui que Melania Trump llevaba cuando embarcó en su avión a las afueras de Washington para dirigirse a Texas. / EFE
El museo de la Moda y el Encaje de Bruselas, ubicado junto a la céntrica Grand-Place, explora hasta el 31 de marzo esta tesis con un centenar de piezas de grandes nombres de la alta costura entre las que figura la polémica gabardina que lució la primera dama de Estados Unidos, Melania Trump, en una visita a un albergue para niños inmigrantes en Texas.
Una gabardina de la marca española Zara que generó reacciones contradictorias en la red: se agotó en unas horas y provocó un aluvión de críticas por el mensaje impreso en su espalda: "Realmente no me importa. ¿Y a ti?", podía leerse en la chaqueta de la primera dama durante esa visita. (Vea: "Realmente no me importa, ¿y a ti?": el mensaje de la chaqueta de Melania Trump)
Si bien sus portavoces señalaron entonces que era "solo una chaqueta" sin "ningún mensaje oculto", la espalda es la única superficie del cuerpo que uno no puede verse, pero que muestra constantemente a los demás, por lo que "es también portadora de mensajes que uno debe asumir", defiende la comisaria de la muestra, Caroline Esgain. (Lea: Yo estuve en el “Fashion Freak Show” de Jean Paul Gaultier)
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La exposición arranca con un gran mural de cientos de fotografías sacadas del último desfile otoño-invierno de París: de él salieron 3.397 siluetas, muchas de ellas replicadas casi instantáneamente en las redes sociales, una difusión frenética que, sin embargo, solo capta a las modelos de frente.
"El cuerpo es un volumen, no hay ninguna razón por la que debiéramos crear vestidos en dos dimensiones, pero con la difusión de las siluetas se da una visión truncada de la realidad, nos ha hecho falta hacer esta exposición para darnos cuenta", argumenta la especialista en historia del traje.
Una tendencia que puede tener un impacto en la creatividad de los nuevos diseñadores, advierte Esgain, puesto que pueden apostar por no invertir tiempo en esa faceta de las prendas por miedo a que los medios de comunicación no lo destaquen.
Algo que sí han hecho grandes creadores como Jean Paul Gaultier, el primero que propuso una espalda desnuda para un hombre, o Balenciaga, un "arquitecto" de la moda que puso en valor los volúmenes de los diseños, tres de ellos cedidos por la fundación española que lleva su nombre para esta exposición.
En ella figuran también obras de Elsa Schiaparelli, que se inspiró en el surrealismo de Dalí en prendas como la falda de 1945 en la que bordó unos ojos, que desafían la mirada del otro y muestran así el poder de la parte trasera de un diseño.
Esgain también busca lanzar un mensaje en favor de la igualdad en esta exposición al descubrir que, al margen de algunos chalecos ya en desuso, solo las mujeres tienen prendas que no pueden cerrar ellas mismas: cremalleras de vestidos, lazos y corsés que solo pueden vestir con ayuda de otro, o con muchas dificultades.
Una impactante vitrina pone en relación un corsé de Gaultier, que retomó en 1989 esta prenda tan popular en el siglo XIX, con las camisas de fuerza pensadas para criminales o enfermos mentales.
"Los hombres no tienen ropa que se cierra por la espalda salvo cuando se convierten en un peligro para sí mismos o para los demás y se les impone una camisa de fuerza. Solo visten una prenda así cuando se les considera locos y excluidos de la sociedad", reflexiona Esgain.
La comisaria recuerda que pese a esa recuperación del corsé en las pasarelas ya entrado el siglo XX, cuando las mujeres "ya se habían liberado de él hacía décadas", diseñadoras como Madeleine Vionnet o Chanel optaron por cremalleras laterales para hacer más cómodos sus vestidos y faldas, y eximir a las mujeres de esa imposibilidad anatómica.
"Hay creadores que tienen una fantasía de una mujer soñada que es a la que quieren vestir, pero la someten", defiende.
El recorrido también muestra el potencial de la espalda para las marcas, que convierten esta parte del cuerpo en portadora de publicidad casi inconsciente o pasiva, o su simbología en atuendos reales, como los abrigos de corte, de los que el propio Luis XVI renegaba por su peso.
Como ejemplo de las largas colas reservadas para eventos de alto protocolo real, el museo rescata la que lució la princesa Astrid en su boda con el príncipe Leopoldo en 1926, antes de convertirse en reina.