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Para Vladimir Lenin, el patriotismo, más que ser la intención del individuo por vincularse con su patria, era el entender sus objetivos, celebrar sus logros y asumir las derrotas como propias. En otras palabras, la prioridad del bien colectivo sobre el individual. Eso sí, con una regla fundamental: sentirlo y hacerlo por el país de nacimiento. De estar vivo, el líder socialista no hubiera aceptado que en la Selección de Rusia jugara un brasileño, mucho menos en su Mundial. (Puede leer: Rusia se presenta ante el mundo)
Sin embargo, la globalización y su sabiduría de dejar ser permite hoy en día ver a Mario Fernandes, un defensor central de Sao Paulo, hacer parte de la nómina del anfitrión de la Copa del Mundo.
Pero todo ha cambiado y ahora el arraigo y la identidad pueden separarse del patriotismo. Y por eso Fernandes juega el evento más importante del fútbol con una camiseta diferente a la de Brasil, porque en el equipo pentacampeón no había espacio para él. También hay casos diferentes como el de Fernando Muslera. El arquero nació en Buenos Aires el 16 de junio de 1986, el mismo día que Argentina eliminó a Uruguay en los octavos de final del Mundial de México, pero representa al equipo charrúa. ¿Por qué? Porque cuando tenía ocho meses sus padres, Norma y Hugo, se fueron a vivir a Montevideo y él creció con las costumbres, con la gente, con la idea de que era uruguayo. “Aunque mi pasaporte diga que tengo nacionalidad argentina yo nací en Uruguay”, dice siempre que se le pregunta sobre sus orígenes. (Lea también: Rusia 2018: La conspiración con la que Putin ganó la sede del Mundial)
Así como Muslera y Fernandes, en este Mundial habrá otros 80 jugadores que no representarán a sus naciones. Marruecos encabeza la lista con 17 (un canadiense, dos españoles, ocho franceses, cinco holandeses y un belga) y lo sigue Suiza y Senegal, con nueve cada uno.
De igual forma aparecen otros equipos, como España con el siempre polémico Diego Costa y su decisión de jugar por los campeones en Suráfrica 2010 y no con Brasil. Porque sí, hay hombres que se atreven a rechazar a un equipo en el que otros morirían por jugar. La Roja, que será dirigido por Fernando Hierro luego de la destitución de Julen Lopetegui, cuenta también en su nómina con Thiago Alcántara, nacido en San Pietro Vernotico, Italia, que prefirió el juego que le infundieron desde niño en las inferiores del Barcelona que el férreo sistema que siempre ha caracterizado a la Selección Azurri. (Lea también: Aprendiendo a hablar el idioma del fútbol)
Y así siguen los nombres hasta llegar a Gonzalo Higuaín, que vino al mundo en Francia, pero que se decidió por Argentina, o el de Samuel Umtiti, la estrella de 24 años que pudo jugar con Senegal y enfrentar a Colombia en este Mundial, pero que se fue con los franceses. Y el de Raheem Sterling, el delantero del Manchester City que estará por Inglaterra siendo jamaiquino e Ivan Rakitic, el hombre del equilibrio y el orden en el mediocampo del Barça y Croacia, que no es de la nación balcánica, pues su acta de nacimiento dice Mohlin, Suiza.
Y qué decir de Pepe, el exjugador del Real Madrid, el más orgulloso de ser portugués, cuando creció en las playas de Maceió, en la costa este brasileña. Futbolistas de primer nivel, que hacen parte de los mejores equipos del planeta, que están en las ligas más competitivas y, por ende, pueden darse el lujo de vestir la camiseta que quieran en una Copa del Mundo. (Puede leer: Rusia 2018: El petróleo jugó en el primer partido del Mundial)
Y así continúan los nombres y los ejemplos de quienes han demostrado que la persona no es de donde nace sino de donde se hace. El fútbol no tiene fronteras y el significado moderno de patriotismo en este deporte ya no amarra a una persona con una bandera. Sí a unas creencias y a un lugar en especial: el país que eligieron representar hasta el final de sus carreras.