En las entrañas de los comienzos de Messi
El español Damià Abella compartió vestuario con el argentino en el equipo filial y el profesional. Cuenta cómo Ronaldinho y Xavi se maravillaban en los entrenamientos con lo que hacía el seis veces Balón de Oro.
Sebastián Arenas - @SebasArenas10
Poco ha cambiado Lionel Andrés Messi desde que nació en uno de los tantos barrios de Rosario en los que alguna vez vivieron inmigrantes italianos. De hecho, los orígenes del astro, cuya madre es de apellido Cuccittini, provienen de Recanati, un pequeño pueblo donde, por ejemplo, nació el poeta Giacomo Leopardi. La tranquilidad de ese lugar tan alejado de Argentina parece haber impregnado a Messi para siempre. (Messi, por favor, no envejezcas más)
Nunca ha abandonado su timidez. La poseía cuando era niño e iba a la casa de su mejor amigo, Lucas Scaglia, y sentía tanto amor como por la pelota al ver a la prima de su cómplice, Antonella Roccuzzo, hoy en día su esposa. “Desde que nos conocimos nos gustamos”, dijo años más tarde el pequeño astro que a la edad de 11 años tenía la estatura de uno de nueve y que llegó a Barcelona para continuar con su tratamiento, crecer con normalidad y cambiar la historia del fútbol.
Después de deleitar con su zurda en las categorías menores del club catalán, Messi llegó al filial, equipo reserva del profesional. Allí compartió con Damià Abella Pérez, un lateral derecho español que al principio tuvo más minutos que el rosarino. “Nadie decía que iba a ser el mejor jugador del mundo, porque era muy prematuro, pero ya se veía que era excepcional”, le cuenta Abella a El Espectador desde Barcelona.
Introvertido en el vestuario, Messi se despojaba de sus temores en el momento en que la pelota y el césped se unían con sus botines. En los entrenamientos deslumbraba. “Tenía mucha facilidad para cambiar de dirección, frenar y conducir superando rivales. Tendía a un juego más individual y salía de situaciones difíciles únicamente con su talento individual. Ya en el primer equipo sí se asociaba más, porque los compañeros eran mejores que en el filial y entendían cuando él tiraba una pared”, continúa un Abella al que le cuesta encontrar los adjetivos más impactantes para describir al argentino.
La magnitud de las condiciones de Messi hacía que incluso jugadores consagrados se deleitaran observándolo. El joven, que en su infancia se ponía la camiseta del Barcelona sin saber su destino, ya era admirado por los futbolistas de gran trayectoria con los que comenzó a entrenar en el primer equipo. “Ronaldinho, Deco, Silvinho y Xavi lo veían jugar y decían: ‘¡Hostia! Este chico es una maravilla’”, cuenta Abella, quien también era parte de ese plantel que dirigía el holandés Frank Rijkaard.
Coordinador en la actualidad del fútbol base (sub-12, sub-14 y sub-16) de la Federación Catalana de Fútbol, Damià Abella continúa el relato de sus momentos con Messi recordando que se reunían horas antes de cada práctica para jugar fútbol-tenis. También rememora el día en el que arrancó la era de uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.
Era el 16 de octubre de 2004 y Abella se encontraba sentado en el banco junto a Messi, que estaba a punto de debutar. “Aparentemente no tenía nervios”. Al minuto 37 del segundo tiempo, el portugués Deco, anotador del único tanto del partido en condición de visitante ante Espanyol, vio su dorsal en el tablero de las sustituciones y se dirigió a darle un sutil abrazo a quien entonces ingresó con el número 30 a la cancha del estadio Olímpico Lluís Companys.
“Disfrutó el debut, pero se fastidió un poco consigo mismo porque en una jugada no le dio un pase correcto a Ronaldinho, quien estaba en posición de gol”, agrega Abella, uno de los afortunados que estuvo al lado del zurdo rosarino que el pasado martes se convirtió en el primer futbolista en ganar seis Balones de Oro.
Ya no tiene pelo largo ni dedica sus tardes a dormir o a los videojuegos, porque ahora las comparte con sus tres hijos y con la prima de su mejor amigo. Ahora habla un poco más y hasta lo hace sobre ese retiro que el balón no quiere que aparezca, porque nunca había sido tratado con tanta majestuosidad. Eso último nunca se ha modificado. Lionel Messi no lo irrespeta, no finge. Él sigue siendo el ser que en la escuela le pedía ayuda a su vecina Cintia Arellano, porque su mente estaba entregada a visualizarlo como un simple futbolista.
@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)
Poco ha cambiado Lionel Andrés Messi desde que nació en uno de los tantos barrios de Rosario en los que alguna vez vivieron inmigrantes italianos. De hecho, los orígenes del astro, cuya madre es de apellido Cuccittini, provienen de Recanati, un pequeño pueblo donde, por ejemplo, nació el poeta Giacomo Leopardi. La tranquilidad de ese lugar tan alejado de Argentina parece haber impregnado a Messi para siempre. (Messi, por favor, no envejezcas más)
Nunca ha abandonado su timidez. La poseía cuando era niño e iba a la casa de su mejor amigo, Lucas Scaglia, y sentía tanto amor como por la pelota al ver a la prima de su cómplice, Antonella Roccuzzo, hoy en día su esposa. “Desde que nos conocimos nos gustamos”, dijo años más tarde el pequeño astro que a la edad de 11 años tenía la estatura de uno de nueve y que llegó a Barcelona para continuar con su tratamiento, crecer con normalidad y cambiar la historia del fútbol.
Después de deleitar con su zurda en las categorías menores del club catalán, Messi llegó al filial, equipo reserva del profesional. Allí compartió con Damià Abella Pérez, un lateral derecho español que al principio tuvo más minutos que el rosarino. “Nadie decía que iba a ser el mejor jugador del mundo, porque era muy prematuro, pero ya se veía que era excepcional”, le cuenta Abella a El Espectador desde Barcelona.
Introvertido en el vestuario, Messi se despojaba de sus temores en el momento en que la pelota y el césped se unían con sus botines. En los entrenamientos deslumbraba. “Tenía mucha facilidad para cambiar de dirección, frenar y conducir superando rivales. Tendía a un juego más individual y salía de situaciones difíciles únicamente con su talento individual. Ya en el primer equipo sí se asociaba más, porque los compañeros eran mejores que en el filial y entendían cuando él tiraba una pared”, continúa un Abella al que le cuesta encontrar los adjetivos más impactantes para describir al argentino.
La magnitud de las condiciones de Messi hacía que incluso jugadores consagrados se deleitaran observándolo. El joven, que en su infancia se ponía la camiseta del Barcelona sin saber su destino, ya era admirado por los futbolistas de gran trayectoria con los que comenzó a entrenar en el primer equipo. “Ronaldinho, Deco, Silvinho y Xavi lo veían jugar y decían: ‘¡Hostia! Este chico es una maravilla’”, cuenta Abella, quien también era parte de ese plantel que dirigía el holandés Frank Rijkaard.
Coordinador en la actualidad del fútbol base (sub-12, sub-14 y sub-16) de la Federación Catalana de Fútbol, Damià Abella continúa el relato de sus momentos con Messi recordando que se reunían horas antes de cada práctica para jugar fútbol-tenis. También rememora el día en el que arrancó la era de uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.
Era el 16 de octubre de 2004 y Abella se encontraba sentado en el banco junto a Messi, que estaba a punto de debutar. “Aparentemente no tenía nervios”. Al minuto 37 del segundo tiempo, el portugués Deco, anotador del único tanto del partido en condición de visitante ante Espanyol, vio su dorsal en el tablero de las sustituciones y se dirigió a darle un sutil abrazo a quien entonces ingresó con el número 30 a la cancha del estadio Olímpico Lluís Companys.
“Disfrutó el debut, pero se fastidió un poco consigo mismo porque en una jugada no le dio un pase correcto a Ronaldinho, quien estaba en posición de gol”, agrega Abella, uno de los afortunados que estuvo al lado del zurdo rosarino que el pasado martes se convirtió en el primer futbolista en ganar seis Balones de Oro.
Ya no tiene pelo largo ni dedica sus tardes a dormir o a los videojuegos, porque ahora las comparte con sus tres hijos y con la prima de su mejor amigo. Ahora habla un poco más y hasta lo hace sobre ese retiro que el balón no quiere que aparezca, porque nunca había sido tratado con tanta majestuosidad. Eso último nunca se ha modificado. Lionel Messi no lo irrespeta, no finge. Él sigue siendo el ser que en la escuela le pedía ayuda a su vecina Cintia Arellano, porque su mente estaba entregada a visualizarlo como un simple futbolista.
@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)