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Lo que hizo Sergio Alejandro Galván Rey en Colombia fue una historia digna de esos relatos de epopeya que tanto han acompañado al fútbol y a sus protagonistas en cualquier cancha del mundo.
Túcuman es una ciudad que queda a 1.252 kilómetros de Buenos Aires. Son más de 15 horas en carro. Desde allí, con 23 años, Sergio salió rumbo a Colombia con un sueño: ser futbolista profesional. Una aspiración normal teniendo en cuenta que venía jugando en Concepción, un club de tercera división de Argentina sin algún logro deportivo que valga la pena mencionar.
En Manizales tenían la ilusión de que llegaría un argentino que iba a revolucionar el club. De esos héroes, con el nueve en la espalda, que con sus goles definen partidos y ganan campeonatos. Esa era la expectativa que había en la gente del Once Caldas.
Cuando llegó había más de 200 personas en el aeropuerto La Nubia. Esperaban un hombre parecido a Hernán Crespo, corpulento, con gran espalda, potencia y porte. Galván, con sus 1,72 metros de estatura, delgado y con apenas 65 kilogramos de peso, era el hombre que había recomendado Alfonso Núñez, exfutbolista argentino que había tenido gran influencia en el club blanco y, sobre todo, en el técnico de entonces, Orlando Restrepo.
“Me acuerdo mucho de las caras y las miradas de la gente. Ellos decían ‘llega el delantero que nos va a salvar de esta situación’, y veía los rostros de sorpresa. No sé qué esperaban”, recuerda Galván.
Era 1996 y la referencia que uno podía encontrar de un jugador de la tercera división argentina era poca. “No había información sobre mi carrera. Era la que yo podía compartir. Cuando me vieron quedaron bastante confundidos”, reconoce Sergio, para quien los primeros meses en Colombia fueron llenos de frustraciones y choques emocionales, porque no es fácil vivir en el exterior, responderle a un cuerpo técnico, a una hinchada y, sobre todo, a sí mismo.
“Lo tomé como algo que suele suceder en este deporte, pero para mí el fútbol no se mide en centímetros ni en talla, sino en capacidades”. Seis meses después de su llegada al Once, Galván apenas llevaba siete goles en 25 partidos, siendo más suplente que titular.
“Sentía y sabía que no confiaban en mi trabajo”. Así llegó diciembre y Sergio pasó las fiestas solo, pero con la intención de volver a entrenar y ponerse a punto. El impulso le duró poco. Recién empezó 1997 le dijeron que no iba a ser tenido en cuenta. Él era consciente de que su rendimiento no era el esperado, pero pidió que lo dejaran entrenar en una cancha alterna.
“Llevaba corriendo solo en una cancha casi siete días cuando de pronto me llaman y me dicen que vaya a hacer fútbol con el plantel profesional. El jueves era el día en que se paraba el equipo que iba a jugar el domingo. Y cuando llegué me pusieron entre los titulares. Eso fue raro”. El asombro no terminó ahí porque al otro día volvió a jugar entre los 11 hombres que iban a enfrentar al Cúcuta Deportivo en el estadio Palogrande.
Después de esa última práctica, Sergio se acercó al club para hablar con los directivos. La duda era saber en qué estaba su situación contractual. “Allá me explicaron que por haber jugado un par de minutos en diciembre mi contrato se había extendido hasta febrero”.
La oportunidad surgió porque de los cinco delanteros que tenía el equipo, dos estaban suspendidos y el otro lesionado. El último recurso: el argentino que va a trotar en la cancha de al lado.
A la grama del Palogrande ese domingo 12 de enero, haciendo dupla en el ataque con Edwin Congo, entró con un único pensamiento: “Si hago un gol no cambia nada. Sin son dos va a ser algo de suerte. Tengo que hacer algo significativo”.
Las cifras y las anécdotas son bien sabidas. El Once Caldas ganó 7-0 y con cinco goles de Galván Rey. Cinco dianas que le abrieron las puertas de los libros de historia de nuestro fútbol y que le marcaron el camino para una linda carrera llena de gloria y pasión. Habrá muy pocos que no recuerden con cariño a este argentino que supo darlo todo con cada camiseta que su pecho sostuvo.
El goleador jugó 563 partidos y marcó 224 goles con Once Caldas, Nacional, América y Santa Fe, entre 1996 y 2011.
Ese jugador delgado, que tanto criticaron los medios, los técnicos y los hinchas, partido a partido y gol a gol fue demostrando que los sueños se construyen y se cumplen con amor, perseverancia y pasión. El fútbol te entrega lo que tú le das y los goles de Galván formaron la epopeya de alguien que supo escribir su mejor gesta: entrar en la historia como el hombre que más veces ha marcado en los 70 años del fútbol colombiano.