Kevin De Bruyne, el "todocampista" de Bélgica en Rusia 2018
El volante belga de 27 años le demostró a José Mourinho, quien no lo quiso tener en el Chelsea, que es uno de los mejores del mundo. Su historia.
Luis Guillermo Montenegro - Enviado especial a Rusia
Kevin De Bruyne camina hacia el centro de la cancha del estadio Krestovski de San Petersburgo, en medio del reconocimiento de campo oficial, establecido por la FIFA. Mientras él habla, Romelu Lukaku y Eden Hazard, compañeros de selección, lo miran con atención. Él gesticula con las manos y trata de explicarles algo. Señala la zona de los tres cuartos de cancha del sector noroccidental. Su zona, en la que es fuerte y espera marcar diferencia en la semifinal de este martes (1:00 p.m., por Gol Caracol) ante los franceses. Los dos lo aprueban con el pulgar arriba y se reúnen junto a sus demás compañeros, quienes miran con atención al técnico español Roberto Martínez. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
En Inglaterra definen a los futbolistas que tienen la capacidad de jugar en cualquier posición del medio campo con el término de “box to box”, haciendo referencia a que pueden rendir tanto en la función defensiva como en la ofensiva. Desde que Kevin De Bruyne iba a pasar vacaciones a Londres, a la casa de su abuelo, un petrolero con inversiones en Reino Unido, Burundi y Costa de Marfil, demostró ser un jugador de este estilo. Un todocampista.
Herwig y Anna, sus padres, lo guiaron por el camino del fútbol. Y en este caso no lo hacían como muchos otros, con la idea de que su hijo fuera el instrumento para salir de la pobreza. Aquí había recursos y el deporte no era más que una distracción que ocupaba a un pequeño inquieto. Comenzó a jugar en Drogen, Bélgica, en una cancha cercana a la casa en la que creció. La primera vez que su mamá lo llevó a entrenar tenía cuatro años, pero su relación con el balón se dio de forma innata porque desde esa clase inicial demostró ser mejor que los demás. (Lea: Cuatro técnicos van por su primer Mundial)
Sin proponérselo, terminó siendo catalogado como el futuro del fútbol belga, el referente de una generación que nacía con la ilusión de recuperar la grandeza de un país que había brillado en la Copa del Mundo de México 1986, cuando llegó hasta semifinales y perdió con la Argentina de Maradona. Con el pelo entre amarillo y blanco, la piel rosada y un tono agudo de voz, dio sus primeras entrevistas en las que decía que su sueño sería ser como Michael Owen y jugar en el Liverpool de Inglaterra, su equipo preferido.
Con 14 años dejó su hogar, las comodidades que le daban sus padres y se unió a la academia del Genk, a vivir en la pensión del club. Acostumbrado a que le hicieran todo, le costó acoplarse a la independencia, sobrevivir por su cuenta. Pero aprendió a cocinar, a lavar su ropa y a llegar por sus medios a los entrenamientos. De alguna manera, esa dependencia de sí mismo le ayudó para crear un estilo de juego en el que sentía que era capaz de todo. (Lea: “Estoy muy orgulloso de este equipo”: Roberto Martínez)
Jugaba desde el medio campo, pero él era quien recuperaba, eludía a los rivales, hacía paredes con sus compañeros y terminaba definiendo. Este talento sobrenatural lo fue impulsando a ser catalogado como la joya de la cantera del Genk, equipo que recibió múltiples ofertas, pero que no lo dejó ir hasta verlo debutar en el primer equipo. Disputó 113 partidos, marcó 18 goles e hizo 36 asistencias, antes de partir al Werder Bremen de Alemania, en donde jugó 34 compromisos, logró 10 tantos y 10 asistencias.
En 2013, gracias a su rendimiento, llegó al fútbol inglés, a jugar en Stanford Bridge, escenario ubicado a pocos kilómetros de la casa de su abuelo. Soñaba con estar en un grande, desde esos momentos en los que descrestaba a sus amigos ingleses siendo apenas un niño. Pero en el Chelsea se encontró con José Mourinho, el entrenador al que prometió impresionar, una vez le dijo que no lo veía con las ganas de triunfar en este deporte. El portugués no lo dejó jugar más de nueve partidos y Kevin presionó a los directivos para que lo dejaran salir. (Lea también: Hazard: "Si Kanté está en su mejor nivel, tienes un 95% de posibilidades de ganar")
Regresó a Alemania y en el Wolfsburgo recuperó la confianza. En tres temporadas se convirtió en el eje del equipo y se ganó el llamado a la selección belga de mayores. Estuvo en el Mundial de Brasil 2014, en el que su equipo avanzó a los cuartos de final, fase en la que perdió ante Argentina.
En 2015, regresó al país de su abuelo a triunfar. Pero no en Londres sino en Manchester. Lo hacía con deseo de revancha, de demostrarle a Mourinho que tenía cómo ser uno de los mejores futbolistas. “Lucharé para demostrarle al Chelsea que estaba equivocado”, dijo el jugador belga, quien en dos temporadas con el Manchester City se ha ganado el respeto del mundo y es catalogado como un volante moderno, de esos que quitan y entregan, de esos que arman el juego de su equipo desde atrás y aparecen cuando más enredados parecen los partidos. (Puede leer: El sello inglés de la selección de Bélgica)
En Rusia 2018, ha sido un héroe anónimo. Se habla de Hazard, de Lukaku y de Courtois, pero él ha sido el futbolista clave en los buenos resultados de la selección de Bélgica. Ha sido titular en cuatro de los cinco partidos que ha disputado su selección en esta Copa del Mundo, sumando 360 minutos en cancha. Ha anotado un gol y ha hecho una asistencia. Ante los brasileños, en cuartos de final, fue el mejor jugador del partido. Ahora, quiere serlo en la semifinal ante los franceses y llevar a su selección por primera vez a una final de un Mundial.
Kevin De Bruyne camina hacia el centro de la cancha del estadio Krestovski de San Petersburgo, en medio del reconocimiento de campo oficial, establecido por la FIFA. Mientras él habla, Romelu Lukaku y Eden Hazard, compañeros de selección, lo miran con atención. Él gesticula con las manos y trata de explicarles algo. Señala la zona de los tres cuartos de cancha del sector noroccidental. Su zona, en la que es fuerte y espera marcar diferencia en la semifinal de este martes (1:00 p.m., por Gol Caracol) ante los franceses. Los dos lo aprueban con el pulgar arriba y se reúnen junto a sus demás compañeros, quienes miran con atención al técnico español Roberto Martínez. (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018)
En Inglaterra definen a los futbolistas que tienen la capacidad de jugar en cualquier posición del medio campo con el término de “box to box”, haciendo referencia a que pueden rendir tanto en la función defensiva como en la ofensiva. Desde que Kevin De Bruyne iba a pasar vacaciones a Londres, a la casa de su abuelo, un petrolero con inversiones en Reino Unido, Burundi y Costa de Marfil, demostró ser un jugador de este estilo. Un todocampista.
Herwig y Anna, sus padres, lo guiaron por el camino del fútbol. Y en este caso no lo hacían como muchos otros, con la idea de que su hijo fuera el instrumento para salir de la pobreza. Aquí había recursos y el deporte no era más que una distracción que ocupaba a un pequeño inquieto. Comenzó a jugar en Drogen, Bélgica, en una cancha cercana a la casa en la que creció. La primera vez que su mamá lo llevó a entrenar tenía cuatro años, pero su relación con el balón se dio de forma innata porque desde esa clase inicial demostró ser mejor que los demás. (Lea: Cuatro técnicos van por su primer Mundial)
Sin proponérselo, terminó siendo catalogado como el futuro del fútbol belga, el referente de una generación que nacía con la ilusión de recuperar la grandeza de un país que había brillado en la Copa del Mundo de México 1986, cuando llegó hasta semifinales y perdió con la Argentina de Maradona. Con el pelo entre amarillo y blanco, la piel rosada y un tono agudo de voz, dio sus primeras entrevistas en las que decía que su sueño sería ser como Michael Owen y jugar en el Liverpool de Inglaterra, su equipo preferido.
Con 14 años dejó su hogar, las comodidades que le daban sus padres y se unió a la academia del Genk, a vivir en la pensión del club. Acostumbrado a que le hicieran todo, le costó acoplarse a la independencia, sobrevivir por su cuenta. Pero aprendió a cocinar, a lavar su ropa y a llegar por sus medios a los entrenamientos. De alguna manera, esa dependencia de sí mismo le ayudó para crear un estilo de juego en el que sentía que era capaz de todo. (Lea: “Estoy muy orgulloso de este equipo”: Roberto Martínez)
Jugaba desde el medio campo, pero él era quien recuperaba, eludía a los rivales, hacía paredes con sus compañeros y terminaba definiendo. Este talento sobrenatural lo fue impulsando a ser catalogado como la joya de la cantera del Genk, equipo que recibió múltiples ofertas, pero que no lo dejó ir hasta verlo debutar en el primer equipo. Disputó 113 partidos, marcó 18 goles e hizo 36 asistencias, antes de partir al Werder Bremen de Alemania, en donde jugó 34 compromisos, logró 10 tantos y 10 asistencias.
En 2013, gracias a su rendimiento, llegó al fútbol inglés, a jugar en Stanford Bridge, escenario ubicado a pocos kilómetros de la casa de su abuelo. Soñaba con estar en un grande, desde esos momentos en los que descrestaba a sus amigos ingleses siendo apenas un niño. Pero en el Chelsea se encontró con José Mourinho, el entrenador al que prometió impresionar, una vez le dijo que no lo veía con las ganas de triunfar en este deporte. El portugués no lo dejó jugar más de nueve partidos y Kevin presionó a los directivos para que lo dejaran salir. (Lea también: Hazard: "Si Kanté está en su mejor nivel, tienes un 95% de posibilidades de ganar")
Regresó a Alemania y en el Wolfsburgo recuperó la confianza. En tres temporadas se convirtió en el eje del equipo y se ganó el llamado a la selección belga de mayores. Estuvo en el Mundial de Brasil 2014, en el que su equipo avanzó a los cuartos de final, fase en la que perdió ante Argentina.
En 2015, regresó al país de su abuelo a triunfar. Pero no en Londres sino en Manchester. Lo hacía con deseo de revancha, de demostrarle a Mourinho que tenía cómo ser uno de los mejores futbolistas. “Lucharé para demostrarle al Chelsea que estaba equivocado”, dijo el jugador belga, quien en dos temporadas con el Manchester City se ha ganado el respeto del mundo y es catalogado como un volante moderno, de esos que quitan y entregan, de esos que arman el juego de su equipo desde atrás y aparecen cuando más enredados parecen los partidos. (Puede leer: El sello inglés de la selección de Bélgica)
En Rusia 2018, ha sido un héroe anónimo. Se habla de Hazard, de Lukaku y de Courtois, pero él ha sido el futbolista clave en los buenos resultados de la selección de Bélgica. Ha sido titular en cuatro de los cinco partidos que ha disputado su selección en esta Copa del Mundo, sumando 360 minutos en cancha. Ha anotado un gol y ha hecho una asistencia. Ante los brasileños, en cuartos de final, fue el mejor jugador del partido. Ahora, quiere serlo en la semifinal ante los franceses y llevar a su selección por primera vez a una final de un Mundial.