Islandia, el país más pequeño en una Copa del Mundo
Con una población de 335 mil habitantes, este país europeo entró en la historia al clasificarse a Rusia 2018. Su método ha hecho que el fútbol ahora sea más popular que el balonmano y el alpinismo.
Camilo Amaya - Enviado especial Rusia
Heimir Hallgrimsson ingresa a la sala de prensa del estadio del Spartak de Moscú y, antes de que un numeroso grupo de periodistas islandeses empiece a dispararle preguntas, se blinda con una declaración: “No se les olvide que sigo siendo un dentista”. A su lado, Aron Gunnarsson, el capitán de Islandia, un hombre sin un pelo en la cabeza, de ojos azules y mirada desafiante, y con una abultada barba rojiza, sonríe tras las palabras de su entrenador. Hallgrimsson comanda en esta Copa del Mundo a un país que tiene más ovejas que habitantes (335.000 personas), que está en medio del océano Atlántico, alejado de todos y de todo, con una superficie de 103 mil kilómetros cuadrados y que gracias a su trabajo logró una cercanía con el mundo del fútbol hace siete años. El principio de su éxito: entender que la disciplina y el trabajo están por encima del talento y que hay que tomarse el tiempo necesario para hacer cosas, es decir, lo que sea justo. (Le puede interesar: Rusia 2018: La copa de Messi)
Gudmundur Hilmarsson, periodista de ese país, asegura que además del orden perfecto que ha tenido Islandia en los últimos 10 años, en cuanto al fútbol se refiere, están los campos de entrenamiento cubiertos, en una nación en la que el frío más parece una costumbre implícita que adoptada por obligación. Y a eso hay que sumarle la conexión con el hincha, pues la unidad siempre ha sido algo innegociable, más aún cuando se trata de un asunto de estado. Y por estos días el Mundial lo es.
“Tienen que ver a este tipo y su manera de actuar en la vida diaria. La hermana de mi esposa era paciente de él y se emocionó con el fútbol cuando antes ni le llamaba la atención. Lo admiramos y lo queremos porque lo vemos como un vecino más”, dice Hilmarsson, en un inglés balbuceado, pues en un país con uno de los coeficientes de Gini más bajos del mundo (la desigualdad es mínima) la globalización no ha sido necesaria para mejorar la calidad de vida. Gudmundur interrumpe la conversación y queda perplejo cuando ve a Lionel Messi atándose los guayos. Sin embargo, él mismo es su polo a tierra y vuelve al diálogo con una frase cierta: “Ellos tendrán la presión”. (Puede leer: El Maestro Tabárez, el segundo técnico más longevo en la historia de los mundiales)
La charla continúa, así como las historias, y llega el tema de los bares y la cerveza (la más barata en Reikiavik, la capital islandesa, puede costar 12 dólares) y del DT sentado bebiendo con la gente, haciendo preguntas y anotando en una libreta cada sugerencia. “Es muy inteligente porque convenció a las personas de que la selección no era algo lejano, como en otros países. Que era de ellos y que ellos eran escuchados”. Por eso aumentó la asistencia al estadio de Laugardalsvöllur, durante la eliminatoria europea, y un escenario al que no iban más de dos mil personas terminó a reventar, con 15 mil sillas vendidas y con mucha gente a las afueras viendo los partidos en los alrededores. El balonmano y el alpinismo quedaron relegados en las prioridades deportivas. (Vea: Las cinco estrellas debutantes en Rusia 2018)
La sencillez, bondad y franqueza de los periodistas islandeses es igual a la de sus jugadores. Como, por ejemplo, Jón Dadi Bödvarsson, el delantero que juega en la Bundesliga 2 alemana y que mientras que no está con su equipo atiende una estación de gasolina durante el invierno, en medio de la nada y donde el blanco puede llegar a ser deprimente si se combina con el frío (15 grados bajo cero). O también está Birkir Bjarnason, el agricultor del equipo, que en sus vacaciones ayuda a su padre en una granja en el norte del país. Ya es habitual verlo ordeñando vacas y cuidando ovejas en un lugar en el que no se diferencia el pasado del presente. (Lea: La época dorada de la selección de España comenzó en 2008)
Más allá de la apuesta de mandar a sus entrenadores a capacitarse en Europa, de invertir mucho dinero en infraestructura para las divisiones inferiores de la selección y de volver el fútbol un hábito para la población, el éxito del modelo islandés radica en la apropiación de los objetivos, en la relación entre los futbolistas y la gente y de la equidad como noción elemental para el entendimiento. Por eso, este sábado la plaza Arnarhólt, en Reikiavik, estará abarrotada de hinchas al lado de la estatua de Ingolfur Arnarson, el primer vikingo que llegó a la isla, esperando para levantar los brazos, para golpear sus manos y apoyar a la distancia la primera batalla de una guerra que no piensan perder. (Le puede interesar: El desafío de vestir a la selección de Irán)
Heimir Hallgrimsson ingresa a la sala de prensa del estadio del Spartak de Moscú y, antes de que un numeroso grupo de periodistas islandeses empiece a dispararle preguntas, se blinda con una declaración: “No se les olvide que sigo siendo un dentista”. A su lado, Aron Gunnarsson, el capitán de Islandia, un hombre sin un pelo en la cabeza, de ojos azules y mirada desafiante, y con una abultada barba rojiza, sonríe tras las palabras de su entrenador. Hallgrimsson comanda en esta Copa del Mundo a un país que tiene más ovejas que habitantes (335.000 personas), que está en medio del océano Atlántico, alejado de todos y de todo, con una superficie de 103 mil kilómetros cuadrados y que gracias a su trabajo logró una cercanía con el mundo del fútbol hace siete años. El principio de su éxito: entender que la disciplina y el trabajo están por encima del talento y que hay que tomarse el tiempo necesario para hacer cosas, es decir, lo que sea justo. (Le puede interesar: Rusia 2018: La copa de Messi)
Gudmundur Hilmarsson, periodista de ese país, asegura que además del orden perfecto que ha tenido Islandia en los últimos 10 años, en cuanto al fútbol se refiere, están los campos de entrenamiento cubiertos, en una nación en la que el frío más parece una costumbre implícita que adoptada por obligación. Y a eso hay que sumarle la conexión con el hincha, pues la unidad siempre ha sido algo innegociable, más aún cuando se trata de un asunto de estado. Y por estos días el Mundial lo es.
“Tienen que ver a este tipo y su manera de actuar en la vida diaria. La hermana de mi esposa era paciente de él y se emocionó con el fútbol cuando antes ni le llamaba la atención. Lo admiramos y lo queremos porque lo vemos como un vecino más”, dice Hilmarsson, en un inglés balbuceado, pues en un país con uno de los coeficientes de Gini más bajos del mundo (la desigualdad es mínima) la globalización no ha sido necesaria para mejorar la calidad de vida. Gudmundur interrumpe la conversación y queda perplejo cuando ve a Lionel Messi atándose los guayos. Sin embargo, él mismo es su polo a tierra y vuelve al diálogo con una frase cierta: “Ellos tendrán la presión”. (Puede leer: El Maestro Tabárez, el segundo técnico más longevo en la historia de los mundiales)
La charla continúa, así como las historias, y llega el tema de los bares y la cerveza (la más barata en Reikiavik, la capital islandesa, puede costar 12 dólares) y del DT sentado bebiendo con la gente, haciendo preguntas y anotando en una libreta cada sugerencia. “Es muy inteligente porque convenció a las personas de que la selección no era algo lejano, como en otros países. Que era de ellos y que ellos eran escuchados”. Por eso aumentó la asistencia al estadio de Laugardalsvöllur, durante la eliminatoria europea, y un escenario al que no iban más de dos mil personas terminó a reventar, con 15 mil sillas vendidas y con mucha gente a las afueras viendo los partidos en los alrededores. El balonmano y el alpinismo quedaron relegados en las prioridades deportivas. (Vea: Las cinco estrellas debutantes en Rusia 2018)
La sencillez, bondad y franqueza de los periodistas islandeses es igual a la de sus jugadores. Como, por ejemplo, Jón Dadi Bödvarsson, el delantero que juega en la Bundesliga 2 alemana y que mientras que no está con su equipo atiende una estación de gasolina durante el invierno, en medio de la nada y donde el blanco puede llegar a ser deprimente si se combina con el frío (15 grados bajo cero). O también está Birkir Bjarnason, el agricultor del equipo, que en sus vacaciones ayuda a su padre en una granja en el norte del país. Ya es habitual verlo ordeñando vacas y cuidando ovejas en un lugar en el que no se diferencia el pasado del presente. (Lea: La época dorada de la selección de España comenzó en 2008)
Más allá de la apuesta de mandar a sus entrenadores a capacitarse en Europa, de invertir mucho dinero en infraestructura para las divisiones inferiores de la selección y de volver el fútbol un hábito para la población, el éxito del modelo islandés radica en la apropiación de los objetivos, en la relación entre los futbolistas y la gente y de la equidad como noción elemental para el entendimiento. Por eso, este sábado la plaza Arnarhólt, en Reikiavik, estará abarrotada de hinchas al lado de la estatua de Ingolfur Arnarson, el primer vikingo que llegó a la isla, esperando para levantar los brazos, para golpear sus manos y apoyar a la distancia la primera batalla de una guerra que no piensan perder. (Le puede interesar: El desafío de vestir a la selección de Irán)