El nuevo linaje de la gimnasia antioqueña
Andrés y José Manuel Martínez fueron dos de las grandes figuras en esta modalidad de los Juegos del Bicentenario. De hecho, se quedaron con siete de los ocho oros en disputa.
Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
El movimiento de cejas puede que sea similar, pero el dilatar de los ojos no. Tampoco el fruncir de los labios, mucho menos la sonrisa. Andrés es más conversador, atento, incluso encantador para dialogar. José Manuel es más directo y con respuestas cortas da la sensación de ser bastante estricto. El primero es mayor dos años, pero por la corporalidad de ambos pareciera que la diferencia es de meses. Andrés esboza una risita de satisfacción cuando termina su rutina en un aparato mientras que José Manuel descarga la energía con un estruendo que sale de su boca.
Los hermanos Martínez son similares a la hora de ejecutar: pura potencia, fuerza y coordinación. De hecho, no es ilógico confundirlos cuando hacen movimientos rápidos sobre un aparato. Pero lejos de las pruebas son personas tan diferentes que, de una u otra forma, se complementan en la selección de gimnasia de Antioquia.
“Él tiene un carácter más fuerte”, dice Andrés. “Yo soy más estricto y él más flexible”, comenta José Manuel. El mayor de la familia Martínez Moreno estaba en Bogotá cuando mataron a Tulio, su papá, en el barrio San Javier de Medellín. Andrés competía en unos intercolegiados cuando lo llamó la mamá para contarle la noticia. “Lo iban a robar. Mis papás tenían un supermercado y supongo que por quitarle el producido lo atacaron. Lloré y, con el corazón arrugado, participé. Gané tres medallas de oro”. José Manuel estaba en la casa cuando escuchó la gritería, bajó por las escaleras y se encontró con una escena de la que poco habla. “Estaba herido y lo llevamos al hospital”.
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Ninguno sabe si hubo investigación, capturados y condenados. La verdad es que poco les importa. Andrés antepone los buenos recuerdos sobre los malos momentos. “Mi mamá nos protegió mucho porque yo tenía 12 años y mi hermano 10. Y es algo que te impacta, que te afecta. Por eso prefiero rememorar otras cosas, como que mi papá era incansable cuando se metía en algo, que le gustaba moverse mucho y no se quedaba quieto. Y pensándolo bien de eso se trata la vida, de no quedarse quieto”.
Quizá faltó más tiempo para compartir con él, pero para eso hubo mamá que también hizo las veces de papá, que las sigue haciendo. “Su apoyo, su voz de aliento, su entrega. Es una mujer increíble”. Puede que el topetazo de la muerte de Tulio los haya hecho madurar más rápido, que por eso hayan aprendido a ser aplicados desde muy niños, a hacer caso, a no refutar. Y eso lleva a que sea complicado traer al presente alguna travesura o algún castigo de dos personas que encontraron en el deporte un bálsamo para la existencia.
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“Una vez mi hermano llegó con un número diciendo que era el teléfono de Papá Noel. Nosotros creíamos mucho en eso. Y cuando llamamos a preguntar por los regalos resultó ser el secretario académico del colegio La Independencia. Y nos asustamos, colgamos y todo terminado. Pues no. Al día siguiente nos expulsaron dizque por andar haciendo bromas”. Los dos han desarrollado la virtud de la paciencia, uno más que otro. Andrés es el que prepara el aparato cuando José Manuel va a competir y viceversa. Y uno grita al otro para que sienta el apoyo desde abajo, y se aplauden, y se funden en abrazos tantas veces que parece ser parte de la misma rutina. “Si hay algo que destacar de José Manuel es que soporta unas cargas de trabajo muy altas. Es una máquina y eso que ha tenido lesiones duras”. Andrés se refiere a la operación de rodilla por la rotura del ligamento. La primera vez en 2014, entrenando, la otra en 2016, en un Suramericano.
“Estaba en la barra fija y cuando iba a salir caí mal y sentí un pinchazo y, pum, se reventó otra vez”. A pesar de lo sucedido, nunca hubo temor a recaer. Todo lo contrario, aparecieron más ganas de entrenar, de fortalecer el cuerpo. “Con trabajo todo se logra. Sabés que no soy tan trascendental cuando de lesiones se trata. Simplemente se asumen, como algo que va implícito en cualquier disciplina”. Andrés quiere estudiar derecho y José Manuel algo relacionado con finanzas aunque todavía no tiene claro qué.
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En estos Juegos fue común verlos en el podio, rotando escalones. En la barra fija Andrés se quedó con el oro y José Manuel con la plata. En el caballete fue igual. Ya en la modalidad de piso, el mayor obtuvo la presea dorada como en el salto, mientras que el menor se colgó el bronce en las barras paralelas y fue primero en las anillas. Ganaron en la prueba por equipos y Andrés fue el mejor en la general individual. Diez medallas, siete doradas, las que le entregó la familia Martínez Moreno a su delegación.
Así terminó este viaje para los hermanos Martínez, para Andrés siendo el más ganador de estas justas, un joven de temple suave y hospitalario, y con un inconfundible sentido del humor, al punto de bromear sobre la tragedia propia. “Es que usted me ve todo relajado, pero soy así por las tantas veces que me he caído. Ya era hora de quedar parado”. También para José Manuel, el que no duda, el que nunca parece titubear. Ambos saben que el dolor es necesario y no solo el físico, pues el que se lleva dentro es que el más curte el alma, el que más entrena el corazón, el músculo con el que, al fin de cuentas, se hace todo posible. Además, sin quererlo, el tiempo hablanda todo.
El movimiento de cejas puede que sea similar, pero el dilatar de los ojos no. Tampoco el fruncir de los labios, mucho menos la sonrisa. Andrés es más conversador, atento, incluso encantador para dialogar. José Manuel es más directo y con respuestas cortas da la sensación de ser bastante estricto. El primero es mayor dos años, pero por la corporalidad de ambos pareciera que la diferencia es de meses. Andrés esboza una risita de satisfacción cuando termina su rutina en un aparato mientras que José Manuel descarga la energía con un estruendo que sale de su boca.
Los hermanos Martínez son similares a la hora de ejecutar: pura potencia, fuerza y coordinación. De hecho, no es ilógico confundirlos cuando hacen movimientos rápidos sobre un aparato. Pero lejos de las pruebas son personas tan diferentes que, de una u otra forma, se complementan en la selección de gimnasia de Antioquia.
“Él tiene un carácter más fuerte”, dice Andrés. “Yo soy más estricto y él más flexible”, comenta José Manuel. El mayor de la familia Martínez Moreno estaba en Bogotá cuando mataron a Tulio, su papá, en el barrio San Javier de Medellín. Andrés competía en unos intercolegiados cuando lo llamó la mamá para contarle la noticia. “Lo iban a robar. Mis papás tenían un supermercado y supongo que por quitarle el producido lo atacaron. Lloré y, con el corazón arrugado, participé. Gané tres medallas de oro”. José Manuel estaba en la casa cuando escuchó la gritería, bajó por las escaleras y se encontró con una escena de la que poco habla. “Estaba herido y lo llevamos al hospital”.
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Ninguno sabe si hubo investigación, capturados y condenados. La verdad es que poco les importa. Andrés antepone los buenos recuerdos sobre los malos momentos. “Mi mamá nos protegió mucho porque yo tenía 12 años y mi hermano 10. Y es algo que te impacta, que te afecta. Por eso prefiero rememorar otras cosas, como que mi papá era incansable cuando se metía en algo, que le gustaba moverse mucho y no se quedaba quieto. Y pensándolo bien de eso se trata la vida, de no quedarse quieto”.
Quizá faltó más tiempo para compartir con él, pero para eso hubo mamá que también hizo las veces de papá, que las sigue haciendo. “Su apoyo, su voz de aliento, su entrega. Es una mujer increíble”. Puede que el topetazo de la muerte de Tulio los haya hecho madurar más rápido, que por eso hayan aprendido a ser aplicados desde muy niños, a hacer caso, a no refutar. Y eso lleva a que sea complicado traer al presente alguna travesura o algún castigo de dos personas que encontraron en el deporte un bálsamo para la existencia.
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“Una vez mi hermano llegó con un número diciendo que era el teléfono de Papá Noel. Nosotros creíamos mucho en eso. Y cuando llamamos a preguntar por los regalos resultó ser el secretario académico del colegio La Independencia. Y nos asustamos, colgamos y todo terminado. Pues no. Al día siguiente nos expulsaron dizque por andar haciendo bromas”. Los dos han desarrollado la virtud de la paciencia, uno más que otro. Andrés es el que prepara el aparato cuando José Manuel va a competir y viceversa. Y uno grita al otro para que sienta el apoyo desde abajo, y se aplauden, y se funden en abrazos tantas veces que parece ser parte de la misma rutina. “Si hay algo que destacar de José Manuel es que soporta unas cargas de trabajo muy altas. Es una máquina y eso que ha tenido lesiones duras”. Andrés se refiere a la operación de rodilla por la rotura del ligamento. La primera vez en 2014, entrenando, la otra en 2016, en un Suramericano.
“Estaba en la barra fija y cuando iba a salir caí mal y sentí un pinchazo y, pum, se reventó otra vez”. A pesar de lo sucedido, nunca hubo temor a recaer. Todo lo contrario, aparecieron más ganas de entrenar, de fortalecer el cuerpo. “Con trabajo todo se logra. Sabés que no soy tan trascendental cuando de lesiones se trata. Simplemente se asumen, como algo que va implícito en cualquier disciplina”. Andrés quiere estudiar derecho y José Manuel algo relacionado con finanzas aunque todavía no tiene claro qué.
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En estos Juegos fue común verlos en el podio, rotando escalones. En la barra fija Andrés se quedó con el oro y José Manuel con la plata. En el caballete fue igual. Ya en la modalidad de piso, el mayor obtuvo la presea dorada como en el salto, mientras que el menor se colgó el bronce en las barras paralelas y fue primero en las anillas. Ganaron en la prueba por equipos y Andrés fue el mejor en la general individual. Diez medallas, siete doradas, las que le entregó la familia Martínez Moreno a su delegación.
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