Maradona vs Inglaterra: el gol como grito político
Cada 2 de abril se honra en Argentina la memoria de los caídos en la guerra de Las Malvinas en 1982. Cuatro años después del dolor, la selección de Carlos Bilardo supo que no se trataba de una venganza, pero los goles del 10 fueron un desahogo que no había sido posible expulsar.
Andrés Osorio Guillott
"Era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Habían muerto muchos pibes argentinos, los habían matado como a pajaritos. Esto era una revancha, ¡un carajo iba a ser un partido más!", afirmó Maradona sobre los goles en el mundial de México 86.
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"Era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Habían muerto muchos pibes argentinos, los habían matado como a pajaritos. Esto era una revancha, ¡un carajo iba a ser un partido más!", afirmó Maradona sobre los goles en el mundial de México 86.
"Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial... siempre Maradona... ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... ¡Goooooolll! ¡Goooooolll! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golaazo! ¡Diegooooo! ¡Maradooona! ¡Es para llorar, perdónenme! Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos, barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas".
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Muchos coinciden en que esa narración de Victor Hugo Morales se convirtió en un relato literario, en una narración mitológica que fundó un nuevo tiempo en el fútbol. Lo cierto es que la jugada que le da eco a esas palabras fue más que un mito en la historia del deporte más popular del mundo. Fue también el desahogo de un país que había sufrido la muerte de más de 600 personas en la Guerra de las Islas Malvinas contra Inglaterra entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982.
Casi cuatro años después del fin del enfrentamiento bélico entre ambas naciones, Argentina llegaba al estadio Azteca de México para disputar los cuartos de final de la Copa del Mundo contra Inglaterra. Todos lo sabían, pero también todos pretendían ignorarlo. Qué desatino y qué mentes fueras de toda cordura piensan que un partido de fútbol va a sanar las heridas de tantos argentinos muertos en la guerra.
“Yo les prohibí hablar a los jugadores. Las preguntas de los periodistas eran las Malvinas, las Malvinas y las Malvinas. Los reuní y les dije: 'Muchachos, en este momento no se puede hablar de las Malvinas'. Hacer fuerza por las Malvinas es otra cosa. Si vos querés y lo sentís, les dije a los jugadores, cuando termine todo esto agarramos un avión y nos vamos para allá, para las Malvinas. Todos los que quieran. Vamos a poner el pecho"”, eso fue lo que contó tiempo después Carlos Bilardo, director técnico de la selección de Argentina en aquel 86.
Eran otros tiempos. Y el fútbol no fue igual, no solo por el relato que construyó Maradona el 22 de junio de 1986, sino porque el sudor de la gloria era justificado por la vida misma, por el honor, no por sumas exorbitantes de dinero. Se aspiraba a algo más que la felicidad efímera, se aspiraba a construir una historia para nunca olvidar. Y así lo lograron Nery Pumpido, José Luis Brown, Oscar Ruggeri, José Cuciuffo, Sergio Batista, Ricardo Giusti, Héctor Enrique, Julio Olarticoechea, Jorge Burruchaga, Jorge Valdano y Diego Armando Maradona.
En el minuto 51 sucedió lo inexplicable, lo inverosímil: Maradona anticipó al arquero inglés en un balón dividido y como lo dijo el 10, el gol “lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios”. Ni Ali Bennaceur, ni Bogdan Dotchev, árbitros de aquel encuentro, anularon el gol con la única parte del cuerpo que cancela cualquier jugada en el fútbol. Robo para los ingleses, pero el fanatismo y la atmósfera política que rodeaba al partido terminó por convertir ese gol ilegítimo en una leyenda del deporte.
Cuatro minutos después llegó el mejor gol, para muchos, en la historia del fútbol mundial. Aquel “Barrilete cósmico” constó de cinco segundos de fintas, de un balón que no se despegó de una de las mejores zurdas que vieron los aficionados en la historia. Medio Inglaterra se vio disminuido por un destello de fantasía, por cinco segundos de una musa que venía de la voluntad por dejar la vida, por ser la representación de un país que vio en el grito de gol un gol político, un desahogo del dolor, una pisca de venganza.
"Sabíamos que muchos de los que miraban el partido habían perdido familiares. Antes de salir nos juramos que teníamos que ganar. Por los caídos, por los ex combatientes, por el himno, por la patria”, sentenció Maradona al recordar ese día, ese gol, ese sabor de eternidad.
Por las palabras de Bilardo y también las de Maradona se entendió que desde la previa todos eran conscientes de que un escenario no era comparable con el otro. El fútbol no tenía nada que ver con las Malvinas, y en general no tendría nada que ver con las guerras, con los discursos practicados desde los altares del poder de pocos, pero la historia también ha dicho que en ese deporte han terminado intereses particulares que han querido acudir al carácter masivo de las ansias de gol para mejorar sus percepciones de fuerza, de supremacía.
El 10 dijo en aquel entonces que si les pedían dejar la vida, la dejarían. Y eso hicieron. Aquella actitud de jugar por el honor era solo uno de los tantos homenajes que se rendirían a la memoria de los más de 600 argentinos que fallecieron en las Malvinas. Todos saben que esos goles, que ese segundo gol que quedó inmortalizado por todo el contexto, fueron los gritos del desahogo, de los dolidos, de los que terminaron aceptando que el fútbol les devolvió algo de la vida y la esperanza que se habían perdido luego de las muertes indiscriminadas en las islas.
“Maradona se escribe con M de Malvinas”, “No llores por mí, Inglaterra”. Titulares así se vieron horas después en los medios argentinos. El gol fue la venganza solemne, la que no significó más muertos y sí le devolvió al pueblo derrotado la moral. Muchos dicen que Maradona es lo que es por lo que ocurrió ese día, porque jugadores con su talento pueden nacer cada cierto tiempo, pero solo él desató un nudo de cuatro años en las gargantas de su país. De las lágrimas del duelo, de la muerte, logró las lágrimas de la gloria, de esa que rompió los estigmas del fútbol y provocó saltos que no fueron solo desde las gradas, sino desde la confianza y el orgullo por ser argentinos.