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Ser futbolista profesional es el sueño de muchos jóvenes en Colombia. Algunos se preparan para serlo, pero a veces las oportunidades son nulas. Aunque se intente abrir camino por esa senda caen obstáculos por doquier y superar cada uno de ellos no es nada fácil. Así le sucedió a Angellot Caro, figura de la selección de Colombia de futsal. Intentó hasta el final convertirse en jugador de fútbol. De eso está seguro y lo repite para dejarlo claro. Persiguió su sueño hasta que se reventó. Hasta que no pudo más. (Conozca las cinco figuras a seguir en el Mundial de fútsal)
Todo comenzó en el barrio Abraham Lincoln, en el sur de Bogotá. Allí se gestaron los sueños de Caro. Apenas tenía nueve años cuando sus amigos de cuadra lanzaban piedras a su ventana para llamarlo a jugar microfútbol. Dos ladrillos servían como portería y la anchura de la calle delimitaba el terreno de juego. Su habilidad era notoria. Era el crack del barrio. “Jugábamos domingos y jueves por la noche. La mayoría era gente mayor. Yo era el más pequeño y el que los movía. Eso me ayudó a adaptarme y competir con gente más grandes que yo”, le dijo a El Espectador.
A los 12 años quiso probar su destreza con el balón e intentó probarse en Millonarios. No fue fácil, pero por su sueño hacia lo que fuera posible. Viajaba cuatro horas en bus, dos de ida y dos de vuelta, para entrenar en la sede del cuadro embajador. Fueron tres años así. Pero no tuvo mayores oportunidades, “me tocó ver a futbolistas más malitos desde la banca”. Su talento se desperdició y la parte económica lo hizo desistir, “me quedó muy complicado subsistir porque me quedaba muy lejos de la casa, era difícil por gastos de transportes, así que decidí irme por el micro y el futbol sala”.
Pedro Carrero fue quien lo descubrió. Jugando en el Coliseo El Campín cuando tenía 15 años, el dueño de Saeta quedó admirado por las cualidades de Angellot Caro. Con él aprendió mucho, además le ofreció un puesto en su equipo, en el que, además, le iban a pagar viáticos y subsidio de transporte. “Cuando llegué me preguntaron: quién era yo. Dije que venía de parte de Pedro Carrero y el profe lo llamó. Apenas colgó me dieron un kit de ropa y de tenis. Eso fue una gran motivación para mí”. Carrero lo apoyó en todo lo que necesitaba.
No se demoró en destacar. Al año de haber ingresado en Saeta y tras jugar unos Juegos Nacionales, Diego Morales quedó encantado. Vio un diamante en bruto listo para pulir y le dijo que por su calidad debía estar en selección. El conocimiento y la visión que Morales tiene sobre este deporte tuvieron su efecto. Ese talento no se desperdició. El técnico del combinado nacional sub-20, Hugo Afanador, realizó una preselección de 36 jugadores, de la que solo salieron 12. Y Caro no desaprovechó se quedó atrás. Abrió los ojos del entrenador, quien terminó decantandose por él. Sabía que era una figura en proyecciòn. “Yo era el más joven de esa camada fue una gran motivación para mí”. Su paso por la sub-20 fue efímero y no porque no hubiera dado la talla, sino porque cinco meses más tarde fue llamado a la selección de mayores. Objetivo cumplido.
“Esa fue una experiencia muy buena porque ellos apostaron por mí pese a ser un jugador muy joven. Diego me apoyó mucho, hizo las gestiones pertinentes para mi primer viaje al exterior, que fue a Venezuela, siempre estuvo pendiente de mis procesos en selecciones”. Pero fue en 2005 cuando Caro se dio a conocer a nivel mundial. El bogotano fue invitado al partido entre las estrellas del mundo contra Brasil. Viajó un 24 de diciembre a las 10 de la noche para Cuiabá donde participó en los dos partidos que se llevaron a cabo. “El técnico argentino Fernando Larrañaga me dijo: ‘usted va empezar de titular, haga lo mismo que demuestra en entrenamientos. Juegue con alegría y diviértase’”. Y lo hizo. Desde entonces le empezaron a llegar propuestas para jugar en Europa.
Son al menos 15 países en los que ha jugado. República Checa, Kuwait, Emiratos Arabes, España, Italia, Libia, Marruecos, Francia, Tailandia, Venezuela, entre otros. Él asegura que han sido muchos más. Lo cierto es que, como en la vida, no ha sido fácil. A República Checa llegó con 17 años. De Bogotá salió con una sonrisa y con muchos anhelos. Pero se estrelló. “Llegué a un apartamento pequeño. Estaba solo. No podía hablar con nadie debido a que no hablaba el idioma, me dio muy duro. Siempre pensé en devolverme. Pero quería luchar por mis sueños y al final lo logré”.
Fuera de las desazones, este deporte le ha dejado muchas enseñanzas culturales, pero sobretodo el recuerdo de conocer a Ronaldinho, su ídolo. Fue algo inolvidable. Irrepetible. El hombre que lo hizo madrugar cuando jugaba en el París Saint Germain y en el Barcelona lo tuvo al lado en un partido de exhibición en India. “Es un hombre muy sencillo. Lo conocí por Falcao, quien es amigo de él, me lo presentó y hablamos en el hotel por largo rato. Es una gran persona, con mucha calidad humana”. Y no fue el único, también compartió camerino con Ryan Giggs.
Su carrera ha estado marcado por si calse dentro del rectangulo de juego y esta temporada se coronó campeón de la Liga Libanesa con su equipo el Al Mayadeen. Llega al Mundial como uno de los referentes del seleccionado nacional y con la experiencia de haber sido una de las figuras hace cuatro años en Tailandia, donde los dirigidos por Osman Fonnegra finalizaron en la cuarta posición. Esa actuación quiere repetirá en Colombia 2016. Pero es consciente de que tendrán que enfrentar un grupo muy difícil ante Portugal, Uzbekistán y Panamá. “Lo veo muy difícil. Hay mucho nivel. Comenzamos ante un equipo de alta competencia como lo es Portugal, que tiene como objetivo ser campeón del Mundial”. A pesar de esto guarda esperanzas. “Tenemos que hacer respetar nuestra casa, nos hemos preparado muy bien para este torneo. Todo se definirá cuando nos enfrentemos”, finalizó.