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A diferencia de lo que se podría creer, la primera carrera de Rodrigo Contreras no fue en la ruta, sino en el ciclomontañismo. La Clásica de Anapoima en 2005, el viaje en bus con todos los niños de la escuela de Villapinzón y el entrenador Bernardo Pedraza dando indicaciones con las manos más que con la voz. Todo terminó en un día repleto de caídas, con varios raspones y con la frustración de no tener una actuación destacada.
Rodrigo tenía 11 años y practicaba esta modalidad porque en su casa, en la vereda El Salitre, sólo había una bicicleta todoterreno, la misma con la que salía luego de ver por televisión a Mauricio Soler en el Tour de Francia, para jugar a ser ciclista profesional y tratando de emular en cada repecho los más altos premios de montaña de la prueba francesa. Su habilidad para pedalear en trocha no era la mejor, tampoco la de bajar por senderos angostos, con piedras y ramas como obstáculos. Consciente de las debilidades, pero también de las fortalezas, Rodrigo le pidió una bicicleta de ruta a su papá y obtuvo una de hierro, con calapiés y las palancas de los cambios sobre el marco. En otras palabras, un aparato funcional, pero viejo.
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Con esa bicicleta quedó sexto en una contrarreloj de unos Juegos Intercolegiados en Fusagasugá. No sabía mucho de la prueba, sólo que tenía que ir a tope para vencer a los demás, sin importar si la carretera se empinaba o, por el contrario, se convertía en una bajada a tumba abierta. El buen resultado alentó a la familia Contreras para conseguir un nuevo aparato, para complementar lo que Rodrigo había convertido en una cuestión de disciplina: el ciclismo. Por eso, unos años después, José le regaló un novillo para que hiciera una rifa y así comprar una bicicleta nueva. Durante una semana vendió boletas en Villapinzón a $10 mil, también en las veredas cercanas a amigos, a desconocidos, a todo el que lo hubiera visto pedalear por la región.
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En total recogió $6 millones (el animal valía millón y medio) y con ese dinero viajó a Tunja con la esperanza de encontrar la bicicleta adecuada, una máquina de velocidad que le permitiera ser cada vez mejor. Una Cervelo, de marco rojo y negro, con un grupo Dura Ace y en perfecto estado, casi nueva, fue la adquisición, fue la máquina que le dio más agallas para desafiar a un joven talentoso de Pesca que subía con mucha facilidad y que no tenía rival en las montañas boyacenses. “La primera competencia en la que la usé fue en una clásica del club Boyacá. Ese día le gané a Miguel Ángel López. Ya después nos encontraríamos en otro montón de carreras. Nos alternábamos los triunfos: una vez él, otras veces yo”, recuerda Rodrigo.
El rumor de que había un corredor que vencía a López llegó a los oídos de Serafín López, también de que era un adolescente disciplinado y bondadoso, nada pretencioso. Y el entrenador vio en él un Mauricio Soler en potencia y sin pensarlo le propuso que se fuera a vivir a Tunja, y lo preparó para la Vuelta a la Juventud. En la primera fue séptimo, la segunda la perdió por un segundo, pero su manera de pelear, de combatir, de tolerar el sufrimiento, llamó la atención del Coldeportes Claro, equipo que lo contrató y que sirvió de plataforma para que, en 2015, llegara al Etixx Quick Step, escuadra belga a la que le encantó su manera de correr.
Sin embargo, tuvo pocas oportunidades, lo mandaron a competencias de un día, en lugares remotos y en los que estuvo simplemente por cumplir compromisos del equipo, mas no para mejorar. Y eso se vio reflejado en su estado de ánimo y en la motivación. Y por eso, de común acuerdo con su conjunto, regresó a Colombia para reinventarse, para que los esfuerzos no fueran inútiles. El Coldeportes lo acogió durante la temporada pasada y este año Raúl y Gabriel Mesa le abrieron las puertas del EMP, con el objetivo de que fuera uno de sus hombres fuertes en el calendario nacional. Y con el bálsamo de la confianza, siempre necesaria en el ciclismo, Rodrigo representó a Colombia en los Juegos Suramericanos en Bolivia, y ganó la prueba de ruta, también la de los recientes Juegos Centroamericanos y del Caribe en Barranquilla, citas que le permitieron llegar con regularidad a la Vuelta a Colombia y ganarse el prólogo, y vestirse de amarillo por encima de pedalistas con más experiencia, hasta con mejores condiciones.
“Contamos con el mejor equipo, y a pesar del calor supimos mantenernos”, dijo ayer luego de la segunda etapa de la prueba en la que pudo mantener el liderato y en la que espera convertirse en el primer cundinamarqués en ganarla, desde que lo hiciera Gustavo Wilches, en 1990.