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Sebastián Denis tiene una clarividencia con las fechas que impresiona a quien lo escucha. Primero habla del 16 de julio de 2014, el día en el que la guerrilla emboscó a su pelotón en las bocas del río Murrí, muy cerca de la desembocadura en el río Atrato. Esa tarde él, el dragoneante más experimentado de su grupo (llevaba 17 meses enlistado en la Armada), fue el primero en ver cómo dos patucos, como son conocidas las granadas de fabricación artesanal, estallaron contra unas ramas en la ladera y por fortuna no alcanzaron la lancha en la que iban. Sebastián dice que fueron 10 segundos en los que se quedó estático antes de reaccionar, tomar su fusil M4 556 y empezar a disparar hacia los matorrales. “La AK 47 que usaban las Farc tenía un sonido diferente y se veía una luz con la ráfaga. Así supe para dónde apuntar”.
De los cinco proveedores, cada uno con 30 cartuchos, Sebastián vació uno en un santiamén, pues la adrenalina reemplazó el temor y el sentir su pulso en las sienes aumentó las revoluciones, no solo en la cabeza sino a la hora de apretar el gatillo. “Pura candela, papi. Después del susto sientes calor y las hormonas se enloquecen”. Ese 16 de julio, del que habla con tanto énfasis, también le recuerda la historia de su padre, un aserrador que tuvo que huir de Tiguamiandó, en el Chocó, cuando la guerrilla decidió que esas tierras de gentes que trabajaban con la madera valían más que las vidas de sus dueños. “No quedó nadie, no ves que los iban a matar a todos. Por eso mi familia se radicó en Coquitos, a media hora de Turbo”.
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Sebastián Denis, un hombre alto (1,90 metros), de postura erecta y un poco enjuto, ingresó a las Fuerzas Militares luego de que un cazatalentos argentino no lo seleccionara en una prueba de fútbol en el estadio J.J. Tréllez. “Se llevó a dos defensores y dijo que volvía por los arqueros en marzo. Yo era bueno. No le creí y al mes siguiente ya me estaba enlistando. Escuché un comercial en la radio y me presenté en el Batallón 16 de Turbo”. Sin embargo, la casa le hizo falta, su papá le hizo falta, así como los cultivos de banano manzano y bajar las mandarinas de los árboles. En resumen, la vida de agricultor, exigente y tranquila a la vez. Buscando bienestar para él y los suyos, Sebastián viajó a Medellín, donde le dijeron que su corporalidad era la adecuada para jugar voleibol, que quizá la Liga de Antioquia podía meterlo en uno de sus programas de apoyo. Lo intentó varias veces, tanto en el maderamen como en la playa, pero la disciplina y el empeño no se vieron reflejados en su evolución.
“Hice un curso de vigilante y trabajé cuidando unas bodegas en Sabaneta. Creo que eran de una empresa que se llama Andina del Valle, o algo así”. Pero el 14 de abril de 2015 lo contactó el presidente de la Liga de Voleibol de Bolívar, el mismo que lo había visto en Medellín en un par de ocasiones, y le dijo que tenía un proyecto para los jóvenes que no tenían cupo en sus departamentos. Denis aceptó y viajó a Cartagena sin preguntar mucho. Y con lo aventurado que siempre ha sido llegó a una casa en el barrio El Nemesio, un lugar de peleas, pandillas y pobreza. “Es uno de los sectores más vulnerables de la ciudad, pero no me importó, porque solo quería aprender y mejorar. Y eso pudo más que el miedo”. Y ahí, sin saberlo, se encontró con Sneider Rivas, un urabaense que no siguió con el boxeo, a pesar de ser campeón departamental, por el pánico de su madre a que los golpes en la cabeza lo fueran idiotizando al punto de volverlo loco.
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“Si nos miras, hace cuatro años como pareja, éramos un desastre. No coordinábamos, no sabíamos ponerle la pelota al otro y desaprovechábamos nuestras fortalezas físicas. Era un caos. Pero en estos Juegos del Bicentenario los rivales nos halagan porque la mejoría es notoria y, lo más importante, nos respetan”. Sebastián es un ejemplo de la vida dura que les toca a quienes han tenido algún contacto con la guerra, que saben de sus consecuencias y que entienden que la única manera de acabarla es darle la espalda y caminar en sentido contrario. “Así como encontré el deporte hay otras motivaciones para quienes están aburridos. Uno mismo es el que cambia la marcha, el que altera el rumbo”, concluye el antioqueño que quiso ser marino, que tuvo que ser vigilante para sobrevivir y que ahora compite y sube al podio con los colores de Bolívar. Este lunes ganó oro en el torneo de voley playa, tras derrotar en la final a los bogotanos Diego Corredor y Gunter Perea.