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La identidad del fútbol brasilero es uno de los valores más preciados con los que cuenta el mundo de la pelota. Toque, gambeta, movilidad, lujos, tacos y espectáculo son algunos de los elementos que siempre generan aplausos y admiración. Ese brillo en los ojos de alguien que observa un balompié de calidad es el que anhelaba despertar Luiz Carlos Saroli, el director técnico de Chapecoense que falleció en la tragedia aérea del lunes 28 de noviembre de 2016.
Las palabras del valiente entrenador -porque valiente es el que también se preocupa por las formas y no solo por el resultado- aún retumban: “Nacional es favorito porque es el actual campeón de la Libertadores y va a disputar el Mundial de Clubes después de jugar contra nosotros”. El cuadro verdolaga no jugó contra ellos, se unió al dolor tras la pérdida de hombres que Caio Júnior llevó hasta el momento más emblemático de la historia del humilde equipo brasilero.
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Caio no le temía a la jerarquía del vigente campeón de la Copa Libertadores. Confiaba en que sus jugadores entendían “muy bien lo que tienen que hacer” para que la hazaña no se quedara en ser finalistas, para que fuera completa, para que el grito de “campeón” se repitiera eternamente en el Arena Condá, estadio del Chapecoense.
Durante el fatídico viaje estaba sonriente, imaginando cómo sus volantes de marca controlarían la creatividad de Macnelly Torres, de qué forma los centrales no dejarían rematar al goleador verdolaga Miguel Ángel Borja y, sobre todo, la estrategia para controlar la pelota, porque al entrenador le gustaba que sus equipos pensarán en el arco contrario. Él quería ser protagonista del juego, dominarlo y no que se lo dominaran, algo que con las tragedias inesperadas es imposible. “Pasar por Bolivia es un motivo de orgullo porque nos da suerte”, manifestó el entrenador minutos previos al despegue. Luego la aeronave donde viajaban colisionó contra un cerro en la zona rural del municipio de La Unión, en Antioquia. Una colina que ahora, en honor a la tragedia, lleva el nombre de Chapecoense. (El piloto de LaMia y una cadena de errores)
La suerte que deseaba lo había acompañado cuando eliminó al Júnior de Barranquilla, uno de los grandes que dejó el equipo brasilero en el camino; los otros, Independiente de Argentina, el máximo ganador de la Copa Libertadores, y San Lorenzo de Almagro, del mismo país. De manera que fue largo el sendero que recorrió el estratega antes de arribar a colmar de gloria al Chapecoense. El oriundo de Cascavel -municipio brasilero del estado de Paraná- debutó con 20 años en el Gremio, club con el que fue tricampeón del Campeonato Gaucho y una vez goleador.
Su paso por el fútbol portugués, entre 1987 y 1994 con el Vitória Guimarães y el Estrela da Amadora, hizo que su colega, uno de los técnicos más importantes del mundo, José Mourinho, dijera tras conocer del siniestro: “No puedo olvidar la tragedia que sufrieron colegas, el entrenador Caio Júnior, quien jugó en Portugal por muchos años. Es alguien a quien vamos a extrañar en Portugal porque lo conocíamos muy bien y dejó a muchos amigos en nuestro país”.
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En Catar es reconocido por su gestión como entrenador del Al-Gharafa, con el que triunfó en tres torneos locales. Por hacer amigos en territorios tan alejados a los natales, donde los intereses en común se anudan, Caio había conocido al futbolista ecuatoriano Carlos Tenorio cuando ambos trabajaban en dichas lejanías, quien conserva el recuerdo de un hombre que era un “gran profesional” y advierte: “Es lamentable lo que sucedió. Esta tragedia nos hace replantear muchas cosas a nosotros como futbolistas”.
Tenorio no es el único hombre de selección que aprendió de Luiz Carlos. El talentoso chileno Jorge Valdivia, que en 2007 coincidió con el director técnico en Palmeiras, de Brasil, reconoce que “él fue un soporte muy grande dentro del club para desempeñarme en lo profesional. Fue una excelente persona y estoy seguro que la tristeza es mucho más grande en su familia de la que yo siento”, y rememora: “Fue un año entero y siempre tuvimos contacto y relación. Conocí a su familia y a sus hijos. Cuando vine a los Emiratos, también estuvo acá”. (De no ser por mi pasaporte habría estado en el vuelo: hijo del técnico de Chapecoense)
Pero la inmensidad con qué será recordado el DT no es comparable al imponente escenario de sentimientos que posee Matheus Saroli. Éste se disponía a viajar con su padre hacia Medellín para acompañarlo en la final de la Copa Sudamericana. Se encontraba en Sao Paulo embargado de ilusión ante la posibilidad de que su progenitor se convirtiera en el legendario entrenador que llevaría al humilde Chapecoense a conseguir su primer título continental.
A Matheus se le olvidó el pasaporte y no pudo abordar el avión que transportó al plantel del cuadro brasilero a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, de donde partió con destino a la capital antioqueña. En el vuelo 2933 de la aerolínea LaMia iba el Saroli papá, quien ese lunes soñaba con la semana siguiente: festejar la consagración en el segundo certamen de clubes más importante del continente apretando los puños y saltando, como se le veía cuando el elenco verde anotaba. (“Estamos embarcando, te amo, un beso”: Duca de Castro)
“Soy un hombre enamorado por el fútbol desde niño”, son palabras que dijo Matheus Saroli a El Espectador. También el técnico de cabello canoso y barba de candado compartía este sentimiento, pese a “toda la basura que rodea al mundo del fútbol”, como describe el ejemplar Marcelo Bielsa, colega argentino de Caio. Hay aspectos que denigran al más hermoso pero golpeado de los deportes.
Luiz Carlos Saroli murió a la edad de 51 años. Parecen pocos, pero él hizo que valieran mucho por la cantidad de logros que alcanzó y porque partió llegando a la cúspide de las metas: ser eterno entre millones de amores, esos que solo mueve el fútbol. “Si muriera hoy, moriría feliz”, pronunció el miércoles 23 de noviembre tras clasificarse a la final de la Copa Sudamericana. Colmado de felicidad despegó en el avión de la grandeza.
@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)