Jesse Owens y los 45 minutos que asombraron al mundo
El cuádruple campeón olímpico en Berlín 1936, comenzó a labrar su leyenda el 25 de mayo de 1935, cuando en menos de una hora impuso tres récords del mundo e igualó otro. Atletismo.
Ricardo Ávila Palacios *
Si hay un nombre que los aficionados al atletismo no deben olvidar jamás es el de Charles Riley (1873-1960). Fue él, quien con paciencia de padre, pero con mano dura de entrenador, hizo de Jesse Owens (1913-1980) no solo un campeón sino un hombre.
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Si hay un nombre que los aficionados al atletismo no deben olvidar jamás es el de Charles Riley (1873-1960). Fue él, quien con paciencia de padre, pero con mano dura de entrenador, hizo de Jesse Owens (1913-1980) no solo un campeón sino un hombre.
“Yo tenía diez años cuando nos fuimos a vivir a Cleveland, en Ohio (EE. UU.). Pisé por primera vez un colegio, trabajé como vendedor de periódicos, de ascensorista, en una gasolinera, hasta que teniendo trece años se cruzó en mi camino un hombre llamado Charles Riley, quien se propuso hacer de mí un atleta”, comentó Owens, en la que sería la última entrevista que concedió, al periodista español Miguel Vidal, quien tiene como marca personal el haber viajado por gran parte del mundo para entrevistar en sus casas a por lo menos 73 campeones olímpicos, entre ellos Dick Fosbury, Emil Zatopek, Jim Hines, Alain Mimoun y, por supuesto, Owens, una leyenda olímpica.
El encuentro ocurrió en la casa del campeón en East Acotilla Lane, en Phoenix, Arizona, el 12 de febrero de 1980. “Yo entonces tenía un físico muy raquítico e incluso sufría con frecuencia de neumonía, pero cuando Riley se hizo cargo de mi preparación también mi físico cambió como por milagro”, contó Owens ese día, con la voz debilitada por un cáncer de pulmón.
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Riley le dio a Owens las claves para correr más rápido que todos sus rivales: la postura, el estilo, la respiración, la salida de los tacos, el ataque en los momentos decisivos… Entrenador y estudiante se conocieron en la Escuela Secundaria Fairmount, en Cleveland. Con ojo clínico, Riley se dio cuenta de lo que había llegado a su vida: un purasangre de la velocidad.
Una biografía anónima en inglés, que ronda por “san Google”, cuenta que Riley no podía creer que un chico corriera tan rápido las cien yardas. En un entrenamiento se quedó pensativo y, entonces, fue a una relojería para que le revisarán el reloj con el que medía los tiempos en los entrenamientos. El dictamen: el aparato funcionaba a la perfección. Animado por su descubrimiento, pero preocupado por la falta de recursos de su pupilo, Riley lo convirtió en casi un miembro de su familia. Con el tiempo, Owens lo consideró como su segundo padre. En esta relación no hubo segregación racial.
En 1933, Owens tenía como entrenador a Larry Snyder, quien terminó de cincelar al que sería conocido para la posteridad como el Antílope de Ébano. Fue el sábado 25 de mayo de 1935, hoy hace 85 años, cuando este hombre entró a formar parte de la leyenda. Ese día se celebró el Big Ten Championships en Ann Arbor, Míchigan, competencia que agrupaba a diez grandes universidades estadounidenses.
Owens, quien corrió por la Universidad Estatal de Ohio, estaba ligeramente lesionado de la espalda tras rodar por unas escaleras, dolencia que lo hizo dudar sobre participar o no allí, pero al final acordó con su entrenador presentarse a la pista.
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En apenas 45 minutos Owens logró una gesta irrepetible hasta ahora: imponer tres nuevos récords del mundo e igualar otro. Han sido los tres mejores cuartos de hora en la historia del deporte base.
Ante más de 10.000 espectadores acomodados en las añejas graderías de madera del Ferry Field de Míchigan, Owens comenzó su hazaña a las 3:15 p.m. al ganar la carrera de cien yardas (91,44 metros) en 9,4 segundos, empatando la marca mundial. En ese entonces la carrera de cien metros no era muy popular entre los anglosajones.
A las 3:25, Jesse tomó impulso para saltar más lejos que cualquier humano e imponer un nuevo récord mundial de 8,13 metros, una marca impensable para la época y que duró vigente 25 años. A las 3:34, Owens se alistó en la línea de partida para las 220 yardas (201,16 metros), arrancó como un bólido y se fue a casa casi quince yardas por delante del segundo hombre, con 20,3 segundos, tres décimas de segundo menos que la marca anterior. Y a las 4:00 p.m., observó la larga hilera de barreras colocadas en posición para las 220 yardas con obstáculos. Volando sobre las maderas hacia la cinta terminó con la marca mundial de 22,6 segundos.
Owens logró celebridad mundial gracias a las cuatro medallas de oro que colgó en su pecho en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, en los que Colombia figuró con seis atletas, entre ellos el velocista Campo Elías Gutiérrez. Como anécdota se cuenta que el colombiano se parecía mucho a Owens y los aficionados se le acercaban para pedirle autógrafos. A su llegada a Nueva York, tuvo un recibimiento multitudinario. Los negros lo veían como un símbolo de su raza, y los blancos, como el americano que ridiculizó al führer Adolf Hitler. Falleció el 31 de marzo de 1980, mes y medio después de su encuentro con Vidal.
*Autor de “La fabulosa historia del atletismo colombiano”.